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Ni bubblegum ni sunshine, ni siquiera tontipop, pero en esencia todo ese pop ideal está en «Si abro los ojos no es real» de Amaia. La clave está en hacer buenas canciones. Es simple decirlo así como de simples tienen que parecer. Con esas pizcas de inocencia y fantasía que alumbran relaciones tan complejas como hacer una buena canción.

¿Es posible encontrar consuelo en la fugacidad de los cambios? ¿Qué pasa con los duelos de las relaciones que no se terminan, sino que se transforman? 

Debe haber un momento preciso, pero ¿podríamos identificarlo? Tal vez es un momento que nadie puede atestiguar, que pasa desapercibido. Ese momento en el que realmente entendemos que somos adultos y que eso en gran parte es enfrentarse a la vida solo. Debe pasar de largo porque no es un momento per se, no es exacto, más bien es un transcurso.

Amaia construye una obra difuminando los límites entre lo que se deja atrás y lo que se lleva para siempre. Entre el amor y la muerte. “Pero no pasa nada” (2019), su ópera prima producida junto a Santiago Motorizado, transita romances y desamores con la dulce inocencia del indie pop como brújula. A esta suavidad se le solapa el inicio de un diálogo interno en “Cuando No Sé Quién Soy” (2022), disco en el que Amaia emprende un viaje hacia su propia identidad (“Bienvenidos al show de una vida en borrador”). Experimentando con nuevos ritmos, se calza todos los atuendos posibles usando como probador un pop vaporwavesco.

En su tercer disco amplía su búsqueda, no solo extendiéndose hacia afuera, también buscando dentro suyo, en las profundidades más recónditas. “Si abro los ojos no es real” es una carta abierta a la vulnerabilidad, un viaje que transita entre la pérdida, la frustración, la nostalgia de la infancia y el vértigo del amor. No ofrece respuestas cerradas ni moralejas simplistas; más bien nos invita a habitar las preguntas, las tensiones, las emociones que no siempre tienen un lugar cómodo en la experiencia cotidiana.

En este cuento de fantasía, se entretejen narrativas de su vida familiar, de su mente que da vueltas pesimista, de las sesiones acumuladas de terapia durante los últimos años en los que dejó su hogar de Pamplona para mudarse a Barcelona y de la muerte de su abuela. Es el desprendimiento de la raíz más no dejando de portar la herencia ancestral. Amaia nos cuenta una historia en relación a conflictos mundanos, que son incómodos de poner sobre la mesa, pero que ameritan hablar del elefante en la habitación para sanar. En cada canción, reafirma su voluntad de contar(se) sin artificios. Su sensibilidad no teme al riesgo y consigue que lo íntimo resuene como algo universal con su voz genuina.

Dice Clarice Lispector en su libro “Aguaviva”: “Pero sé bien lo que quiero aquí: quiero lo inconcluso. Quiero el profundo desorden orgánico que sin embargo permite presentir un orden subyacente. La gran potencia de la potencialidad”. Tomando materia de la arena escurridiza de un duelo que se descubre en el camino, que no tiene conclusión o tiene desdibujado el principio y el fin, que se trata de habitar la contradicción y el gris ambiguo, Amaia logra verosimilitud y poner a empatizar con piel de gallina y lágrimas a su público. Cajitas musicales, piano, bachata y breaks de drum n bass y amor, donde encuentra su -orden subyacente-. 

Dice el estribillo de ‘MAPS’ (mejores amigas por siempre):

Esos años no volverán nunca más
Date cuenta, mamá, que no vas a cambiarme
Sabes que ya tengo una edad,
no lo hago tan mal,
estoy harta de justificarme.

Para después cantar en nombre de su madre en ‘Auxiliar’, la otra cara de la moneda:

Cuando el mundo pese y el dolor moleste
Aquí espero para cuidarte, mi amor
Y tú no me escribes ni tampoco llamas
se me clava directo al corazón
Y yo puedo vеrlo,
Sé que estás creciendo
No quiero agobiarte,
yo solo te estoy queriendo.

Es de gran valor como artista decidir complejizar lo explícito para dejar a su público trabajar un poco en resolver la cuenta. Encarnando a su madre como un personaje, Amaia amplía sus recursos para plasmar lo autobiográfico, nos deja el momento de entender y empatizar en una pena que es de las más comunes. ‘Auxiliar’ se siente como un manifiesto de la honra, comprensión y el respeto que tiene por su madre, que es al fin y al cabo una persona, la mujer que tuvo siempre en frente, quien le enseñó todo, quien también extraña y siente dolor.

El contraste está constantemente presente, enamorarse es esperanza y alejarse de nuestra madre es un duelo con confusiones y penas. Querer ser libre pero sentirse sola. Le pesa la soledad y se distrae al intentar meditar o ir al cine sin compañía. Se resiste a las prácticas y rituales del autoconocimiento y amor propio que están de moda para abrirle la puerta al amor. Pero el amor retratado en este disco es la droga de enamorarse, de no poder concentrarse en nada y ser capaz de reírse de cualquier cosa, de reírse solo a carcajadas. El amor es una infinidad de nuevas posibilidades compartidas con alguien.

En ‘Magia en Benidorm’ proyecta escenas de esos momentos en la vida en los que simplemente te diste cuenta de que alguien te da vuelta el horizonte. Si existiera la posibilidad de romantizar lo romántico por más redundante que suene, sin dudas es lo que hace esta pamplonesa. Las canciones dedicadas a momentos de iniciar su relación te hacen querer volver a intentar creer en el amor aunque hayas creído que cerraste el corazón para siempre. Tengo un pensamiento es una de esas dignas de cantar a los gritos, de tocársela con una guitarra desde la calle a alguien que nos mira por el balcón: “Y hoy siento que está pasando / El día en que me doy cuenta de que me apetece estar toda la vida contigo y quiero hasta gritarlo / Y no, no quiero dártelo todo / Y así te sigan sobrando las ganas y nunca te canses de estar conmigo”.

Musicalmente siempre hubo en Amaia una cantautora firme y sólida con decisiones que se notan en la precisión de la composición, son esas decisiones las que logran que -las canciones caminen solas-. Por lo general bien sustentadas, contando una historia de principio a fin, o dejando siluetas de una historia que hay que terminar de escribir interactuando con ella. En “Si abro los ojos no es real” compartió la labor compositiva con figuras más que destacables como Judeline, Pau Aymí, Amore y Juan Casado Fisac (quien también trabajó con artistas como Duki y rusowski). La incorporación de Ralphie Choo en producción le permitió agregar otras claves a los ritmos, dando vueltas entre samba brasilera, bachata y pop, con un estilo de producción más minimalista y junto a Drummie hicieron beats que suenan literalmente a estrellitas. Haber vuelto a trabajar con Alizz trajo heredados sonidos de su segundo álbum, “Cuando no sé quien soy (2022), y también produjo algunos tracks con Daniel2000, su director creativo y el responsable de que podamos ver en imágenes concretas el mundo imaginario de Amaia. Un mundo de realismo mágico al que pertenece el su video anunciando el álbum con un águila llevandose la cámara.  

Se puede ver un amplio abanico de colores y herramientas que trajo formar este equipo, y esto la lleva a consolidar en este tercer disco sus propias virtudes como artista, cantautora y productora: lo amaiesco.  La pianista de conservatorio que lleva dentro tocando en loop en ‘C’est la vie’, los cánticos con melodías armoniosas que remiten a canciones de misa, la ternura o la picardía con la que encara algunos versos y la sinceridad descarnada con la que se aproxima a los conflictos familiares y emocionales.

Amaia cala hondo, abordando la muerte de su abuela, que logró morir en paz rodeada de su familia, en ‘Despedida’, una canción para gritar “Laralaralaralarara” celebrando esa forma de morir. O planteando que todo se va a acabar, algo que por un lado nos puede llegar a angustiar, pero también reconfortar en cierto punto. Nos saca piedras de la mochila y eso alivia: todo se va a terminar y nos vamos a morir. No significa dejar de preocuparse, pero si conocer la existencia de ese gris que aparece cuando no todo es tan lineal. Habitar también la sombra de la flecha que se clava, sentir el dolor y el perdón a la vez, el amor que es providencia en la vida y la muerte que angustia, pero puede ser homenaje y celebración. Así como “Si abro los ojos no es real” comienza hablando sobre una niña que está del otro lado de un puente en ‘Visión’, para invitarnos a cruzarlo en el recorrido, con ‘Ya está’, su último tema, nos cuenta que se encuentra con un niño, que estaban perdidos pero que había venido por él su mamá. Y es entonces cuando alza la voz: 

Vale ¿Y a mi quien me viene a buscar?
Me estoy mirando en un cristal
se ha presentado una verdad
que todos vamos a morir
y no se puede negociar
podría ser un animal
un pez espada, una paloma
No pensaría en esas cosas
Me moriría y ya está
Ya está

«Si abro los ojos no es real« no solo es su trabajo más ambicioso hasta la fecha, sino también el más auténtico. Preguntar “¿Y a mí quién me viene a buscar?” ahora que no vive con su madre y está sola frente a la vida nos deja una imágen desamparada. Amaia se consolida como una expresión de su identidad artística en plena expansión, en una artista que siempre buscó en muchos sentidos con sus obras la autenticidad, con una voz cada vez más singular y necesaria dentro del pop.

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