Cuando Sufjan Stevens anunció a través de su sello Asthmatic Kitty que este año volvería a sus raíces de cantautor, al indie folk, las guitarras acústicas y las cuerdas, nadie se imaginaba “Javelin”. Es que, después de años de experimentación electrónica en proyectos como “Planetarium” y “The Ascension”, y cruces entre la música clásica, el ambient y el new age en “Aporia” y “Convocations”, lo único que se puede esperar de Sufjan es que te sorprenda.
El primer corte de difusión, ‘So You Are Tired’, parecía indicar un retorno a los complejos paisajes sonoros, casi sinfónicos, de su proyecto de los 50 estados (por ahora tiene sólo dos entregas, “Michigan” e “Illinois”, pero Sufjan promete que dedicara un disco a cada estado norteamericano, cruzando la historia y la autobiografía). “Javelin” tiene algo de eso, pero también es mucho más.
Ya ‘Goodbye Evergreen’, la canción que abre el disco, anuncia lo que viene. El folklore acústico, suave y preciosista, inicia con una instrumentación reducida y la voz del cantante en primer plano, pero en la segunda mitad del tema, la cuidada construcción sonora se rasga y se abre con la introducción de elementos electrónicos, beats y melodías sintéticas que se superponen en un crescendo. Sin embargo no hay clash entre el intimismo indie de la primera parte y la experimentación glitcheada de la segunda: ambas se apoyan mutuamente, y comparten un mismo pathos barroco, cargado, doloroso. La hermosura del coro final (“you know I love you” – “sabés que te amo”) recuerda que, como indica el título, esta canción es una despedida.
El día en que “Javelin” fue publicado, a través de sus redes sociales, Sufjan Stevens lo dedicó a su pareja, Evans Richardson, que falleció en abril de este año. La relación no era pública, y de hecho, si bien muchas canciones de Stevens lidian directa y explícitamente con temáticas queer, nunca había “salido del clóset” públicamente.
No es la única tragedia que pesa sobre el disco. Hace algunos meses, el músico contó que una enfermedad autoinmune lo dejó completamente paralizado de un día para el otro. Pasó semanas internado, y sólo recientemente comenzó un proceso de recuperación que le devuelve, lentamente, la movilidad.
Es imposible hablar de “Javelin” sin mencionar estos hechos. Durante toda su carrera, Sufjan ha trabajado en paralelo con temáticas íntimas, confesionales, explícitamente derivadas de su vida personal, y con narraciones, historias, mitos. El tema de la representación de la vida en el arte no es accesorio, es una pieza central de su búsqueda estética. ¿Hasta qué punto es necesario contar, hablar de unx mismx? ¿Hasta qué punto es posible? ¿Qué se hace con el dolor cuando se escribe e, inevitablemente, se ficcionaliza, se edita, se oculta?
La muerte y la enfermedad no son temáticas ajenas para el cantante; es más, junto con la historia norteamericana podríamos decir que son sus temas fundamentales. Dos proyectos de experimentación electrónica han lidiado con la enfermedad: “Age of Adz” y “The Ascension”. Por demás, en 2015 su clásico moderno de indie folk minimalista “Carrie and Lowell” fue un trabajo conceptual en torno al duelo por su madre, de quién había estado distanciado durante décadas.
¿Cómo vuelve sobre estos temas en “Javelin”? En cierto sentido, no lo hace. Las canciones no parecen dedicadas al propio dolor, sino que se ubican en otro terreno: el de la memoria. ‘A Running Start’, por ejemplo, va sobre el inicio del amor, los primeros besos, un tema cargado de imágenes sensoriales y visuales en torno a la naturaleza (recordando de algún modo sus canciones para “Call Me By Your Name”). ‘Javelin (To Have and To Hold)’ se posiciona, en cambio, en un doloroso recuerdo: “it’s a terrible thought / to have and hold” (“es un terrible pensamiento / que tener y sostener”), canta en el estribillo, el más sencillo y perfecto de todo el disco. Y no por nada todo cierra no con una canción original sino con ‘There’s A World’, un cover de Neil Young, algo completamente inédito para Stevens.
Habita el lugar de la memoria de un modo particular, distinto a la nostalgia que caracteriza quizás a otrxs artistas que trabajan con la tradición musical de la americana: la mitologización del pasado estadounidense. Sufjan nunca cayó en esos lugares comunes (sus discos situados en el pasado norteamericano siempre trabajaron con la complejidad de la historia, no su simplificación). El arte que emplea es el de la conmemoración, el acto de recordar, de ubicar una serie de momentos, darles forma, traerlos al presente. Podríamos decir que si la nostalgia es la estetización de la historia, Sufjan trabaja con la memoria en tanto historización estética: no hay estereotipos ni grandes relatos, sino pequeños momentos que no pretenden distinguir verdad de ficción sino sólo relatar un recuerdo como es recordado.
El luto, cuando es trabajado en el arte, trae siempre estos problemas sobre los regímenes de la verdad y la ficción. Desde ‘Romulus’, en su disco de 2003 “Michigan”, Sufjan busca que su música funcione como un dispositivo de confesión: se preocupa menos, entonces, por la veracidad de lo que ocurrió y más por la posibilidad de construir una canción que pueda transmitir una verdad emocional de la memoria. En aquella canción, hablando sobre su madre enferma, cierra con uno de los mejores momentos vocales de su carrera cuando admite, con voz quebrada, “I was ashamed / I was ashamed of her” (“estaba avergonzado / estaba avergonzado de ella”).
No es la única forma, sin embargo, de musicalizar el duelo. En “Carrie and Lowell”, la estrategia era otra: el disco está cargado de referencias mitológicas, específicamente grecorromanas (y en los temas extra de ‘The Greatest Gift’, también de los pueblos originarios estadounidenses). Esa fusión de lo confesional y lo mítico era necesaria, en ese momento, para introducir algún tipo de distancia, un hiato que permitiera un lugar al oyente del disco.
Es una estrategia similar a la de Nick Cave en “Ghosteen”, donde la muerte de su hijo aparece, en el primer tema, semioculta bajo la imagen del “rey del rock and roll”, y luego en iconografías católicas y budistas. O a la de John Darnielle (de the Mountain Goats) en “The Sunset Tree”, que teje entre metáforas sobre la fundación de Roma y peleas con leones la dolorosa historia de la relación con su padrastro abusivo. La historia opuesta, la de la confesión directa (como en ‘Romulus’) también puede ser intentada. Es el caso de “Angel in realtime”, el disco de Gang of Youths donde el duelo ante la pérdida de un padre es relatado con honestidad implacable entre ritmos maorí y enormes paredes de sonido chamber pop. O el de la que quizás sea la obra maestra de este género, “A Crow Looked At Me”, de Mount Eerie, en el que Phil Elverum se desprende casi de la coherencia sintáctica para dejar que las palabras fluyan casi sin filtro para hablarle a su hija de la muerte de su esposa (“Sweet kid, what is this world we’re giving you? / Smoldering and fascist with no mother” – “Querida niña, qué es este mundo que te estamos dando? / ardiente y fascista sin madre” ).
Una cosa une a estos discos-obituario: son difíciles de escuchar. Requieren encontrar un lugar desde donde pararse para oír el dolor y poder soportarlo. No ocurre eso con “Javelin”, no porque la angustia no esté presente, sino porque su dispositivo narrativo, el del rememorar, inmediatamente nos invita, nos abre una puerta. Después de los terribles momentos que relata Sufjan en discos como “The Ascension”, es sorprendente encontrarnos en “Javelin” con tanta dulzura. Sin embargo, ahí está.
Está, por ejemplo, en la superposición casi fantasmagórica de voces en ‘My Red Little Fox’, que parecen apoyarse sobre los lentos teclados, en una melodía mínima, que se apura a repetirse para crecer paso a paso, para elevar su pedido (“kiss me”) a los cielos. La repetición siempre ha sido crucial en la escritura de Sufjan, y ahí está en ‘Shit Talk’, en un extenso final que hace desaparecer las referencias a las peleas y discusiones entre coros y sintetizadores, para sólo dejar que se escuche la afirmación del amor.
Es evidente que el cantante ya no es el joven compositor de inmensas melodías de comienzos de los 2000. Ha recorrido mucho terreno desde entonces, y no puede dejar atrás todo lo que ha aprendido en su búsqueda por espacios sonoros electrónicos que funden sintetizadores y flautas traversas, drum machines y violines. Mientras que en otros discos lo acústico aparecía acompañando al synth en sus momentos más calmos, en “Javelin” surge una unidad nueva entre ambos registros. No corresponde siquiera la etiqueta de folktrónica. Habría que inventar una nueva palabra para describir los maravillosos tonos de ‘Genuflecting Ghost’ o ‘Everything That Rises’. Quizás se trate de un nuevo folklore, que ya no identifica lo acústico con lo genuino y lo digital con lo impostado. La pasión por los sufijos de la época demandaría hablar de post-folk, aunque quizás sea ir demasiado lejos.
De alguna manera, el disco más parecido a “Javelin” no es otro que “A Sun Came”, el primer álbum de Sufjan Stevens, que ya cumple más de dos décadas. Al menos a algunos de sus momentos más noise, a las repeticiones terribles de los estribillos que suenan como lamentos: ‘Shit Talk’, la obra maestra del disco, una compleja composición de ocho minutos y medio sobre las disputas en una relación (“I will always love you / but I cannot look at you” – “siempre te voy a amar / pero no puedo mirarte”) recuerda a ‘Dumb I Sound’; ‘My Red Little Fox’, en su escala mínima, a ‘Rake’. Las comparaciones podrían seguir.
Claro que acá no está el humor de “A Sun Came”, una faceta de Sufjan que siempre ha sido infravalorada (como cuando en ‘Ativan’ cantó “I shit my pants and wet the bed” con la misma dulzura trágica de cualquier otro verso, o el absurdismo de ‘SuperSexyWoman’). No sorprende que no tenga espacio para chistes, que este disco sea casi solemne en sus descripciones infinitesimales de arroyos, pájaros y noches estrelladas, en sus reiteraciones acongojadas sobre el modo en que las personas se aman y se lastiman mutuamente.
La música de Sufjan Stevens siempre ha girado en torno al dolor, a la posibilidad de comunicarlo, de exorcizarlo, de sublimarlo, de conjurarlo, y a la terrible verdad de que es imposible alejarlo del todo. Como ningún otro cantautor contemporáneo, Sufjan entiende el problema trágico que implica para el arte la necesidad de convocar al propio dolor y el modo en que eso implica al mismo tiempo un intento por superarlo y un reconocimiento de su poder.
El problema ético y estético de la representación del sufrimiento no tiene más que soluciones de compromiso, parciales e insatisfactorias. ¿Es necesario que un artista sufra para que su obra tenga sentido? ¿Es el padecimiento una condición necesaria para el arte? ¿Es suficiente? Y nosotrxs, quiénes escuchamos: ¿de qué forma nos relacionamos con la pena del otro? En “Javelin”, Sufjan Stevens propone una respuesta posible: la de atestiguar, a través de la música, la verdad trágica de la coexistencia de la belleza y el dolor. El primer beso al lado del último: “you know I love you / but everything heaven sent / must burn out in the end” (“sabés que te amo / pero lo caído del cielo / debe agotarse al final”). La condición es no retratar la estupidez absurda de la muerte, las formas en que nos vuelve crueles en un instante, la ficcionalidad de la nostalgia. La condición es encontrar un lenguaje para hablar de la ausencia.
‘Will Anybody Ever Love Me?’, un tema que es absolutamente universal, se aleja de los detalles íntimos que el resto del disco revela implacablemente. En lugar de las viñetas descriptivas de otras canciones, en esta sólo hay una pregunta: ¿alguien me amará alguna vez? “In every season / pledge allegiance to my heart / my burning heart” (“en cada estación / prometé lealtad a mi corazón / mi corazón ardiente”), insiste el estribillo, un reclamo surgido de lo más profundo del alma, y cuando en la segunda mitad el ritmo crece, las voces se comienzan a sumar y la producción electrónica toma el primer plano, parece abrir un paisaje sonoro inmenso al que la canción nos conduce. Es sólo la tercera canción del disco, y aún habrá espacio para lo mínimo y lo gigantesco, las confesiones, las lágrimas y las sonrisas, pero sólo con ‘Will Anybody Ever Love Me?’, Sufjan Stevens demostró que aún es capaz de escribir himnos para la soledad, el anhelo, y, de alguna manera, pese a todo, la esperanza.