A mediados de 2024, Luisa Almaguer estrenó lo que hasta este momento es su máximo estandarte artístico: “Weyes”. De poco menos de media hora, el álbum albergó comentarios positivos, tanto de oyentes como de la crítica mexicana, posicionándolo como uno de los trabajos más relevantes de la escena independiente local para este año. Con ello, llega la necesidad de estructurar un perfil más amplio sobre su persona: ¿quién es la mujer trans que llegó para cuestionar su propia historia y, a su vez, cincelar los cimientos de la sociedad mexicana?
1. Identidad
Reducir a Luisa Almaguer a su catálogo sería, cuando menos, una auténtica pérdida de tiempo, pues es una de las voces más prolíficas del panorama nacional. Lo que quizás muchos no sepan es que, antes de ser música, a Luisa se la conoció por ser locutora. En una época comandó “La Hora Trans”, un podcast donde cedía los micrófonos a miembros de la comunidad transgénero y registraba sus historias de vida en busca de visibilisar otras formas de existir dentro del espectro de la diversidad sexual. A la par, en el mundo digital, formó parte de ASCO, que representó una bocanada de aire fresco en el rubro de medios de comunicación y estudios creativos a finales de la década pasada. Luisa, por ejemplo, fue la estrella de videoensayos sobre las personas LGBTTTI y la monogamia, temas que, además, trataba con una justa cantidad de humor.
Sin embargo, pese a su trayectoria militante y sus pronunciamientos políticos, si hay algo con lo que Luisa Almaguer nunca se ha identificado es como activista. “Yo jamás me diría a mí misma de esa manera. Pero sí, siempre tengo un poco esta onda de tener la responsabilidad de plasmar o de hablar del tiempo y el mundo en que me ha tocado vivir. Definitivamente tiene que ver con el tema trans, pues las cosas no están fáciles en ningún sentido para la población. Siempre eso termina filtrándose en las rolas y en mi quehacer, pues es mi vida”, dijo en entrevista para Sopitas.
A pesar de esa distancia discursiva, la vida artística de Almaguer se fue gestando en el marco de la plena explosión de sucesos políticos como el movimiento #MeTooMúsicosMexicanos, que representó un quiebre en la escena nacional, tanto en el mainstream como en los círculos alternativos. El caso de los Hawaiian Gremlins (una agrupación de dream pop que Almaguer seguía de cerca en el radar y parecía destinada a hacerse de un nombre en el under no solo de la CDMX, sino a nivel país) y su fin tras las denuncias efectuadas hacia su cantante, marcaron la pauta del punto de ebullición sociopolítico vivido en la música de México entre el 2016 y 2018.
En el medio de esa ola, Luisa comenzó a materializar su proyecto solista. Luego de haber formado parte de proyectos como Lowboy, dúo que integró en compañía de Enrique Servín en guitarra y coros, Almaguer comenzó a aventurarse hacía nuevos destinos, incorporando los que se convertiría en sus sellos distintivos en el futuro: la exploración con el sintetizador y la ponderación de la voz sobre cualquier otro elemento. Con la dirección bajo un único mando, logró encruceder aún más sus letras y, así, manifestar sus ideas políticas de un modo más transversal.
2. Música
El primer trabajo de Almaguer fue el EP “Mijillo” (2016), diminutivo de la palabra “Mijo” y expresión coloquial de hijo. El título no es en vano, pues la artista posteriormente aceptó que tuvo ‘dos salidas del clóset’. En entrevista para Trebel Latam, agregó: “Yo pensaba que era un adolescente gay. Primero salí del clóset así, pensando que eso era lo que era. A los 21 me di cuenta que no era eso: yo era una mujer, y una mujer trans. Siempre es difícil, pues el contexto siempre es violento para las personas que son disidentes y todos aquellos que no se comportan bajo la heteronorma”.
Desde “Mijillo”, Luisa Almaguer dio cátedra sobre experimentar en torno a una identidad ecléctica y cambiante. Mientras que las dos primeras canciones, ‘Me Hizo un Barco’ y ‘Al Tiro’, son estructuradas sobre una base de electrónica combinada con una lírica cínica, la siguiente pieza, ‘Valiendo Pito’, toma los elementos más agresivos de rock para hablar de las relaciones amorosas, lo sexual y los excesos.
Su pluma, afilada, es la que llama la atención en el parado nacional. El uso de pocas figuras literarias y el modo directo de describir es aquello que le da un plus a su proyecto e invita a la constante resignificación sobre lo qué es el arte (particularmente la música) y las sensaciones que genera en los espectadores. “Para mí el amor es un fin de semana en tu cama, lo demás son pendejadas / Me queda media erección antes de irme a dormir”, relata en ‘Valiendo Pito’, cuyo propio título no sólo referencia al miembro masculino, sino a una expresión usada en el país para denotar que una situación no te importa, o al menos finges que no.
Las bases cimentadas en su debut solo fueron acrecentadas en “Mataronomatar”, de 2018, en el que terminó de plantar bandera: no existe ningún otro camino que no sea lo disruptivo. Mientras piezas como la homónima le dan poder a la voz, demostrando su capacidad interpretativa al crear una atmósfera hipnótica, otras como ‘Básica’ y ‘Ecosistema Clímax’ conceden sus espacios a lo instrumental sin órden de lectura. Conforme avanza la maqueta, el sonido pierde cada vez más sus límites categóricos y danza entre un sinnúmero de géneros que resulta difícil de encapsular en una sola etiqueta.
“Mataronomatar” contiene también dos de los grandes hitos de su carrera. El primero de ellos es ‘Hacernos así’, uno de los motivos declarados por los que fue elegida para acompañar a Damon Albarn y su proyecto grupal Africa Express durante su presentación en el Festival Bahidorá (el recital, de cinco horas de duración, incluyó ‘On Melancholy Hill’ con las vocales de Luisa). El segundo es ‘Azote’, la que a día de hoy sigue siendo la canción más oída del proyecto, al menos en Spotify. Se trata de una especie de cumbia rebajada donde, después de letras llenas de violencia, inquietud y ansiedad, describe lo que parece ser una escena cotidiana de amor: “Te quiero siempre así, somos iguales que nuestros impulsos y de cicatrices. / Somos aliados del límite y de pastillas. / Los nudos del mecate rudos se parecen a ti y a mí, babe”. Una de sus máximas cartas de presentación, que sintetiza el encuentro entre los lugares comunes del romance y lo singular de su sensibilidad.
3. Weyes
Y así llegamos a su nueva obra. Palabra también escrita como güeyes, el título de su último disco refiere a la expresión empleada en México para referirse a los hombres. Alrededor de esta noción, Luisa hace un recorrido de todos aquellas figuras masculinas que formaron y forman parte de su vida, a través del ojo del amor, pero también desde la ausencia, el miedo y la distancia.
El deseo en la música de Almaguer no sólo se trata de la atracción sexual, sino también de aceptación, de hallar un lugar en el mundo. Pero en el otro plano del individuo, también se encuentra el pavor y la idiosincrasia de una sociedad mexicana que sigue sufriendo los estragos de la transfobia. En la entrevista en Sopitas, Luisa definió la dicotomía: “Es una contradicción, una disonancia, que en general podemos vivir las mujeres, de apelar al afecto y al deseo de los hombres (…) pero a la vez es una mirada que puede significar peligro. Digo, los hombres son los principales agresores de mujeres en el mundo”. Esa polarización queda impresa en lo musical. ‘Un día nos vamos a morir’, la primera pista del álbum, arranca con un acompañamiento por demás austero: una guitarra solitaria y la voz de Luisa narrando desde el dolor interno. La pista va en crecimiento hasta reventar en un riff de guitarra eléctrica, que parece extirpado de una banda neopsicodélica.
Por otro lado, la lírica de Almaguer se robustece en narraciones como ‘Wey’, donde una conversación aparentemente cotidiana termina por tratar esa ‘hetero-curiosidad’ que muchos hombres experimentan sexualmente con personas trans. Y lo que parece una actividad liberadora como lo carnal, termina por despedazarse entre prejuicios de una cultura abiertamente machista: “¿Cómo estás, güey? / Di por qué le sacas, si es tu miedo / Ay, dime la verdad, piensas que se te va a juzgar / Sabes bien que te gusta”, canta Luisa.
Pese a ser un punto inicial para hablar de temáticas como los derechos sexuales, no todo en «Weyes» gira en torno a lo erótico. Uno de los puntos de mayor gracia en la escritura de Luisa Almaguer, no sólo en este larga duración sino a lo ancho de su trayectoria, emerge en ‘Tío Hugo’. Esta pista, presentada como una carta, habla de la relación que la artista tenía con su familiar, un lazo íntimo que va desde lo platónico hasta llenar la ausencia paterna: “Ninguna merece al tío Hugo, ni yo”.
Aquellos relatos de hombres que fueron parte de Luisa (los amorosos, los cariñosos y los crueles) quedan plenamente acompañadas del sonido. El sitio web Rate Your Music califica este álbum con un insípido “Alternative rock”. Pero lo cierto es que el sonido es difícil de encapsular sin sentir que hay una pérdida sustancial. Sí, hay rock, pero también electrónica, noise y cumbia (entre muchos otros), creando una paleta extensa de colores. Es una masa sonora que exige más categorías o, en todo caso, ninguna, incluso si no desarrolla cada una de sus ramificaciones de principio a fin.
La valía de «Weyes» radica en la fusión entre un sonido sin mapas, orientado hacia el caos musical, y una literatura transformadora. Ahí su maestría: en el uso del lenguaje (verbal y musical), Luisa resignifica. Lejos de lo meramente decorativo o estético, carga expresiones cotidianas de una potencia otra, reubicándolas en un panorama inédito. En ese ejercicio, el mensaje no pierde ni validez ni fortaleza, sino que se desnuda, se acerca.
El producto termina por ser una vívida experiencia de una artista que se desgarra en cada canción para dar una perspectiva genuina, real y, para ciertos sectores poblacionales, incómoda. A la vez, quizás sin quererlo ni buscarlo, su creación funciona como una representación fidedigna de la comunidad trans: un espejo en la cual acercarse, verse, identificarse y, sobre todo, cantarle a los güeyes.