St. Vincent tiene la costumbre de cambiar su persona para cada álbum de su carrera. Son claras las iconografías creadas para algunos de sus discos más recientes: la estrella pop de neón y latex para “Masseduction” o la diva glamorosa de los 70 en “Daddy’s Home”. Para “All Born Screaming”, la artista ha construido una imagen cercana a sí misma, envolviéndose en blanco y negro, sin un personaje para crear distancia. Nos deleita con una faceta rockera y oscura que no teme jugar con la ansiedad, la pérdida y la dicotomía entre la vida y la muerte, que aún siendo tópicos constantes en el arte, no dejan de generar incomodidad en su tratamiento. De ellos suelen surgir obras como estas, en las cuales las sensibilidades que se remueven demandan una gran honestidad.
Annie es una figura consagrada del rock en el Siglo XXI. Cuenta con 8 discos de estudio, uno en colaboración con nada menos que David Byrne, uno de los fundadores de los Talking Heads. En cada uno de ellos, pone de manifiesto su habilidad compositiva para las melodías pegadizas, los riffs intrincados y la orquestación de instrumentos sinfónicos, y bucea entre diversos géneros como el electropop, el pop de cámara (o “Barroco”, en referencia a la instrumentación habitual del período musical europeo), el jazz, el rock alternativo, el grunge, entre otros. Con un estilo muy propio y característico es reconocida por ser una de las guitarristas más importantes de su tiempo, al punto de haber lanzado su propia línea de guitarras customizadas.
En el primer single de su nuevo lanzamiento, ‘Broken Man’, ofreció un adelanto que orientaba la expectativa hacia los sonidos del rock industrial; la vibra Nine Inch Nails era innegable, más aún sabiendo que no hace mucho ha sacado su propia versión de ‘Piggy’. Guitarras distorsionadas muy al frente que toman por sorpresa, un riff que aparece tímido y se va transformando a lo largo de la canción, una voz desgarradora, elementos percusivos electrónicos y una letra agresiva sobre un “hombre roto” reflejaban indudablemente que Annie Clark buscó explorar un aspecto más sombrío y ruidoso en su discografía. Este indicio en conjunto con la tapa incendiaria del álbum prometía cierta oscuridad. Sin embargo, la escucha del disco en su totalidad nos ofrece un panorama más amplio en el que se implican guitarras acústicas, atmósferas de sintes, pianos punzantes, ostinatos pop, y hasta una pista con base ska.
Estos contrastes responden también a la estética visual que ha decidido mostrar para esta etapa y a una mirada nihilista de la vida, en la que el reconocimiento de nuestra finitud lleva a revisar las prioridades y a hacer surgir lo bello de lo caótico.
Clark ha llegado a un momento de su carrera en la que puede permitirse crear algo nuevo con elementos reutilizados de otras eras de su historia musical, sin copiarse a sí misma. Eso se conjuga con que, para esta ocasión, ha decidido trabajar por su cuenta en la producción del álbum, por lo que “All Born Screaming” constituye un proyecto sumamente personal. No obstante, para su realización también cuenta con la colaboración de Justin Meldal-Johnsen en diversos instrumentos, la participación de Dave Grohl en la batería de ‘Flea’ y de Cate Le Bon en ‘Big Time Nothing’ y ‘All Born Screaming’.
La novedad que trae en esta instancia es el agregado directo de influencias del rock de los noventa a sus estilos musicales anteriores. St. Vincent hace un uso propio de los metales en uno de los temas más interesantes del disco, ‘Violent Times’, y recuerdan a ‘Marrow’ de “Actor” o ‘Digital Witness’ de su homónimo. En ‘Big Time Nothing’ recurre a coros que podrían estar en su predecesor, “Daddy’s Home”, ahora alejados del estilo setentero para insertarse en la estética de esta nueva creación. Podemos encontrar en ‘The sweetest fruit’ rastros de lo que fue “Masseduction”, pensando en canciones como ‘New York’, o incluso en algunas de las sonoridades del álbum “Strange Mercy”. Esto no significa que el resultado de incluir algunas inspiraciones que han funcionado en el pasado suene a algo reciclado, sino a enriquecer su creación a través de elementos personales artísticos que la destacan en la industria musical.
El entramado de “All Born Screaming” está constituido por las temáticas de sus letras, empezando por su propio título. Los dramas existencialistas están presentes a lo largo de los tracks, la idea de nacer gritando, del aliento de la vida pero también de la pesadumbre de la existencia. Desde ‘Big Time Nothing’, que presenta un recitado que juega el rol de un murmullo ansioso constante, sobre las expectativas propias y ajenas y el sentirse vacío, hasta la dedicación de ‘The Sweetest Fruit’ a las figuras queer que lamentablemente han dejado este mundo más temprano que tarde, la artista musical SOPHIE y el dibujante de caricaturas Daniel Sotomayor. Sumando su marca registrada, la imaginería católica, la lírica de este álbum trata de ver la angustia y la tragedia con su lado arriesgado, adrenalínico y bello, tal como la vida misma.
Different eyes
Violent Times
You’re the same, but I got different eyes
How could I ever have been so blind?
Blame these violent times
When all of the bombs inside
All of the wires I hide
All of the wasted nights chasing mortality
When in the ashes of Pompeii
Lovers discovered in an embrace
For all eternity
Es en este entramado de nostalgias, vivencias, experiencias y sonidos incorporados en los que nos la encontramos en una versión íntima, personal, más Annie Clark que St. Vincent. Sin embargo, la artista ya se constituyó a sí misma en el cambio de etapas y esta es una más de ellas, en la cual explora recursos musicales en los que no se había aventurado, pero que siempre estuvieron allí, en sus influencias, en sus gustos, y en su persona musical. “All born screaming” estuvo a la altura de sus expectativas. Un álbum versátil y con un final apoteósico gracias al track que le da nombre. Un claroscuro sonoro y emocional que refleja la experiencia vital.