Entendiendo el Trip Hop #2: El entrepiso de la mugre

Segunda entrega de la serie de reseñas Entendiendo el Trip Hop, dedicada a pilares del género. La edición de hoy va para el disco más tenaz del catálogo tripero, un clásico indiscutible e inolvidable: «Mezzanine» de Massive Attack.

En nuestra última crónica de los aires de Bristol, antecedimos que para hablar de trip hop es necesario detenerse en la agrupación de los muchachos del ataque masivo. Dentro de un viaje que empieza en unas líneas azules y por ahora se encuentra detenido en la isla de Heligoland, el aporte de esta banda al trip hop se basa en una mezcolanza de cantantes de diferentes épocas y estilos. Ellos se adaptaron los parajes sucios que evocaban Robert del Naja y Grant Marshall en la década de 1990. Desde la voz angelical de Elizabeth Fraser de Cocteau Twins hasta los sonidos roncos y amigables de Horace Andy, “Mezzanine” nos lleva a otros lados de la ciudad, con menos misterio y más suciedad, una suciedad que acecha para que cuando no veamos, entre a nuestras venas y nos manche hasta la médula.

Para nuestra sección Entendiendo el Trip Hop elegimos este disco por encima de “Blue Lines”, que suele ser visto como el álbum fundacional dentro del género, por la ruptura sonora que supone. Bebiendo de ese minimalismo oscuro que planteó “Dummy”, que lo vimos en el primer ejemplar de esta serie, el disco del escarabajo plantea otra búsqueda. Lejos quedaron esos grooves agradables del inicio de su discografía. Ahora un ángel cae del cielo para darle amor a alguien que no parece tener buenas intenciones, mientras se escucha una guitarra tan fuerte que asusta con sus riffs. Este no es un paseo tranquilo por las calles de Bristol, sino uno manchado por agua estancada lleno de horrores que, a la vez, son hermosos.

Desde esa estridencia angelical que abre el disco, aparece la voz intimidatoria de Andy con unos vibratos que resuenan en el cemento del entrepiso sucio y ahuyentan a todos los escarabajos que habitan en él. Esas vibraciones dan a entender que hay algo raro dando vueltas por la ciudad, una cosa siniestra que acecha. Quizás es el rey de los escarabajos que aparece en la portada del disco, pretendiendo invadir las junglas de cemento que se impusieron por sobre sus familiares. Tal vez es un monstruo humano invisible como las “personas juguete” que describe Robert del Naja en ‘Risingson’, esnifando sustancias en la canilla del baño de un antro. Es evidente que lo críptico también impera por sobre el ambiente de este disco, aunque sin escatimar en mostrar los costados más mugrientos de las sensaciones que podemos experimentar en nuestras queridas ciudades, mientras nos intoxicamos con productos manchados de sangre no humana.

Your cheap beer’s filled with crocodile tears

Tu cerveza barata está llena de lágrimas de cocodrilo
Risingson

El chiquero no es permanente y eso nos lo recuerda la voz de Liz Fraser, la única alejada de la mugre terrenal del disco. La cantante de Cocteau Twins aparece encima de estas bases lentas para mostrar su propio lenguaje secreto y confundirnos con sentimientos fuertes que evocan lágrimas, fuegos y flores negras que aparecen en medio de la noche. Un poco de la pureza del ambiente citadino entre tanta basura, otra exposición de la vulnerabilidad del alma humana dentro de la masa urbana (similar a la cantada por Beth Gibbons en “Dummy”), intentando sobrevivir a pesar de las adversidades. Liz suena muy cómoda y, a la vez, muy perturbada.

La perturbación empuja a una inercia que crece cada vez más; donde puede que nuestro deseo sea, como dice mi querido Bladee “comernos la noche”, para sentir todas las cosas que nos puede deparar esa noche joven que viene a destruirnos el cuerpo. Tal vez bailamos demasiado, o por ahí estamos pasados de droga en nuestro antro preferido y encontramos algo muy interesante en una mancha en la pared. 

Out of body experience interferes
And dreams of flying, I fit nearly

Una experiencia fuera del cuerpo interfiere
Y en sueños de volar, entro bien
Inertia Creeps

Hay contradicciones fuertes a la hora de sentir esta inercia. Se puede escapar rápido de nuestro cuerpo si nos damos cuenta de que nos destruye o nos puede terminar de drenar. Después del drenaje, viene la confusión en la que nos damos cuenta que caímos en el limbo de la existencia. Y nos percatamos: estamos ahí por aquellas percusiones que parecen sacadas de una procesión al infierno. Estos curiosos lugares intermedios, a veces aturden hasta el más avispado. La variedad de funciones de estos espacios hace que no entendamos para qué sirven. Si el entrepiso está en un complejo de departamentos, no alojan gente, y si es un edificio institucional, es raro que te digan que vayas para allá. Pero Robert advierte que viene la inercia, lentamente, aunque muy cerca de nosotros.  Por ahí el misterio de “Dummy” no se terminó de resolver y su respuesta se encuentra en este lugar, y la inercia nos la va a arrebatar. Y como muchas cosas en la vida, no vamos a terminar de entender el misterio detrás de ese entresuelo sucio, por mucho que caer en él sea un lugar familiar hasta para chicas disueltas como Sarah Jay Hawley (“Dissolved Girl”) y para Neo, protagonista de Matrix. 

La suciedad puede consumir a humanos, y por eso Horace Andy quiere escapar del vecino loco (“Man Next Door”) que irrumpe las noches de sueño pacífico que tanto necesita el ser humano para funcionar. La violencia de ese vecino contradice las raíces de la canción de The Paragons, que es un tema de reggae. Andy le saca esos ritmos alegres a la huida y la convierte en un martirio. Un martirio feo pero agradable, que nos da prueba de la magia siniestra que puede evocar el trip hop.

Al final, un intercambio extraño cierra este viaje citadino (“Exchange”). Uno más delirante y sobre todo lleno de suciedades que no siempre tenemos ganas de acordarnos que existen. Acompañadas por cuerdas siniestras, las atmósferas del entrepiso pueden tanto encerrarnos como hacernos salir de la alienación que nos da la ciudad. Hasta las notas emitidas por los instrumentos minimalistas sucumbidos a ritmos lentos nos pueden acompañar en un viaje rutero que hacemos para purgar toda la mugre urbana, para después volver a ella y poder entenderla mejor.

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