Reseñas

“L’Union Fait La Force”
(o cómo mudar la piel con gracilidad)

Son once años de hacer la sesión más memorable en cada estudio que pisa. A contramano de un mundo sobreinformado, de Mach-Hommy no conocemos su nombre ni su edad. Sabemos que nació en Haití, que es uno de los mejores raperos del planeta y que este mayo publicó «RICHAXXHAITIAN«, una adición fundamental a su discografía.

Antes de tratar de mirar a Mach-Hommy a través de la lupa, hay que entender su comportamiento. Comprenderlo totalmente es imposible, pero rigiéndose como con una especie de ‘principio de la incertidumbre’, podemos determinar su posición (ignorando hacia dónde va) o su velocidad (sin saber dónde se encuentra). En su mente, imaginamos que se encuentra el souvenir de algún viaje a Europa, un pabellón nacional o alguna calle de Vailsburg en la que ya nadie reside. La verdad es que lo que nos devela de ella siempre ha sido bajo sus propios términos: esa calle deshabitada alguna vez presenció versos suyos, y el estandarte que no abandona su pensamiento es el que marcó el inicio de la libertad en América como la conocemos hoy.

En los exorbitantes precios, la mano dura con la propiedad intelectual y el ya afamado anonimato, su formato realza siempre su individualidad por encima de todo, y aunada a esta, su identidad y el cómo se ha formado. Cada momento de su vida está muy presente en su obra, a veces de forma no cronológica: el folklore kreyol de su familia se presenta en letras que desplaza a través de boom bap y drumless hechos como para un clientela suprema, pero empolvados a intención y con un sentido de tradición internalizado. Desde el “Sur le pont d’avignon…” de su infancia (al que referencia en este proyecto), hasta llegar a una imagen pública tan sobria como la de un asceta, fruto de su esotérica relación con el rap y su amor por el séptimo arte. Esta vez la biografía a filmar es la suya, e incluso le lleva a querer dar algo que años atrás hubiera sido imposible conseguir de él: explicaciones.

Así que hay un vídeo. A cara cubierta como es usual, con el plano medio priorizando su figura, saluda y enumera periódicos, aunque sólo dos titulares le interesan. El primero reza “Pandillas haitianas se expanden en poder e influencia” y al segundo renombra como “Un encubrimiento americano: Mach-Hommy desfigurado en un acto sin precedentes… Y’know what I’m sayin’?”. El último álbum del enmascarado de Pòtoprens es de similar presentación: directo y clarificador, sin dejar de ser elocuente y vivaz, pero más accesible que nunca en un proyecto que él mismo describe como “diseñado para la máxima compartibilidad”.

Se presenta como “#RICHAXXHAITIAN”. En un disco cuyo nombre es epíteto de su autor, tiene sentido que la autorreferencialidad esté por las nubes: August Fanon marca el primer rostro familiar con un pedazo de rock psicodélico que nos transporta al prolífico 2017, el año de “Dump Gawd”, y cuando se reproduce el primero de los tres cortes que aporta Conductor Williams, es imposible no notar el parentesco con ‘The Stellar Ray Theory’, más allá del glissando y progresión armónica. Estos pasajes recuerdan el clima conmemorativo que, en su sentido más litúrgico, no es más que actualizar la memoria a un santo de alto derecho canónico en un día tan especial como el de la bandera de su nación.

Los convidados a esta ceremonia son de lujo: Sadhugold, cuyos molinos de surco de vinilo ocupan casi la mitad del paisaje, pone a Mach y compañía a dar vueltas (flips them like…) sobre vueltas, en loop-de-loops que les obligan a moverse rápido dentro de lo que parece una habitación cuyas paredes de metal se encogen cada 8 barras. Sobre ellos Fahim se jacta, Roc humedece, YOD agrede sobre dos patas. El prestigio de cada invitado está presente y sus momentos son recopilados uno tras otro sin pausa, en la cuál varios estados de ánimo conviven juntos: “It is that bad…?” se pregunta un periodista preocupado posterior a las reflexiones de Black Thought, antes de ser interrumpido por los henchidos golpes del tambor de KAYTRANADA.

El conjunto son una serie de escenas que, si bien tratan de temas tangibles, están aderezadas con fantasías tanto instrumentales como líricas. La realidad de Mach es similar a la de un filme de Wes Craven (con el rostro cubierto incluso), pero en vez de sentirse incómodo con su condena, esa que lo pone entre la serpiente y el arcoiris, se adopta a sí mismo como refugio entre tierra y cielo. Así se le identifica en medio de beats corrugados, con la mayor cantidad de percusión agregada que ha tenido desde hace tiempo, y cuyo latido es el de una máquina retozante comprometida con la mugre de siempre, pero dispuesta a revelar facetas más convencionales. Así, los fotogramas de la peli están ordenados como una sola y mística retahíla desenredándose de su boca.

Así vemos que las imágenes captadas son contrastantes en todo momento: la fanfarronería de la canción que le da título al álbum y su video musical se traslapa con las conversaciones y rumores de guerra de una nación sumida en un espiral de injusticia a la que las calles en las que se mueven nuestros protagonistas parecen emular. En una entrevista de 2022, Mach mismo sostiene que lo que sucede en Haití eventualmente llega a los Estados Unidos, y, por supuesto, a los pertenecientes a la diáspora. “Liberté ou la mort” acompañó tanto a Dessalines como a Patrick Henry en las luchas bélicas y sociales que se dieron para librar a sus respectivos pueblos en el continente americano.

Sin embargo, la realidad es tan sucia como la instrumental: la decisión de Haití de liberar a los esclavos como el alumbramiento de una república desafiaba las concepciones del viejo mundo y sus hijos en nuevas tierras. El identificarse como una nación ‘negra’ terminaría posicionando a la nación como un frente de un sólo soldado contra el capitalismo racial y en eterna batalla contra un longevo castigo que muestra a los plutócratas indistinguibles de una hermandad demoníaca y supraterrenal. 

Nada de esto se le escapa al abanderado: no es raro que lo primero que haga al narrar su historia sea invocar el nombre de Dios (Olohun… Olohun…) y lo último sea alabarle al lado de una vela. En este plano, donde el dinero es el príncipe de este mundo, sólo su arte le es efectivo contra las fuerzas espirituales que tratan de someterle a él y su nación. Con el título de su álbum plantea una supuesta contradicción que, en realidad, es una poderosa declaración. La independencia y hermetismo de su obra y realización es armadura y arma que le ayudan a reclamar un botín que antes le hubiera sido inalcanzable. Por eso, al Hip Hop, le agradece con brazos abiertos su ubérrimo aporte en ya casi dos décadas, sólo posible gracias a la relación con su tierra.

Ahora la dirección de influencia trata de ser revertida: la abundancia que desata en lo privado de su residencia y aposento actual también debe ser desatada en los hogares que lo vieron crecer, aún cuando el clima sociopolítico que se cierne sobre el mundo insinúa tiempos oscuros. Aquello requiere de un sacrificio artesanal enorme, uno como el que ha estado logrando toda su carrera, a la cual vuelve como un huracán de información con el que el álbum trabaja constantemente, reordenando con la coherencia de una nota informativa y recontando con la personalidad voraz de un relato gonzo.

Al ya estar en frente de la mezcla, la saturación que hace que los sonidos estén al borde de ser ruido sirve como una sucia lente de cámara; este recuento tiene más gritty que grimey. El flujo de sus palabras es impaciente como un extenso estribillo; la producción muta de un cuadro a otro. No le motiva el hambre, sino un nuevo peligro, como el de Yasiin Bey. Cubre su rostro no con un pañuelo manchado de sangre, sino con la nación en la que toda su persona está sumergida y que acompaña su vestimenta de soldado. La superposición de las fotos crea un retrato excelente, que sirve tanto de un estado de la técnica propia para arduos seguidores y, asimismo, como un punto de partida para el nuevo oyente.

No es un total abandono al aislamiento y misterio que plaga sus historias de origen: ya sea una demoniopatía de raíz yoruba que le impidió por mucho tiempo volver al micrófono, ‘éminences grises’ tomando parte en juegos de traición o los trabajos perdidos que siguen apareciendo y esconden los primeros bocetos de su personaje, ninguna de estas se ha venido hoy a contar por completo. De lo que se puede estar seguro es que tampoco es otro esfuerzo más por mantenerse entre los espesos matorrales de reclusión por los que solía frecuentar. Es una mano abierta sosteniendo una exclusiva; crónicas que sólo merecen ser redactadas por su protagonista. Oh, y ahora eso me hace sentir culpable. ¡Sacrebleu et louez le Seigneur!