Siempre nos parecemos a los dioses que adoramos
-Mariana Enriquez, Nuestra parte de la noche
Por más que insistamos, la fe se resiste a ser encasillada. Sectorizarla solo puede limitar nuestro entendimiento sobre ella: la fe es la sustancia, no el envase que la contiene. Lo que nos diferencia esencialmente no es la clase de fe que tengamos, sino el hecho de tenerla o no. Quien la posee adquiere una nueva filosofía, una forma alternativa de comprender su entorno. Sin embargo ¿qué le queda a quien la pierde? Cuando el envase se vacía ¿a dónde va la sustancia? ¿qué puede suceder si se dispersa? En “Esperando a Godot” (1952) Samuel Beckett pone a Vladimir y Estragon a aguardar -durante dos actos de pura tragicomedia- el encuentro con un ser que nunca llega, mientras se les promete reiteradamente que al día siguiente va a aparecer. Los vacíos que deja este falso profeta cultivan lo que termina siendo un ferviente cuestionamiento existencialista. En “BAR SCORPIOS” (2025) Blair deja testimonio de los efectos de soltarle la mano a una fe religiosa que, en el fondo, es la fe en todo.
Julieta Ordorica es una amante de la ficción. Y como a muchos les habrá pasado en su lugar, dar el paso de consumir ficción a crearla es prácticamente un impulso. Su debut “Llorando en la Fiesta” (2022) es un primer despliegue de sus dotes como creadora de historias. Este disco se expresa desde lo etéreo de una fanfic, con la brillosa nostalgia que adquieren los recuerdos de una adolescencia todavía fresca. Esa adrenalina que genera lo impredecible del amor, esos instantes de desencuentro capaces de cortar la respiración. Un drama tan hormonal e instintivo, puesto en manos de una voz tan joven como sus oyentes, crea un paisaje ideal para quienes todavía apuestan por romantizar la sensibilidad desde el lente de la fantasía.
Inspirada por su vasto consumo cultural, Blair vuelve a apelar a lo narrativo como columna vertebral de su segundo disco. La misma joven que creció fascinada por el horror de “Carrie” de Stephen King (1976) y el drama de “Twin Peaks” de David Lynch (1990) es la que da vida a Teresa, personaje principal del relato que atraviesa la obra «BAR SCORPIOS«. A esta protagonista la invade una sustantiva dualidad. Su diálogo interno está repartido entre dos pulsiones. Una depende de la divinidad y encuentra la completud en la idea de lo todopoderoso. La otra, de cimientos nihilistas, entiende la inacción de Dios como una pérdida de propósito. Una invitación a destruirlo todo, incluyéndose a sí misma. En un recorrido cuasi biográfico, no sólo conocemos los dos extremos de su personalidad sino la cadena de sucesos que la lleva de uno al otro.
La primera Teresa con la que nos encontramos en ‘SOLA (INTRO)’ tiene a la soledad como carta identitaria. El entorno desolador en el que le tocó crecer (“estas cuatro paredes son todo lo que tengo”) corrompió su inocencia desde temprano e implantó en ella un espíritu destructivo. Al no encontrar un sostén en su familia (“mi mamá dejó de llamarme y yo dejé de llamarla mamá”) ni en el romance (“se me gastó el amor a los veintidós”), su conexión con Dios es lo único que la separa del deseo de causar daño. Esta pizca de ilusión restante se ve representada en la sonoridad del tramo inicial del disco: el registro brilloso de los pads y lo angelical en la interpretación vocal hacen a un indie rock que busca aliviar la pesada carga de la introspección.
‘DEJAR DE SER YO’ refleja un estado de entrega total a la fe. Ese momento en el que las creencias se perfilan como el último bastión de la estabilidad emocional. Con toda la solemnidad de una balada, Teresa destapa los rencores guardados bajo la alfombra y acude directamente a Dios con la ilusión de escapar de una realidad oscura.
Así que Dios, si estás ahí, pido un último favor
Quiero dejar de ser yo, necesito dejar de ser yo
DEJAR DE SER YO
Pero Dios -tal como Godot en la obra de Beckett- no parece estar del otro lado. Y el desencanto de lo divino que venía gestándose desde ‘RABIA DEL CORAZÓN’ (“no sé cuándo fue que me soltaste”) termina de impactar. ‘INTENTÉ SALVAR A DIOS’ es el último esfuerzo de Teresa por mantener vivas sus creencias. En esta catarsis rockera y sombría, su mundo interior colapsa junto a la utopía de la omnipotencia. El riff que invade el estribillo da vértigo. Nos hace recorrer una cuerda floja semejante a la que se desprende de la guitarra de Mick Jones en “London Calling” (1979) o -sin ir más lejos- la de Skay Beilinson en “Oktubre” (1986). Seguramente así suene el mundo cada vez que alguien está a punto de ser poseído.
Recé con tanta fuerza
Entre las velas y su calor
Hasta incendié mi casa
Y la luz nunca apareció
INTENTÉ SALVAR A DIOS
Esta tensión pone en juego un sistema de creencias más amplio del que Teresa cree. Intentar salvar a Dios significa apostar a la idea de que Dios todavía puede salvarla. Y si ni siquiera él -la entidad que presuntamente todo lo puede- es capaz de cambiar su situación, son pocos los motivos para creer que algo más sería de ayuda. Es así como nuestra protagonista se desliga por completo de la fe. Abandona lo único que la hacía dudar de abandonarse. Ya no confía en el rezo como un acto transformador. Las promesas de la religión no repercuten en su destino: “Repito la misma oración para pedir por todos menos yo”.
Con su brújula moral descalibrada, Teresa se hunde en un sinsentido. Las dudas que la conflictúan son más de las que puede poner en palabras. La encargada de dar voz a este vaivén de pensamientos no podía ser otra que Mariana Enriquez. A ojos de una Blair fanática del terror, la autora siempre fue referente en cómo abordar sin pelos en la lengua lo que se presenta como indescriptible. ‘PECADOS BRUTOS’, interludio que toma la forma de una sentida lectura de diario, es el devenir conceptual más directo del disco. Condensa las emociones que encabezan la primera parte del relato («estoy enojada con Dios por olvidarse de mí”) y profundiza en deseos e impulsos que habían sido reprimidos hasta este punto. Teresa vuelve a recibir un llamado a la violencia (“todas las mañanas pienso en hacer daño”) y ahora cuenta con motivos para atenderlo: tiene al diablo en ambos hombros. Guiada por la peor de las influencias, llega a la peor de las conclusiones: “Creo que la única manera de exorcizar este dolor es provocarlo”.
La segunda Teresa de esta historia salta a la escena en crossover con un especialista en materia de drama: Dillom y -¿por qué no?- el personaje que encarna en “Por Cesárea” (2024).
En ‘CARNE VIVA’ el canto angelical que predominó durante la primera mitad del disco se apaga y pasa al frente el tinte demoníaco del spoken word. Las pulsiones agresivas se entrelazan y coquetean con la muerte en un ritual tan siniestro como atrapante. Si hasta este punto el disco había marinado el pop entre rock y baladas, esta canción irrumpe con un lenguaje plenamente popero, entendiendo al pop desde su capacidad de síntesis y su búsqueda estética intransferible. Blair entierra los restos de su sonido lumínico y desciende a un inframundo plagado de sublows, decepción y desapego. Un universo similar al que Dillom acostumbra a habitar. Teresa, por su parte, empieza a descargar en el afuera un rencor acumulado desde la infancia.
Hacia el cierre del disco reina un severo desencanto por la existencia. Lo que supo verse bello a través de los lentes de la fe es ahora, a ojos de Teresa, plano e indeseable. Su pasado familiar, sus amistades y la posibilidad del amor; todo se ve reducido a un recuerdo ingrato que solo puede diluirse con sangre. En ‘PADRE MUERTO’ pasa del “no encuentro magia en tu manera de hablar” al “no soporto su forma de hablar” como si, a esta altura, la magia ya no fuera una opción en absoluto. La instrumentación recupera el tono celestial del inicio, porque por un instante perder la fe también se siente como deshacerse de una carga pesada. Restarle peso a los mandatos -tanto divinos como familiares- es lo que permite a Teresa cantar en tono satírico “padre muerto, sueño con que seas vos quien cuelga del techo”. Sin embargo, todo lo proyectado hacia el exterior termina volviendo a su punto de origen y ella queda enfrentada al espejo de su propia soledad: está haciendo a otros lo que nunca podría hacerse a sí misma. En su momento de mayor vulnerabilidad, y ante una iglesia que ya no es refugio, termina acudiendo a un bar -la antítesis de lo eclesiástico- para desahogar sus penas.
Fiódor Dostoyevski escribió “Los hermanos Karamázov” (1880) desde un cristianismo que pensaba a la redención como hacerse cargo de los pecados de los padres. Pero también lo escribió triste por la muerte de su hijo pequeño (a raíz de una enfermedad hereditaria) y desilusionado ante un mundo que parecía mostrar solo la peor de sus caras. Quizás por eso después de que los protagonistas de esta historia se redimieran, el autor decidió que mataran a su propio padre, como si fuera lo único capaz de equiparar la desazón. A Teresa le sucede algo similar: adoptó un hábito asesino con la creencia de que la muerte se volvería aliada de quien la causara. Una búsqueda obsesiva de control devenida en crimen avivaba la ilusión de poder eludir un verdugo que en el fondo siempre fue inescapable. Ahora, que además de andar desolada ya no cuenta con el blindaje de sus creencias, queda enfrentada cara a cara con la parca. La autoflagelación se presenta como la única alternativa para llenar el vacío que el dolor ajeno no pudo. ‘NUNCA LO VAN A ENTENDER’ y ‘MAÑANA HABLARÁN DE MÍ’ marcan una cuenta regresiva que la narradora dedica a planear detalladamente su propia partida. No pretende irse en silencio. Busca un desenlace tan poético como el de sus víctimas. Hacer de la muerte una manifestación artística tan desagradable de atestiguar que hasta Dios mismo se sienta burlado.
La ciudad vacía еs el perfecto escenario
Para dejar un cadáver
Triste, lindo y sabio
MAÑANA HABLARÁN DE MÍ
Y lo logra. Su cuerpo es una pieza de arte vándalo colgando en el medio de esa iglesia que la vio crecer hasta defraudarla. Lo intuitivo sería afirmar que se trata meramente de un organismo sin vida. Pero sería falaz hacer de esta muerte algo aislado, arrebatarle su contexto. Mirando en profundidad algunas señales saltan a la vista, gritos que no emiten sonido: lo que por fuera vemos como un cuerpo inerte, supo contener a un ser falto de fe. O mejor dicho, que puso su vida en manos de la fe a tal punto que perder una implicó perder la otra.
El disco cierra como abre, porque Teresa termina esta historia como la empezó. Sola, tal como al principio, solo que en otra parte. Pero lo trágico de este final no es la muerte, sino lo que deja. Ese cuerpo que cuelga en el centro de la iglesia pesa, pero más pesa el silencio. Un silencio tan similar al contraste entre el rock desenfrenado de ‘NUNCA LO VAN A ENTENDER’ y el baldazo de agua fría que representa ‘MAÑANA HABLARÁN DE MÍ’. Más pesa cargar en un solo instante el vacío que Teresa sintió todo este tiempo. Podríamos preguntarnos qué hacer con esta soledad en 4D, con esta cuarta pared que se nos cae encima.
La presentación en vivo de “BAR SCORPIOS” en Vorterix abrió camino a una respuesta posible. Blair se sorprende al escuchar a la audiencia corear la letra de ‘SOLA (INTRO)’ sobre la instrumental de ‘SOLA (OUTRO)’. Quizás sea un intento de llenar ese vacío que se produce cuando una ficción tan creíble, inmersiva y prolijamente construida sufre un derrumbe de realidad tan inconcebible como la muerte. Remitirse a ese inicio en el que todavía quedaban trece capítulos por recorrer, no al único momento de la existencia al que no sabemos qué le sigue. Entonar una melodía de esperanza sobre los acordes de la incertidumbre, a eso se reduce la importancia de la fe.
Y de eso probablemente se desprenda la importancia de las ficciones en el arte. Cuando la realidad se tiñe de rojo vivo, cuando solo puede ofrecernos crudeza, no todos los artistas son un espejo de lo que sucede. No todos se encaminan en el deber de subrayar la historia tal como se les presenta. Algunos eligen ser una ventana. Un portal hacia nuevas historias capaces de amortiguar la furia, de hacernos empatizar con un personaje como nunca lo lograríamos con quien tenemos al lado y, eventualmente, de alimentarnos de fe. Ese bien preciado que a Teresa tan temprano le tocó perder.
Mientras a la salida de Vorterix las blaircistas se reparten crucifijos simbólicos, tal como Julieta (fuera de su tiempo como Blair) supo hacer con los friendship bracelets en algún concierto de Taylor Swift, se puede sentir en el aire que un disco derrotista, un disco sobre perder la fe, instala el sentimiento opuesto en quienes lo escuchan. Como una flor marchita cediendo su semilla para que tantas otras crezcan.