“Every Loser” de Iggy Pop continúa con la batalla de la Iguana por permanecer en el podio de los rockeros inmortales. Esta vez con un álbum que se divide entre el más vigoroso punk juvenil y un ambiguo sentimiento de jubilación. Ahora posando junto a grandes músicos, algunos igualmente semi olvidados o quizás pasados a mejor vida: Taylor Hawkins, Chad Smith, Duff Mckagan. Fans, seguidores, herederos. Así y todo, para la Iguana, la batalla está presumiblemente perdida.
Desde mediados de los 80s, Iggy se ha visto envuelto en una lucha contra sus propias obras cumbre. Los álbumes que realizó junto a David Bowie a finales de los 70s impusieron un estándar que él mismo no pudo igualar. O, al menos, el público injustamente no ha podido superar. De esta manera los últimos cuarenta años de la carrera de la Iguana trazan una trayectoria ambivalente, que consta de discos muy dignos y obras olvidables.
Pero la persistencia contra todo pronóstico es también una seña identitaria de Iggy Pop. En 2016, cómo si de un spaghetti western se tratará, el vaquero olvidado y en el crepúsculo de su carrera logró encontrar su catarsis en un último acto heroico. Un álbum que pareció reactivar el aprecio popular y crítico: “Post Pop Depression”, coescrito junto a Josh Homme, cargado de una vitalidad que no se le escuchaba hace mucho a la Iguana y por eso considerado hoy su última gran obra. Demostrando que a pesar del tiempo, la genialidad de este hombre descamisado sigue ahí.
Es un hecho que Iggy siempre ha sabido rodearse de grandes compositores, músicos y productores, que saben encontrar una manera de complementar su lírica y así configurar grandes obras. La lista es larga y apenas comienza con James Williamson y David Bowie. En el periodo más bajo de su proeza creativa, Iggy Pop seguía colaborando con Steve Albini o Toby Dammit. Ahora bien, en “Every Loser”, la gran cantidad de nombres que integran la lista de intérpretes y compositores no ofrece un sello de identidad en la propuesta del álbum. Es hasta contraproducente. Se siente como una amalgama de los últimos estilos abordados por Iggy en las pasadas décadas. Hay atisbos de rock crepuscular como en “Post Pop Depression”, así como intentos de skate punk, al igual que en “Skulll Ring”. Desafortunadamente, su involuntaria polivalencia no es el peor de los problemas que posee el álbum.
“Every Loser” arranca con dos singles seguidos. El primero es ‘Frenzy’, una canción impulsada por sentimientos de desahogo, injuriando maldiciones contra el oyente. El segundo es ‘Strung Out Johnny’, una canción más en la discografía de Iggy Pop sobre la dependencia a la heroína. Ante lo reiterativo, lo que podría ser una marca de estilo se convierte en pantomima. El álbum está repleto de canciones que expresan la conocida lujuria por la vida de Iggy. Para bien y para mal. Es así como llegamos al momento más rabioso, e irónicamente más genérico, del elepé: ‘Neo Punk’, el track más monótono y efímero en Every Loser. Una canción que parece tener lujuria por el aburrimiento.
A pesar del decepcionante inicio, el álbum logra sorprender. Sin duda los mejores momentos se dan cuando la producción hard rockera se toma una pausa y las canciones se esfuerzan por considerar más opciones en su configuración instrumental. Son instantes que coinciden con una transformación necesaria en el viejo papel de la Iguana. Iggy deja de lado su interpretación de punk hiperactivo y te habla en su imitación de clásico cantante barítono, grave y con amplia experiencia, contándote historias fantásticas, alejadas de las clásicas temáticas de los excesos. Una piel que lleva intentando probarse la Iguana en años recientes y que en este disco escuchamos en ‘New Atlantis’ o ‘My Animus’. Mutaciones que hacen mucho sentido, pues aunque parezca invencible, la edad ya le pesa a Iggy Pop.
Lamentarse por los achaques no es lo suyo. Las dudas engendradas de sus penas sobre la vejez se aclaran en el corte ‘Morning Show’, un tema que roza el pop y configura los tres mejores minutos y medio de “Every Loser”. La composición captura lo que todo fan de Iggy espera y en definitiva ha disfrutado en su música: la honestidad. Cruda y desnuda. De la misma manera que funcionó en sus álbumes más violentos junto a los Stooges, como en sus incursiones avant-garde y en el rock duro. Si Iggy es un artista imprescindible en el canon musical es porque expone su verdad. La verdad que persigue al Iggy drogadicto, o al Iggy desquiciado. Esa ventana a las más profundas contradicciones y vergüenzas en su vida ha estado abierta a lo largo de su carrera a través de sus letras.
The clown you loved is dead
Morning Show
My insides have turned red
A future that is hopeless
Just makes each day delicious
Time is like a peel
It opens and reveals
En el libro Til wrong feel right, Iggy escribe sobre sus letras: “Son las palabras que llegaron a mi mente. Llegaron a caballo, tambaleantes, a punta de pistola en mi sien, a punta de pistola en mi vientre, con la aguja en el brazo, el porro en la boca, las pastillas en el torrente sanguíneo; (…) Hay profecías, idioteces, meticulosidad y delirios de grandeza. Su carga es pesada, me duele el cerebro. Sin embargo, son mi orgullo y alegría”. En “Every Loser”, a pesar de sus fallas, se entiende que Iggy Pop va a mantener ese compromiso hasta el final.
La frase de ‘Morning Show’: “Me arreglaré la cara y seguiré” sentencia con elegancia su posición frente al hartazgo de la vejez y la inevitable conclusión de la mortalidad. La Iguana no se va a ninguna parte. Probandonos, de paso y una vez más, que el padrino del punk aún alberga vergüenzas capaces de convertir en memorables crónicas. Pero, más importante aún, todavía posee la efervescencia en la sangre y la rabia en las palabras necesarias para crear una nueva y última gran obra para cerrar su carrera. El acto final de todo perdedor.