El arte del caos controlado: una noche porteña a lo Wilco

A casi diez años de su última visita a Argentina, los referentes del rock alternativo, el folk y el indie regresaron con un show que sacudió al Complejo Art Media.

Fotografías: @fangoestudio.

Realmente es un caso paradigmático del Festival de Doma by la guitarrita acústica de Jeff Tweedy. Como la calma que antecede al huracán, han pasado apenas algunos días desde que tuve la oportunidad de presenciar un show en vivo de Wilco y hoy escribo esto desde las tinieblas y la fogosidad que 38.7 grados de fiebre pueden dar.

El lugar de reunión fue el Complejo C Art Media, a una cuadra del tumultuoso Movistar Arena donde estaba teniendo lugar un show de Duki, cosa que me enteré saliendo del subte B después de la errónea asunción de que todos esos puestos de remeras y juventud circundante se debían a la banda de Chicago. Ya en la cuadra de enfrente y dirigiendome en dirección a Lacroze, mi sentido arácnido empezó a notar que definitivamente estaba más cerca de Wilco: canas, mucha campera de jean y ese caos ansioso que solo un adulto +40 puede imprimirle a un show. Definitivamente, allí era donde había que ir. 

Después de acreditarme como prensa y sentir que estaba viviendo un pequeño sueño, pasé el control, escaneo mediante, y ya me encontraba dentro del complejo. Era temprano, el lugar todavía no se llenaba y la banda telonera recién empezaba a montar sus instrumentos. Aproveché la calma para ir a comprar una remera. Pensé que, ya que la suerte me había sonreído al entrar como prensa, quizás era el momento ideal para darme el gusto de adquirir, por primera vez, algo del merch oficial. Había anticipado este momento y ya tenía en mente un diseño muy bonito hecho por Madalyn Stefanak visto en el subreddit de la banda: un adorable “Wilco” con un hombrecito estilo Charlie Brown en la W. Pero no estaba, solo había una manzana con el nombre de la banda, y una variación del nombre en azul. Elegí la de la manzana y transacción mediante, solo quedaba buscar un lugar adecuado, desempolvar los tapones (porque no soy la misma persona después de ver «Sound Of Metal«), y preparar los talones para unas horitas a puro rock alternativo. 

La encargada de abrir el show de Wilco fue Delfina Campos, quien, acompañada por su banda —dos guitarras, bajo y teclado—, presentó las canciones de su más reciente álbum: «Películas Perdidas«. El clima comenzaba a tomar forma. Para dimensionar la amplitud de la artista, basta con recordar que el año pasado abrió para los Jonas Brothers, puso música a la telenovela de Emanuel Ortega «100 días para enamorarse» y al éxito de Netflix «Envidiosa«. Ahora, en 2025, le tocó calentar el escenario para una de las grandes bandas del indie. 

Malas decisiones‘ y ‘Querernos bien otra vez‘ fueron el tanque fuerte de su noche, con melodías trabajadas y letras que resonaron con un público que comenzó bastante inmovil y para la tercera o cuarta canción empezaba a aflojar el cuerpo y moverse de izquierda a derecha. Así, luego de media hora de canciones y no sin problemas técnicos mediante, hizo su paso por el escenario Delfina, quien en varias ocasiones manifestó su emoción por “abrirle a fucking Wilco”, ¿quién no se sentiría así, no?

Con la última nota aún flotando en el aire, las luces volvieron a atenuarse y comenzó el movimiento detrás del telón. La expectativa crecía: después de años de espera, Wilco estaba por salir al escenario. Y como lo bueno tarda en llegar, otros treinta minutos tuvieron que pasar y el recinto con espacios que permitían cierta comodidad poco a poco se fue transformando en una marea compacta de cuerpos. Cada vez había menos lugar para moverse y donde se mirase, solo se veían cabezas, brazos y frenéticos teléfonos preparándose para capturar El Momento. Cuando finalmente las siluetas aparecieron, un grito colectivo estalló en aplausos como una ola de alivio y euforia. Tras unos segundos en los que cada uno fue a ocupar su lugar con la naturalidad de quien sabe lo que vino a hacer, los primeros acordes entrecortados de ‘Company In My Back‘ dieron comienzo a la reunión. 

No voy a misa, y las pocas veces que fui no recuerdo haber sentido ninguna conexión especial con el Espíritu Santo. Pero mientras avanzaban las canciones, algo se manifestaba: compartir esa experiencia de forma colectiva lo situaba a uno en un lugar distinto al que ocupaba antes de que la música empezara a sonar. Era como estar permanentemente al borde de las lágrimas, con la certeza de que no iban a caer, sin saber exactamente por qué. 

Leí por ahí que la música de Wilco no se sostiene sobre una cadena de hits reconocibles. Y aunque eso puede ser cierto, quienes realmente la escuchan la transforman en algo mucho más profundo: cada canción se vuelve un himno íntimo, sostenido por un lazo invisible que trasciende cualquier intento racional de explicación. Lo que ocurre ahí, en ese instante, no se puede traducir del todo. Y aunque este sería el momento ideal para citar al Chiqui Tapia, vale la pena traicionar el impulso e intentar entender lo que pasa (disfrutando en el proceso). 

El setlist, como dijo un tipo a la salida, mientras la multitud avanzaba a paso de tortuga hacia las puertas, “fue soñado”. Y no era una exageración. Hubo seis canciones del sólido «Sky Blue Sky«, cuatro del clásico «Yankee Hotel Foxtrot«, tres de su recientemente expandido «A Ghost Is Born«, dos del histórico «Being There«, y guiños a otros discos que completaron un recorrido generoso no, lo siguiente, por su discografía. 

Rápidamente, una vez terminada la primera canción el público argentino quiso hacer de las suyas y empezar a gritar el inconfundible “Olé, olé, olé, olé… Wil-co, Wil-co”. Tweedy nos frenó en seco y pidió que lo dejemos para después. Parece que nos conoce bien porque eso se repitió mínimo otras cuatro veces más, de alguna manera nos estaba cuidando la garganta. Luego, tras escucharnos corear el solo de ‘Either Way‘, nos desafió a hacer lo mismo con el gran, me pongo de pie para escribir las siguientes palabras, solo de Nels Cline en ‘Impossible Germany‘. 

Para esta tarea estaba dispuesta a dejarlo todo, sobre todo porque ‘Impossible Germany‘ fue uno de los primeros temas que escuché de la banda y podría tararearlo de pé a pá. Y en eso estaba, experimentando uno de los momentos más felices y pacíficos de mi vida -tal vez a segundos de alcanzar el nirvana, quién sabe- cuando de repente un ruido seco se escucha a mi derecha: al tipo que tenía justo a mi lado le agarró la pálida durante el momento más importante de la canción. Lo menciono porque creo que es un hito casi histórico quedarla en un recital de Wilco. El poder de ‘Jesus, Etc.’ lo trajo a la vida nuevamente y confirmé que efectivamente lo que se estaba viviendo era alguna clase de experiencia religiosa. 

A esta altura ya iban dieciséis canciones, pero apenas cruzábamos la mitad del show. Entre los momentos más intensos, ya habíamos atravesado quizás el más único y esquizofrénico de todos: el caos controlado de ‘Via Chicago‘. Una canción que, en sus primeras líneas, podría recordar a ‘I Thought About Killing You‘ de Kanye West, por esa confesión súbita y desarmada, pero que pronto muta en algo completamente distinto, y recuerda a la poesía de T.S. Eliot con un uso de imágenes simples pero emocionalmente complejas como hojas, trenes, sangre y ciudades. En Wilco el paisaje nunca es realista ni alegórico del todo, sino que tiene algo de ensoñación, de estado mental. Es por eso que esta canción funciona tan bien para describir lo indescriptible. 

Via Chicago‘ es un oxímoron hecho música: una letra que describe una escena oscura, violenta, incluso terrorífica, con una extraña calma. Primero, la voz de Tweedy confiesa un sueño de asesinato con total serenidad; luego, la visión se desplaza hacia algo casi bucólico, una contemplación melancólica de la ciudad. Todo esto sobre una base instrumental suave, tenue, que parece flotar en una especie de tristeza contenida. Y de pronto, el quiebre: un estallido de la batería de Glenn Kotche completamente disonante, violento, acompañado por la guitarra de Cline distorsionada y acelerada que irrumpe con fuerza y las teclas abruptas de Mikael Jorgensen… sin alterar al resto del grupo. Nadie reacciona, nadie se inmuta. El contraste es tan brutal, tan quirúrgico, que por un momento uno duda de sus propios sentidos. La reacción más humana es reírse: hay algo en ese desajuste que nos desconcierta tanto que no queda otra que largar una carcajada nerviosa. Mientras, nos preguntamos si lo que estamos viendo es real o es parte de algún truco que solo Wilco podría ejecutar sin romper el hechizo. Para quien no haya vivido esta experiencia y no tiene idea de lo que le hablo, recomiendo ver alguna versión en vivo.

Así como quien dice que una imagen vale más que mil palabras, si tuviera que elegir una para intentar representar lo que sentí en ese momento, podría ser la del perrito tomando café mientras todo arde a su alrededor y dice “this is fine”. ‘Via Chicago‘ es eso: una oda a la desconfianza lúcida, a esa sospecha que nos recuerda que lo que parece calmo puede contener violencia, pero también que lo violento puede esconder cierta forma de belleza serena. 

Avanzaba el show, con breves diálogos entre Jeff y algún sinvergüenza que se animaba a vociferar un «I LOVE YOU» desde algún lugar del Art Media. No faltaban los que pedían canciones, y aunque la primera vez que lo hicieron el ruido ambiente hizo que Tweedy no los escuchara y la segunda vez alguien se fue aleccionado de que la banda tenía un riguroso setlist que no iba a cambiar, después de ‘Annihilation‘ un loco lindo gritó como un orco «PLAY HEAVY METAL DRUMMEEEEEER« y entre las risas de toda la banda fue notificado que le pegó: efectivamente la siguiente canción iba a ser ‘Heavy Metal Drummer‘.

Tras otro despliegue de vitalidad y talento en la experimental ‘A Shot In The Arm‘, necesitábamos bajar unos buenos cambios, y como todo en Wilco despliega oficio y excelencia, esto estaba contemplado. ‘California Stars‘ llegó así como una bocanada de calidez y sensibilidad que anunciaba que el show comenzaba su recta final y teníamos que empezar a despedirnos. Los muchachos se retiraron del escenario pero nadie en el público movió un dedo: sabíamos que esa despedida que nos dieron tenía que ser momentánea, después de tal congregación nos debíamos haber ganado unas palabritas si es que todo terminaba ahí. Y luego de unos minutos cada uno volvió a sus lugares y sonó ‘Falling Apart‘ recordándonos que aunque ese era el principio del fin, no teníamos que desmoronarnos y aún había mucha manteca para tirar al techo. 

A esta altura y después de hora y media de temazo tras temazo mis talones estaban hechos polvo. Y si bien no quería que la experiencia Wilco terminara y quién sabe cuándo pasaría algo así otra vez en estas tierras perdidas, cuando sonaron ‘I Got You‘ y ‘Outtasite‘ y la banda comenzó a despedirse, pero esta vez para no volver, sentí un alivio emocional que claramente trascendía el cansancio físico pero partía de este. Tal vez es buen momento para recordar el principio de este texto y que un día después de ver a Wilco caí en cama y al siguiente rocé los 39° de fiebre. Yo elijo creer que es el costo por haber sido testigo de un encuentro irrepetible que solo Wilco puede generar. 

Lo efímero no resta valor a lo vivido, por el contrario, lo intensifica, y solo en el límite del tiempo es posible apreciar la profundidad del instante. 

Gracias Wilco.

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