Los géneros musicales están más promiscuos que nunca: contundentes y alevosos. La sobrevivencia del reggaetón se ha desplazado de su caribe atómico para reubicarse en México (La Obsesión) y Chile (Sinaka) y la cumbia argentina no afloja su capital erótico. Está en el tema más escuchado en el país (‘Con otra’, de Cazzu) en el alcance de canales de stream cumbieros como Un poco de ruido, la megaconsolidación del proyecto Sin Miedo o los estadios completos para figuras como Ke Personajes o Luck Ra (aún éste prefiera al primo cercano, cuarteto). Pero al rototom y los teclados (que no están al pedo) aún después de demostrar vigencia les queda resto para condensar sabor. La valijita de la experimentación embriaga de sólo mojarse los labios: con nombres como Stridah, fabuloso productor con la cintura para hacer ‘Guiso’ de los Swaggerboyz y un arsenal en parrilla donde caben de Virus a Los Chicos de la Vía o los STEREO, dúo creador de las composiciones de Little Boogie o Rocío Sensación.
Ahora, ¿tenemos que hablar de cumbia y reggaetón para hablar de trap en la Argentina del 2025? En realidad tenemos que pensar en los habilidosos caminos expresivos que los nuevos nombres toman y van (al fin) estrujando su ortodoxia, una todavía tan emergente que no tiene nombre comercial (al fin x2). Hay un nombre, aunque también hay una portada y un delivery que no hacen más que festejar el que vendrá. Es Sebastián Castrege De Maio, a.k.a Elaiyah y su “Abrazando la soledad”, sucesor de “Despersonalización” (2024), un disco tan alentador que ni el propio artista cree la repercusión que está teniendo.
Un año puede resumirse en apenas dos sonidos. Para quien escribe, el que se va está contenido en melodías no instrumentales: el recreado con la alarma del tren llegando a la estación en ‘3090’ de K4 y el grito/trino característico de la cumbia, escuchado en ‘Type beat’ de Ill Quentin y ‘No tan mal’, de Elaiyah. Dos señales de emergencia, la primera en un corte de vías existencialistas, la segunda, con la melancolía amuchable que este nuevo artista acondiciona. Para quienes aún les cuesta adentrarse en el trap local, o para aquellos que hayan cerrado la puerta a la posibilidad de que el género gane signos nacionales, pues aquí está Elaiyah, con la desolación de Pala Ancha en ‘De regreso al penal’ (escuchar la desgarradora ‘Se te cae el velo’), lo magro de Pablito Lescano en los 90, la banca al Gauchito Gil y los piercings de los Wachiturros. Un niño criado escuchando “Versus” (1997) y “Leche” (1999) no puede querer hacer música de cámara o insistir en una mera copia de IKV. Este es el legado spinettiano que el 2025 quiere escuchar, nada de condecoraciones ceremoniales al alma mater de la dinastía.
Parte visible junto a Eluney Benedetti de la crew Camello de Barro (un alias en broma que usaban para subir los videos a YouTube), los pibes empezaron en 2020 haciendo beats ante la falta de un micrófono y ahí, entre un celu y la compudecristina™ hicieron camino. La ficha de Elaiyah es tan extensa en referencias que por momentos se vuelve casi imposible trazar diagonales. El disco narra con un stencil tropical, en primer lugar con su portada, una recreación perfecta de “Mi único amor” (2000), debut de Néstor en Bloque. De las pocas tapas que, en los jubilosos 2000, preferían los rostros en primer plano, podemos recordar también “Vuelve te lo pido” (2006) de El Polaco. El diseño gráfico que supo darnos magias imperecederas como “La lata” (2003) de SupermerK2 o “Estamos más allá” (2007) de El Empuje alternaba “tirando rostro” para imprimir los pósters. De todas las versiones del género, Eliayah se inclina más por la cumbia base, de la cual es fan. Es de allí donde toma su arrebato, tal le indicaron luminarias fiesteras como Escucha!, La Repandilla o Román El Original, aunque aquel jolgorio de principio de milenio hoy será excesivo y la intensidad estará al servicio de otra decisión que sorprende: la de inclinarse hacia el canto. Su lamento se adentra, no sin ciertas dudas, en la variante lírica, que toma por asalto a quienes esperarían encontrarse con canciones estrictamente rapeadas.
Entrando al universo sonoro de “Abrazando la soledad”, las decisiones seguirán refugiadas en ritmos fatigosos: la intro será la de ‘Yo tengo una piedra’ de Damas Gratis y cerrará con el cover de cumbia turra ‘Tan mal’. ¿Un trapper montado sobre estructuras villeras? ¿Que trae de vuelta a Los Nota Lokos? Sí, pero Elaiyah no se conforma con quebrar caderas y tener el pelo rubio, en 23 minutos de duración se filtran la salsa de Héctor Lavoe, Spinetta (‘Los libros de la buena memoria’ de Invisible) y una interpolación de Carlos Gardel. Tal vez el echar una mirada por sus maquetas consiga explicar la embestida que provocan sus beats, a veces expuestos con el rodillo chorreando pintura, otras, con una lejanía delicada que proponen el juego adivinatorio con parsimonia, como si al pasar, un señor de camisa planchada y gafas hubiese tarareado el hit de sus años mozos. El pulso excitado de un collagista made in Soundcloud devuelve esas posibilidades: de la referencia literal al reflejo sobre el que es necesario correr antes de que el resto de los ritmos devoren su luz. La metáfora alimenticia es cercana a esta formalmente llamada mixtape, esa misma aversión por multiplicar formatos, es la que conduce a seguir avanzando y nos deja manijas como teaser del paraíso.
El calco ilustrativo no es pose, ni mucho menos. En sus redes, Elaiyah comparte posteos de Christian de Lugano y luce como si Néstor en Bloque hubiese nacido en Estonia. Su música condensa el hastío de un presente y la añoranza de un tiempo cercano. Un dolor que desencaja por falta de costumbre, será en ‘Mi culpa’ la historia a corazón abierto de un neomalevo que ha sido traicionado y no por una mujer, sino por su colega, un hombre lastimado por otro hombre, sea el móvil envidia o inseguridad, la letra escapa de la trillada venganza y se ampara en la reflexiva (“¿Por qué vos, chupa pija, me admirabas a mí? / ¿Por qué vos, chupa pija, no te querías a vos?”). Priorizar la composición es un encare evidente y uno de los aspectos que vuelven al proyecto más adictivo, es el drama despiadado de ‘Cómplices’ (¡No sé si quedó tan claro que no habrá lugar / Para dos en el cajón, para dos en el cajón”), la escritura entre arrojada y voluminosa (usando palabras como aliteración o absorto) y en los quiebres de tan implacable narrativa que descansa, por modestos suspiros, en la pasión, que, como todo sentimiento proyectado en el disco, es ambiguo. En ‘Bien solo’ Elaiyah seduce con despecho: “Que seas cínica me enciende como una garrafita” para al final hurgar sobre la herida fresca “Cuando estés bien sola, prepárate para el dolor”. Esta canción es una de las más representativas del LP porque es donde el artista despliega un arsenal identitario: un maullido asfixiado que repite y dilapida en ‘El gran tirano’, un berretín entre quedarse sin aire y emular una bisagra falseada. Esta onomatopeya sui generis se combina con los zumbidos de la pista, como globos desinflándose y un mandamás que insiste en moverse en la ingenua misión de hacer tope sobre un país que tiene que esforzarse cada vez más para recordar el peso que tiene la imprenta (e impronta) nacional.






