“Norman Fucking Rockwell!”, el sexto álbum de estudio de Lana del Rey se asentó en un escenario que reclamaba determinaciones por parte de su autora: seguir con una estética característica detrás de su impronta, o imponer nuevos horizontes. Ajena a los parámetros que se le impusieron, Grant partió las aguas con «NFR!«: Sonidos frescos, vibras nuevas y detrás, un trabajo impecable.
Detrás, una producción vital mano a mano entre Lana y Jack Antonoff, Zach Dawes, Andrew Watt y Rick Nowells. En él, psych-rock y pianos que se entremezclan casi religiosamente en las voces que se le plantan encima. En un afán de encontrar nuevos sonidos y ponerlos en diálogo con su esencia más pura, NFR! se encuentra asentado en algún lugar entre su trip-hop minimalista más característico y ese pseudo rock por el cual se la ha juzgado a lo largo de los años.
Este álbum hace casi tangible la madurez musical que Lana logró construir con los años. Aquí: experimentación y reivindicación, psicodelia de un espiral hacia el caos romántico. Justo ahí, NFR se sienta como una propuesta redonda: sintetizadores analógicos y guitarras obturadas que aplazan sus característicos beats, para inclinarse ahora por pasajes soft rock psicodélicos, con aires del folk que nos es contemporáneo.
La referencia a Norman Rockwell, anuncia asertivamente el concepto donde se para esta propuesta: un pasado coercionado a valores tradicionales característicos de los Estados Unidos del siglo XX, en diálogo constante con las verdades del presente de un país enamorado de sí mismo. La línea vital que condensa el espíritu de NFR! es «You can see I´m not sad, but hope is a dangerous thing for a woman like me to have’’.
No hay alguien como Lana. Detrás de cada álbum, un trabajo fino, repleto de fantasías románticas que combinan la monogamia del amor setentero, y las complicaciones trágicas del amor moderno, aquel que no entiende de prolongaciones creyentes y desgasta hasta la médula.