La primera vez que Nina Vera Suárez nombró a la oscuridad en su música fue para expresar temor. “Me asusta la forma de mi pieza en la oscuridad”, cantaba, a los pocos segundos de arrancar la obra con la que formalizó el inicio de una prometedora carrera discográfica. Marcado por el trazo urgente de la adolescencia, el tracklist de “Algo Para Decirte” encontraba su tono en la sensibilidad desbordante de quien mira al mundo con el asombro y la inquietud de un niño.
Un par de años después, en pleno agosto de 2025, una Nina de todavía unos jovencísimos veinticuatro vuelve a estar de estreno. Pero la figura que antes la aterrorizaba en sus narraciones ahora se convierte en el espacio donde nacen, respiran y orbitan las trece canciones que componen “El Lado Oscuro”, su flamante segundo álbum.
“Estuve pensando mucho en el concepto todos estos meses, porque me gusta que sea una especie de ensayo además de un disco”, nos cuenta, vía Meet, en la previa a su salida. “Hubo muchas veces donde la oscuridad fue una pulsión: un magnetismo que me hizo seguir caminos inesperados en la vida, que me llevaron a poder estar en un mejor lugar.”
Desde ese punto parte la nueva propuesta de la banda, con un pulso más maduro, pero también más denso y eufórico, tanto en lo conceptual como en el sonido. En lo técnico, el equipo de grabación se mantiene: Suárez en voz y guitarra, Manolo Lamothe en batería y Chicho Guisolfi (de Bestia Bebé) en bajo. A esta base se le suma la experiencia de dos años de gira ininterrumpida, en los que el grupo se terminó de afianzar como power trío, con Juana Muschietti como bajista titular en vivo. Como pieza final, Felipe “Pipe” Quintans (107 Faunos) vuelve a ponerse detrás de la producción y la mezcla, esta vez mano a mano con Nina, para acentuar una estela sónica que remite a los grandes tratados guitarreros del rock alternativo de los noventa.

[Fotografías por Terciopelo Agencia].
El resultado redobla la apuesta del proyecto: más explosivo y experimental en su ánimo indie; más intenso en el sentimentalismo de una autora que coloca la emotividad de la canción siempre como eje. Con esas armas, adentra al oyente en la profundidad de una oscuridad que se revela tan fascinante como expulsiva, tan visible como esquiva, tan oculta como familiar.
Sobre esto (y mucho más) charlamos con Nina para hurgar, junto a ella, lo que se esconde dentro de “El Lado Oscuro”.
Arranquemos por el inicio: la primera canción del disco (La Salvación) tiene una frase como “Ya no creo en nada”. Es algo que marca una ruptura con Algo Para Decirte, una especie de fin de la inocencia. ¿De qué se trató ese quiebre?
No lo pensé, pero ahora que ya lo veo como un bloque a todo el disco, me doy cuenta de que sí: hay algo de una especie de resignación, algo de perder el entusiasmo. A veces, cuando hablo con amigos más grandes, conversamos de que hay un momento en el que cada vez las cosas te emocionan menos, pero que eso puede ser algo bueno también, ¿viste? Un poco creo que se siente eso. ‘La Salvación’ es sobre la ira también, una canción de romper todo y tener ganas de destruir. En un punto también sobre la comparación con los demás, cuando sentís que todo el mundo está prefabricado y te creés atrapado dentro de eso. Sí: hay una diferencia con las canciones anteriores. A muchas las hice a los dieciséis, diecisiete. Estas son de ahora, y capaz son más pesimistas en algunas cosas.
Me remite a algo que mencionaste en la entrevista con Romina Zanellato, en Ruido y Sentimiento, y es esta idea de la oscuridad no como algo malo, sino como algo que, simplemente, no se ve. Bajo esta mirada, ¿qué es El Lado Oscuro?
Eso: lo que no se ve y traemos con nosotros. Siempre lo pensé mucho desde el lado interno: lo genético, la crianza, lo que se hereda. Esas cosas que sos vos. No como algo malo, sino como inevitable. Pero justo este fin de semana me fui a Santa Clara del Mar [localidad bonaerense de la costa argentina] con una amiga. Estuvimos un día ahí y otro en Mar del Plata, que están a treinta minutos en auto y una hora en bondi una de la otra. Santa Clara es así (hace una seña de chiquito). En invierno encima. Es hermoso, pero no hay nada. Y a la noche ves Mar del Plata, con las luces y el edificio de Havanna, toda brillante. Vos estás lejos, viendo esa cosa luminosa desde un lugar que es mucho más oscuro, y pensaba: no es oscuro porque es malo, porque no hay nada o porque es un bajón. Es porque está al margen, a la periferia de las cosas del centro y de lo que llama la atención. Es como la Capital y Buenos Aires respecto al Conurbano y las otras provincias, que también tienen esa cosa de no ser vistas al cien por cien. Relacionándolo con uno, se trata de las partes internas que no son las obvias, pero que están ahí y son todo el tiempo consecuencia de las cosas que hacemos, cómo nos comportamos y lo que creemos.
¿Cuándo apareció el nombre?
Apareció solo. Después me di cuenta escuchando el disco: “Ah, esto se menciona un montón, todo el tiempo”. Cuando pasa eso es increíble. Yo creo mucho en la intertextualidad de las cosas. No sé, por ejemplo, si agarrás un álbum y un libro que tenés en tu casa, van a estar relacionados porque vos los estás consumiendo. Entonces, probablemente con todo se pueda lograr una conexión. Así pasó esto, un poco inconscientemente. También pienso en las situaciones sobre las que escribía y en todas está esa oscuridad de la que habla el disco. Situaciones personales, pero también momentos donde la oscuridad era como una especie de pulsión. Hubo muchas veces donde fue un magnetismo que me hizo seguir caminos inesperados en la vida, que me llevaron a poder estar en un mejor lugar ahora. Ahí es donde no es una cosa mala ni buena. Es un: “¿Qué es eso?”, que perseguís y después se pierde, pero al final te libera. Aparece un poco como eso: un portal hacia escapar.
Me quedo con esta idea de lo interno, de lo que viene antes, y pienso en el uso de las fotografías de tu familia para el arte de las tapas. ¿Por qué esa elección para representar a las canciones?
Por un lado, quería que fueran fotos. Todo el disco anterior eran dibujos y quería cambiar. Pero las fotos son difíciles, porque las hacés o las encontrás. La portada del primer álbum de Bestia Bebé, por ejemplo, es perfecta, pero es muy difícil generar algo así. De repente me encontré con todas estas fotos viejas en mi casa y eran espectaculares, por sí solas. Tenían algo que estaba buscando: que te dé un poco de miedo. Que te parezca misterioso y siniestro, pero sin razón. No quería que fuera un monstruo o una oscuridad muy explícita. Entonces, nada mejor que una foto vieja. En la de ‘Roto por Dentro’, por ejemplo, hay una casita que es preciosa, pero que me da miedo. No sé por qué. Como esa cosa de: “¿Qué pasa ahí adentro? ¿Quiénes son esas personas? ¿Qué onda?” (risas). Así me puse armar un mapa con todos los nombres de las canciones, tratando de conectar lo que me pasaba con fotos que me encontraba, para terminar de hacerlo lo más turbio posible.
Se nota una dirección artística clara en las cosas. Y este es tu primer disco después de tu primer disco. ¿Qué desafíos y decisiones nuevas tuviste que afrontar?
Primero, la producción. El decir: “Yo quiero que esto suene así”. Es imposible saber eso antes de hacerlo por primera vez. Podés hacer algo que te encanta, pero hasta que no lo hacés, lo ves, salió, lo pensás y pasa el tiempo, no podés saber, porque antes ni concebías que exista. Entonces, en comparación con “Algo para decirte”, quería que sea más crudo, más guitarrero, más agudo. Menos flotante, que sea más violento y adelante, más rasposo. Tenía esa sensación. Por suerte, esta vez pude ir a las mezclas con Pipe, a todas. Mezclamos juntos: o sea, él mezcló, pero yo estaba ahí. Nunca había hecho eso y es una locura, porque terminás de grabar y pensás que ya está, pero no: la mezcla es todo. O sea, es dónde van a estar todas las cosas. Ahí también se le dio mucha personalidad al disco, fue muy importante.
También es un disco de banda, que se hizo en paralelo de haberse afianzado el power trío en vivo con Manolo y Juana. ¿Cómo se dio esa relación entre lo que pasaba en los escenarios y en el estudio?
Fue loco. En octubre y en enero fuimos a grabar, y ya habíamos estado todo el año trabajando el disco con Chicho y Manolo. Pero Chicho no podía tocar más con nosotros. Bestia es una banda que no deja de crecer y era ridículo, porque nos estábamos pisando. Ahí apareció Juana, que ya era nuestra amiga. Empezamos a tocar juntos y fue increíble. Se afianzó también que sea un trío porque había un momento en el que capaz se sumaba Marcos Canosa en la guitarra, que también grabamos con él. Era re lindo y re divertido, pero de repente entró Juana y fue como: “No, esto yo no lo suelto. O sea, no va a haber otra guitarra, nunca más.” Y se armó ahí algo muy loco, medio deforme e híbrido, porque empezamos a tocar con Juana pero a grabar con Chicho. Ensayábamos con ella para los shows y con él para grabar. Llegamos a tocar los cuatro juntos en un par de ocasiones para como romper las bolas. La transición la verdad que fue un delirio. Pero bueno, nosotros habíamos prometido eso: que íbamos a hacer un segundo disco juntos y lo cumplimos.
En El Lado Oscuro también parece que se termina de afianzar tu relación con la guitarra, no solamente como elemento de expresión, sino desde la dirección de estudio, con la presencia de capas, efectos y solos. ¿Qué lugar tiene en este disco?
Para mí es todo. Me importa más que la voz. Además, grabar las otras tres cosas llevó una semana y una semana. O sea: una semana baterías, una bajos y otra la voz. Y la guitarra fueron dos semanas y pico. Armamos una pedalera gigante mezclada con las de todos mis amigos. Tipo: “¡Enchufemos todas juntas!”. Fue muy divertido. Se volvió re importante, cien por cien. El disco es casi todo guitarrero además, quedó muy poco lugar para otras cosas. A veces pienso que, si me cortaran una mano… ah, ¡qué pensaba! Re trágico (risas). Pero estaría re triste, no sé si sería tan feliz sólo cantando. Como que necesito tocar. Es un tema de expresión. Somos medio animales igual. Ayer ensayamos y con Juana decíamos: “Che, somos unos monos, boludo”. Como que el disfrute ni siquiera está en lo que salga bien, sino en que te conectás con esa pedazo de madera y no sé, lo querés romper. Es rarísimo. Igual nunca los vamos a romper, tampoco la boludez. Pero como que te agarra una cosa sacada que es una locura. Me hace bien.
Un portal hacia adentro
Además de su voz (poseedora de una fuerza extraordinaria), es justamente en las seis cuerdas donde Nina encuentra la armadura para adentrarse en la penumbra del disco. Con la guitarra al frente, avanza como una tormenta entre las canciones: traza líneas penetrantes, a veces violentas y otras dulces, abriéndose paso hacia una parte de su imaginario que antes permanecía velada.
Si “Algo Para Decirte” era un coming of age relatado a través de juegos de mesa y cartas de amor, su sucesor se interna en otra latitud, donde la identidad, el desamor y la muerte se vuelven hilos conductores. No son temas nuevos: a mediados de 2020, Nina sufrió la partida de su madre, la artista Rosario Bléfari, y más recientemente la de su abuelo. Pero, ahora, estas ideas parecen cobrar otra dimensión.
La palabra “destruir”, por ejemplo, se repite una y otra vez, configurando el mapa emocional por el que se mueven sus letras. El proceso, cuenta, fue de escritura y reescritura permanente, parte de un periodo compositivo al que define tan activo como catártico. “A veces encuentro los cuadernos donde estaban escritas las canciones y está mil veces tachado: ‘Esta palabra no, esta no, esta otra no’.”
En esa búsqueda, Suárez afiló aún más su estilo verborrágico, cargado de metáforas y formulaciones imposibles como “Actitud indiferente espíritu de tiburón”. Sobre todo, logró conciliar la atmósfera común que recorre todo el álbum. ‘Los Barcos’, ‘Basta por favor’ y ‘Última Noche’ están plagados de paisajes de soledad y angustia existencial, noches insomnes y amores fantasmas. Entre ellos, también emergen piezas tempestuosas como ‘A Dónde’, en la que, atrapada entre dos mundos, grita “¿Dónde te quedaste? / ¿En qué parte del camino te puedo encontrar?”.
Aún así, “El Lado Oscuro” está lejos de caer en el cinismo. Quizás la mejor síntesis se encuentre en su apertura, ‘La Salvación’, que hace el giro completo del descreimiento total al despertar de la esperanza. “Pero mi plan se derrumbó / Cuando entraste trepando todas las rejas / Y al verte correr directo hacia la trampa que armé / Pude comprender que a vos, no quisiera lastimarte”. Esa ambivalencia atraviesa a toda la obra y suele encarnarse en la figura de un otro, algo que también aparece en nuestra charla: cada vez habla de sus amigos y colegas, Nina sonríe. Es un yeite que reitera a lo largo de la entrevista, al compás de frases como “Fue muy divertido” o “Nos matamos de risa”. Más que un chascarrillo, ahí asoma el verdadero espíritu de su música: si hay algo a lo que no renuncia, es a la ternura.
Cargado de belleza y estridencia en simultáneo, “El Lado Oscuro” está hecho de esos destellos imposibles: melodías azules que brillan aún en los lugares más opacos, como los relámpagos que desgarran el silencio tembloroso de una noche eterna.
En el disco tocás temas que, si bien no son necesariamente nuevos, sí los encarás desde otra mirada. La conciencia de la muerte y la finitud de las cosas, por ejemplo.
Son temas sobre los que uno siempre está pensando, siempre los tenés en vos. Nacés con la idea del fin. Pero se trató de ser consciente de eso. Siento que a veces te pueden pasar cosas, pero hasta que no te quedás solo en la mitad de la nada, no caés en todo lo que te falta o lo que es diferente en tu vida. También fue de un momento de completa soledad. De decir: “Ok, esta es mi vida. Esta es la gente que tengo cerca y estoy así versus el mundo.” Con altos amigos igual y una banda, que es un montón. Pero era un poco caer en cuenta de eso y del paso del tiempo. Pensaba mucho en La Pampa, algunos temas los hice allá. Y justo falleció mi abuelo, que era el papá de mi mamá. Y hubo un par de escenas medio locas, como de ir a verlo. Nunca había estado en una sala velatoria. Había una cruz gigante con Jesucristo y mi abuelo. No había nadie: todas sillas y yo. Y pensaba: “Wow. Un día estás ahí, vos, Jesus y no hay nadie más”. ¡Es una locura eso! Y a la vez eran escenas hermosas. Estuvieron muy presentes en el disco. A veces me da vergüenza cantar algunas cosas, esto de “Nos vamos a morir” (referencia a la letra de ‘Los Barcos’). ¡Pará, es una banda! Pero a veces hay que pasar ese pudor. Y vale la pena decirlas, porque funcionan en la canción.
El otro gran tema universal que aparece en el disco es el amor, algo que siempre ha estado muy presente en tu música. Acá también está encarado desde otro lado. Pienso en la frase «Miles de amores nuevos por destruir» (Amores Nuevos).
Es verdad que es como una contracara: amor y muerte. Porque amar y dejar de amar es un poco como vivir y morir en vida. Me acuerdo de sentir algo muy similar a la muerte y al sentimiento de que alguien ya no está en situaciones de pérdida de conexión con otras personas. Este disco es bastante fatalista, ¡ahora que lo pienso! (risas). Pero creo que trata de quedarse con lo vivido. La otra vez, hablando con unos amigos, salió lo del “amor platónico”. Y buscamos qué era, qué significa específicamente. Y literalmente es el “ascenso del amor”, como algo que existe en el mundo de las ideas. Creo que el amor está ahí en este disco. Es un poco eso, lo ideal, lo que genera campos magnéticos que te hacen hacer cosas, y hay que valorarlas un poco. Hay enojo también, bastante enojo.
Yendo al tracklist, hay temas como Los Buenos Días o Última Noche que se salen un poco del registro habitual de tus canciones, sea el pulso rockero o la balada acústica. Acá aparecen nuevos matices. ¿De qué se trata esa indagación?
Nació de estar produciendo con Pipe. Él es muy experimental. Es una persona muy elegante y correcta, pero yo le decía: “Pone algo loco”, y él: “¡Bueno, dale!”. Y tratamos de que sea algo no igual a todo. Él valora mucho que si es diferente, es divertido y hay algo valioso ahí. Y entonces salieron cosas como que en ‘Los Buenos Días’ el redoblante tiene un phaser (efecto de sonido) y cada golpe suena diferente. Capaz es algo re específico, pero hace que se arme toda una atmósfera. Él ahí también inventó un efecto hecho de muchos otros plug-ins, que le decíamos la arena. Es una cosa que suena “aaahhhggg”, después de las palabras. Y nosotros: “¡Ponele la arena! ¡Ponele la arena!”. O en ‘Última Noche’, que le dije que grabe unos teclados y quedaron re lindos. También grabamos unos palos de lluvia. Me alegra ver a las canciones evolucionar sin mí, en el sentido de: “Ya está: hice la canción, hice las maquetas de las guitarras, ahora que siga su propio camino”. Nace un poco de eso: de experimentar, divertirse y dejar que la canción sea lo que tenga que ser.
Hoy cuando salga de casa tiene algo muy inquietante, casi de relato de terror. ¿De qué se trata?
Esa canción la hice pensando en una película que me gusta mucho: “Hereditary”. Cuando la vi me enloquecí, me obsesioné. Agarré un pedazo del guión que me gustaba, que lo encontré en Internet. Y quería contarle lo que le pasaba al personaje de Toni Collete, la protagonista. También tiene un paralelismo con lo que pasa en el “Rosemary ‘s Baby”, que quieren usarla para que tenga el hijo del diablo. Es muy literal todo. El estribillo refiere a una parte en la que ella dice: “Loco, miren todo lo que hago y nadie me cree que me están persiguiendo”. Ese flash de que nadie te crea y todos están en tu contra, que es una paranoia que uno suele sentir a veces. Pero no lo había pensado en el momento. Con el tiempo me pasó de estar tocando la canción, estar por grabarla y darme cuenta que a veces me siento así. Me parece re loco, porque no era la intención. Era cien por ciento un homenaje a la película, y al final terminó siendo algo con lo que me identifico a veces. Esto de: “Yo lo único que hago es tratar de cuidarme y salir adelante, y a cambio no recibo ni una buena onda”. Es un flash muy personal y por lo general no es verdad, es una paranoia loca. Por eso en las películas nadie le cree al protagonista. Hay algo que es medio diabólico cuando una se siente así, endemoniada. Como algo anticristiano de sentimientos malos y que todo está mal. Sí: se fue transformando en una cosa personal, pero no lo era originalmente. También está bueno cuando se puede escribir así, porque te desligas.
Ya casi sobre el final aparece A dónde, que marca una especie de quiebre emocional en el disco. ¿Qué forma tiene esa canción?
Me acuerdo que en la época en que la empecé a componer estaba escuchando mucho Snail Mail. En su disco “Lush”, ella toca todo el tiempo cambiando la afinación de la guitarra. En un momento saqué unas canciones y tenía que afinar mi guitarra en re. Yo ya tenía el riff inicial de ‘A dónde’, con la afinación normal, y cuando lo probé con la afinación en re (por haber aprendido esos temas) sonaba mucho mejor. Se armó otra cosa, se movió de lo que era antes con la afinación normal, que sonaba más indie y “bonito”. No sé qué pasó, en qué momento se compuso toda. Salió. Es uno de los temas que tocamos hace más tiempo, desde antes de “Algo para Decirte”. Ya estaba ahí, y se fue deformando mucho. Cuando Juana se sumó a la banda terminó de aparecer la canción. De hecho, ahora es más sónica, más ruido, lo que termina de plasmar bien este paisaje de un camino largo, de noche, medio rutero. En un momento dijimos: “Tiene que sonar bien fumado”. No sé si quedó tan así, pero tiene eso de que te va llevando. Lo escucho grabado y lo quiero, pero es muy de la experiencia de lo que pasa en vivo.
¿Qué te pasa con el tema en vivo?
Es medio un trance. Para mí representa el final de los shows y a la vez algo muy liberador, porque es con la canción con la que empecé a tocar. Con Juana nos empezamos a tirar al piso: yo la tacleé en un show y ella me tacleó la vez siguiente; así, todo enredados. Antes no se me hubiera ocurrido ni en pedo, y no puede ser forzoso porque es muy trucho. La canción me llevó a una cosa de liberación escénica. Esto de saltar y rodar, más aeróbico. Yo siempre fui de estar dura mirando el piso y me invitó a pensar en mi cuerpo. Ahora me gustaría llevarlo a todo el show. Esto de estar suelto y decir: “Me dejo llevar”.
La letra es muy evocativa, muy poderosa.
Es una letra de pandemia. De estar yendo desde Buenos Aires a La Pampa en la ruta y que no haya nada. Me acuerdo que pensaba: “No sé en qué lugar de este viaje se va a quedar mi alma. No sé quién voy a ser cuando vuelva a mi casa, cuando todo vuelva a la normalidad.” Esa idea de que hay una parte tuya que ya se quedó en otro lado y que eso ya está, te marca. No sé por qué se puso romántica. No como algo del romance por alguien, sino de que a veces lo único que te salva es otra persona. De sentir que alguien te contiene.
Si bien es más denso, no siento que El Lado Oscuro sea un disco derrotista. Mi pregunta es: incluso en la oscuridad, ¿dónde encontrás las luces?
En estar en los momentos en los que sos consciente de los dos lados: del oscuro y del no oscuro. Esos instantes en los que todo se alinea y sos enteramente vos. Con lo malo, lo bueno, lo que es una mierda y lo que no. Y sos libre, porque te podés ver al cien por cien y disfrutar de algo tan simple como mirar un paisaje, caminar con un amigo y pensar: “Qué bueno que estoy vivo. Que siento y que me equivoco porque estoy acá. Porque me relaciono con la gente, porque me la juego”. Esas son las luces: sé vos.