Muhammad Habbibi, que antes se llamó Rodrigo Guerra, ha formado parte de proyectos de culto en la música rioplatense del Siglo XXI como La Quimera del Tango y Pequeña Orquesta Reincidentes, además de llevar más de quince años como mano derecha del ex-Abuelo de la Nada, Daniel Melingo, con quien están por presentar “Oasis” por primera vez en Argentina. Su largo alcance como multiinstrumentista lo hacen destacar incluso teniendo un perfil bajo muy cuidado. Su recorrido data desde los 90s y no cabe duda de que en todos esos años se ha formado profundamente como músico desde lo técnico y también desde lo espiritual.
Su conversión al Islam, su caracter especial de sesionista y los años de experiencia lo hacen un entrevistado interesantísimo, especialmente en el panorama argentino, donde no abunda su perspectiva, como si sucede, pensando en un cercano occidental, en el Hip Hop y el jazz norteamericano.
Actualmente Habbibi está trabajando por primera vez junto a la cantante mexicana Liza Casullo en lo que de momento es “un EP de bolerazos”, lo que conformaría un giro inesperado en la carrera de ella, que históricamente se desarrolló en el art pop electrónico. A su vez continúa como compañero en vivo de Paloma del Cerro, a quien le produjo su álbum “AMA” de 2019. También está en trío de guitarras con Juan Sleiman y Gustavo Semmartin como soporte para Pablo Dacal y su repertorio en homenaje al cantautor argentino Ignacio Corsini, proyecto que, en vez de concretarlo en un disco, lo están trabajando en formato película junto a Pampero Cine. La temática es Cancionero Federal y es tan profundo el interés por Corsini que Dacal ya escribió un libro al respecto: “Por qué escuchamos a Ignacio Corsini” (Gourmet Musical, 2021).
En 2012 Habbibi publicó “Guerra y Todo” con el trío del mismo nombre, una pieza rockera que ya no lo representa, a pesar de ser su único álbum como protagonista hasta la fecha. Esto último cambiará el año que viene con una obra de dos horas que viene a ser “una tesis de la última década”. Según cuenta el autor es “una mezcla de folklores que se desmadran y coquetean con el ambient”, a base de charango, tabla y producción electroacústica. Sostiene que “Seguro uno se encuentra referencias al trabajo con Melingo, toda la fantasía, los climas, paisajes y una psicodelia que, en vez de venir de algo rockero, se desprende del folklore”. El álbum ya está listo para el proceso de masterización, que será mano a mano con Gustavo Semmartin.
Va a ser una década de “Guerra y Todo”, ¿Cómo te sentís para encarar algo solista después de tanto tiempo y también tantos cambios?
Mi proyecto lo hago muy contento, sin expectativas, con ganas de ver la vida propia de la obra y hasta dónde llega. A su vez con todo acumulado dan ganas de ir evacuando. Vislumbro un buen alivio editorial. No me voy a comparar, pero Borges decía que él publicaba porque sino le quemaba la cabeza todo el material, es una forma de descargarlo.
Lo que estoy haciendo escapa a las formas de consumo breve, no estoy en un plan de canción de tres minutos. Son piezas para que estén horas sonando. Tampoco lo hago como “Ah, mi obra de dos horas y media que no encuentra lugar”, no, lo hago bastante tranquilo. Estando como está el mundo mirá si me voy a hacer problema por el arte.
Acá hay una clave, no estoy tan dedicado al arte, más bien en la música. Todo lo que le saque energía a ese vínculo no le doy mucha bola. Está bueno pensar en una gráfica y demás, pero si eso me come mucho recurso me lo guardo para más música. Nunca priorizaría el presupuesto de un videoclip por sobre la grabación de temas. Hay quienes se proyectan más como artistas y yo lo respeto y lo acompaño. De hecho me gusta colaborar con personas así, yo soy buena materia para esos proyectos.
¿Cómo te afecta el cambio de dinámica entre ser director de tu proyecto y ser colaborador del de otros?
Yo no tengo problema con nada a esta altura. Cuando colaboro en otros proyectos los hago míos también. No hay una necesidad explícita de decir algo yo, pero si tengo un montón de cosas para compartir. Cuando uno dice sesionista hay un arquetipo un tanto frío. En realidad vos escuchás “Clics Modernos” de Charly García y tenes ahí solos de Larry Carlton como sesionista que son un fierro, lo mismo Stevie Ray Vaughan en ‘Let’s Dance’ de David Bowie o Eddie Van Halen en ‘Thriller’ de Michael Jackson. Hay una mezcla de invitado y sesionista que es el lugar que a mi se me ajusta más. Porque a veces el invitado es un recurso mediático en la era del feat, a veces no, es algo del corazón que esté la energía de esa persona.
Lo que más importa es la vida de la música, ser funcional a eso. A mi me gusta ese rol, se obedeciendo o proponiendo en el estudio. A veces soy como un técnico y ni escucho el tema voy directo a lo que me piden. Yo hice mucho laburo de músico, tocando tango en hoteles, eventos, de todo. Me gusta estar en ese circuito. Incluso, las pocas veces que voy a ver un recital me siento raro, llega un punto que me quiero ir al camarín.
Me gusta que establecés una figura casi obrera, contraria a la fantasía que a veces hay, donde los músicos parecen seres místicos superiores.
Yo creo en el misticismo de la música, tengo una formación casi espiritual con la música, además de la técnica. El libro “El Misticismo de la Música y el Sonido” de Hazrat Inayat Khan explica la parte espiritual y metafísica de la música como algo dado. Eso es así, entonces yo no tengo porque agregarle más. En mi interior siento ese misticismo pero, para acceder más limpiamente, no lo pretendo. Si uno escucha músicas devocionales, que por más que estén tocando algo que conmueve a un nivel que la demás música no puede, tocan unas fibras muy íntimas del ser, los que la están haciendo no están prendidos fuego, mantienen cierta distancia del fenómeno porque son operativos. Hay un lugar del ego del melómano que hay que dejar de lado. El ejemplo que me gusta dar a veces es el del helado: Si te gusta mucho quizás te transformes en un especialista en helado y hasta aprendas a hacerlo, pero otra cosa es poner la heladería, porque cuando le estás sirviendo el helado a la otra persona no podés comerlo vos. Cuando era joven e inexperto yo pensaba que la admiración y lo que sentía el resto era por lo que yo hacía, pero estoy seguro de que no, es lo que les llega a través mío, que viene de otro lado y yo solo soy un administrador de eso. Cuando me di cuenta de eso empecé a dosificar, sacar, sacar, sacar, para que eso no se contamine con drama personal.
Marcás un momento de tu vida donde eras “un joven inexperto” y también muchos cambios en tu percepción, además de que en un momento hubo un cambio de nombre ¿Cómo se dio tu conversión al Islam?
Yo miro a mi mismo hacia atrás y siempre he sido igual. Pasa que estuve metido en envases diferentes que no tenían nada que ver. Eso es lo que mucha gente conocía y después se sorprendieron, hasta en mi entorno más íntimo. Pero siempre tuve los mismos intereses y con el tiempo empezaron a caerse las cosas y fue quedando eso. Siendo toda la vida creyente en un momento llegó la necesidad de practicar algo concreto, no solo una cosa intelectual de leer y que me resuene, sino ponerle el cuerpo. En un principio yo leía el Corán y entendía que era para mi, pero no sabía cómo entrar. Para mi los musulmanes eran los árabes y la mezquita de Palermo. Tuve la fortuna de encontrarme con un colega que estaba en el sufismo. Conocía los libros de Yalal ad-Din Muhammad Rumi y conocía a Nasreddin, pero no estaba al tanto de que eso existía ahora. Fui entonces a la Tariqa Naqshbandi (tariqa significa vía, escuela, también cofradía) y encontré mi lugar. Como se dice, el camino me encontró a mí, más que yo al camino.
Cuando me encontró fue demoledor y se cayó lo que faltaba caerse. Yo ya venía sin consumir alcohol, prefiriendo determinados ambientes, determinadas formas de hacer música, cambiando mucho hábitos alimenticios, sintiendo que era más yo ese. De pronto vino la religión y entré como un caballo, con la plena conciencia de que entraba a algo para lo que no había vuelta atrás ni se termina nunca, es algo de todos los días. Básicamente consiste en trabajar en uno mismo para una mejor condición en la otra vida, pasar por esta prueba en este plano que es importantísima. Lo cual es muy ergonómico con la edad que tengo.
Esto influenció todo. Quizás si trabajaba en un banco hubiera tenido más ruido, pero la música tiene habilitadores de onda que si vos tenes un gorrito, barba y ropa estrafalaria está todo bien. Después tenes mucha presencia de músicos convertidos en la world music o en el jazz que están como peces en el agua. Además la gente con la que trabajo no hizo más que apoyarme siempre. En un momento me dieron un nombre y dejé de usar el antiguo, lo que fue un cambio muy drástico. También pasé a tener otra disponibilidad por estar con Melingo que es un trabajo de muchas horas y mucho viaje. A su vez dejé de salir de noche excepto para tocar, aunque igual intento tocar lo más temprano posible. Todos factores que favorecieron una especie de aislamiento. Tengo una conexión con el circuito muy jugosa, pero no estoy en el mundillo. Estoy en plena actividad pero en un perfil muy bajo que me tiene muy cómodo.
Hay muchos hábitos de consumo que cambiaron y también estos se traslada a la música ¿Cómo es que este camino afectó este campo?
Acá veo un problema de la sociedad. Por mi sistema de creencias entiendo que todos deberíamos observarnos y trabajar en nosotros mismos. El que evade esa responsabilidad después lo paga caro. ¿Qué pasa? Todo el mundo está para divertirnos y distraernos, la música también cae en eso. Si hago arte con mis dramas personales en vez de resolverlos es muy probable que tenga una audiencia dispuesta a entretenerse e identificarse con ellos. Si soy una persona que trabaja sobre mi esos dramas tendrían que ir tendiendo a desaparecer, pero si soy un artista y vivo de ellos, tengo que renovar e inconscientemente buscaría nuevos dramas para hacer nuevos discos. Por ejemplo, suponete que vos sacás un tema que es un éxito y tiene una energía oscura; después crecés y cuando tocás ese tema no tiene esa energía completa, porque vos sos otro, pero algo queda. Empieza a haber un material radioactivo. A esta altura imaginarme a alguien deprimido escuchando mi obra y deprimiéndose más es algo que no concibo.
Llega un momento que las anécdotas se agotan. Sacaría algo de mi anecdotario para una obra de arte si fuera una solución, nada más. Prefiero el mundo de la abstracción. Ya no le entrego a motivos estéticos procesos ingeniosos que no son sanos. Lo cuál también hizo que yo mismo dejara de consumir un montón de música. La cual amé en su momento y ahora, si bien no tengo ningún sentimiento en contra, pero como las comidas, elijo no consumirlas.
La humanidad se ha perdido mucho por puertas que ha abierto el arte y por esas mismas puertas también puede volver a encontrarse. La música está hecha de mecanismos arquetípicos, piezas como de la ferretería pero de música, piezas que uno conoce y estudia. Determinadas combinaciones tocan cuestiones sentimentales de quién escucha y cuando una letra está asociada a eso entra como una piña. Un concepto más racional entra a un conjunto del inconsciente. Cuando volvés a escuchar ese mismo arquetipo en otro momento es probable que lo despierte, que pase lo que en psicología llaman la abreacción, revivir la situación. Pasa cuando uno escucha música o ve una película, que se emociona, se alegra, se entristece, se asusta, pero no por el guión sino por lo que le están despertando a uno esos arquetipos. Yo me dediqué a estudiar esos mecanismos y empecé a tratarlos de una manera más aplicada, no tan porque me gusta o porque está bueno, sino tratando de favorecer determinados estados de quien escucha.
Es por eso también que le escapo al tango. Yo hice tango durante muchos años y después lo hice creyendo que era en broma, con La Quimera del Tango, pero al final la energía era la misma o peor. Ese contenido radiactivo lo tuve que dosificar porque me convertía en un farsante o me inmolaba con el oyente. El tango es como las películas de terror, si son buenas te cagás de miedo, te hacen mal, si son malas son una tontería. Hay mucho tango que está en la tontería porque ¿querés que sea de verdad eso que está relatando? Si te come ese personaje es terrible. De todas las maneras hay algo de esa radioactividad que me afecta. Siempre que estemos hablando de mi como solista, después colaborando puedo ir un poco por ahí, pero el que se la está jugando es el artista, yo soy una especie de primer ministro.
En tu amplia gama de instrumentos, muchos vienen de Medio Oriente, Turquía y la India ¿hubo algún tipo de retroalimentación entre la energía que buscas desarrollar y estos artefactos sonoros?
Si bien mi instrumento es la guitarra, cuando empecé a tocar el contrabajo escuché el álbum “Arabian Waltz” de Rabih Abou-Khalil, que es un intérprete de oud y dirige una pequeña orquesta. A mi me voló la cabeza ese sonido. El oud es más antiguo que el sitar hindú, de ahí viene el laúd por ejemplo. Es un instrumento con un sonido muy profundo, típico de la música árabe y turca, terminado de perfeccionar en Andalucía en la época de la invasión árabe. De gira fui probando distintos ouds hasta que di con uno que me gustó, hecho en Siria, y me lo traje. Al tocarlo el oud resuena en las costillas, tiene una energía que traspasa paredes, no tiene un gran volúmen pero es como que envuelve.
Después fui aprendiendo sobre los modos musicales, las ragas hindúes y los makam turcos, árabes e iraquíes. Makam significa lugar, estación espiritual, tumba y también es el modo musical. No es de extrañar que en inglés modo sea “mood”, que también es estado de ánimo. Las escalas son como el DNI y el modo la persona. En aquel momento dejé de tocar escalas para tocar modos, que son energía, la situación espiritual. Entendiendo esto no vas así nomás, pisás con otra sensibilidad. Me pasó una cosa curiosa, yo en esa época todavía tomaba cerveza, pero cuando tocaba el oud no tomaba porque algo me hacía ruido. Como si la cerveza tuviera una energía muy bruta para esa sutileza que yo buscaba.
El oud me empezó a llevar para Medio Oriente y yo, que venía releyendo, La Biblia, después La Torá y el Nuevo Testamento, estando de gira me compré el Corán. Las mismas fibras de lo que tocaba iban para ahí. En el interín leí un par de libros bastante interesantes, uno “El Misticismo de la Música y el Sonido” de Hazrat Inayat Khan y otro un compilado de teorías: “Nada Brahma”. “Nada brahma” en hindú significa algo así como “Dios es sonido”, son miradas que expresan que, lo que uno conoce como la música, que es lo que suena, en realidad es una representación de la verdadera música. La verdadera música corresponde a un mundo de lo no circunscrito, es un mundo potencial que todavía no es materia, es ante-creación. Cuando uno toca el modo musical está tratando a ese lugar, sabiendo que nunca llegará. Son las cosas en potencia, en el modo ideal. Ahí empecé a entender que una nota musical que se escucha, no es la nota, es el sonido producido, ya es un fósil de esa nota. La nota es una abstracción y todo en vos y en el instrumento apuntan a llegar ahí, sabiendo que no se llega. Es como correr hacia el horizonte. Pero correr hacia el horizonte a vos te da un foco y te da un correr más sutil, más firme. Es la proyección lo importante, mientras más lejos o más fino lo hagas, mejor va a ser tu condición. Ahí se tocan el trabajo espiritual con el musical.
Espiritual es un término que se puede aplicar a la química, cuando vos echás fuego de una probeta a algo, lo espiritual es lo que se eleva, el cuerpo es lo que reposa. Un trabajo espiritual tiene que ver con, desde esta realidad física, ir encontrando una esencia. El alma es otra cosa. Aparte lo espiritual es infinito, puede ser el humo o el vapor que sale de algo, pero ese es el principio, lo más grosero, después lo espiritual es una sutileza a la cual no llega ni la energía ni el pensamiento. Sabiendo que en la vida uno no lo va a palpar, ¿dónde tiene lugar eso? en nuestra creencia lo tiene luego de morir. Consideramos que la vida es un terreno donde uno se prepara para eso.
Si bien el Islam está presente en todo el mundo, en Argentina la representación es poco reconocida. Está el caso de Miguel Abuelo, que era sufi, pero no conozco mucho más ¿Vos tuviste referentes de músicos de tu religión en el país o personas que manejan instrumentos de aquellas tierras?
En la Tariqa Yerrahi, que no es la mía, se trabaja mucho en la música y ahí hay un maestro llamado Sami Sebastian Müziki que es un grande. Un poco más secular está Douglas Felis, multiinstrumentista y maestro de instrumentos de Oriente, yo tomé clases de oud y makam con él. También Matías Mahmoud Ortola es maestro de música de Medio Oriente y el norte africano, Santiago Michael en lo que refiere a África y Sergio Bulgakov y Leo Fernández expertos en la de la India. Sujetos especializados en música de un lugar específico.
Yo estoy en un punto de fusión porque no pretendo ser purista, ni me voy a hacer el árabe ni el turco. Hago música sufi que coquetea con Pakistán y la India, también con Turquía, pero no puedo negar toda la grela platense que se le pega. Cuando trabajo dejo ventanas abiertas y la mugre se mete e incorporo ese material, dejo un gran porcentaje del accidente folklórico.
Hay gente que no está haciendo música orientada a eso, pero está en el camino, un montón. Miguel Abuelo tuvo un paso por el sufismo, pero no se lo bancaron. Sufismo hay muchas clases, es viejo como el ser humano. Básicamente es el camino de dejar el mundo atrás y quedar en la presencia divina, del amor de Dios directo. Eso se ha prestado a muchas conclusiones y a mucho new age y demás. Pero la verdad es que el sufismo abrazó el Islam, porque el sufismo es monoteísta, nunca se acogió a rigores religiosos como los pensamos en Occidente. Cuando entrás en la religión desde el Islam no tiene que ver con los dogmas de la iglesia romana. Es una relación muy personal con el creador, no hay jerarquías, si maestros en los cuales apoyarse y que te guíen. Nadie viene y te pide la tarea o te absuelve de tus pecados. Tenés la figura del derviche, que es la persona que está totalmente emborrachada del amor divino y vaga perdida en este mundo. Está en el mundo, pero no vive en él. Miguel Abuelo se ajusta mucho a este perfil. La gente que lo recibió era un sufismo no especialmente islamizado, gente que ha tomado prácticas, como sucede con el yoga que es una actividad devocional, pero hay quienes toman solo lo mecánico. Miguel Abuelo probablemente haya sido más derviche que los que lo recibieron y no lo pudieron tragar. Era un loco, dicho con todo el amor del mundo.
¿El trabajo con Melingo y el poder recorrer el mundo con él influyó en tu apertura a estos conocimientos?
El mismo Melingo tiene mucho de derviche en el Linyera. Con él ya van quince años de trabajo juntos. He visto nacer discos desde que eran notas en un cuaderno hasta su realización. Siempre ha estado claro sobre quién recae toda la responsabilidad y eso nos ha dado una forma de trabajar casi sin tener que hablar, transformarme yo en una especie de accesorio adaptador para que todo se vuelva realidad. Eso fue hasta “Oasis”, que ahí tuve un rol un poco más corrido porque hubo otra gente que se dedicó a la producción. Estuvo buenísimo porque me dio un montón de espacio para mí mismo.
De chico tenía los vinilos de Los Twist y la vida me regaló trabajar con gente que estaba en esos vinilos. Yo trabajo a la par, pero nunca pierdo el eje en que es una persona que fue guía en mi desarrollo. A Daniel lo veía trabajando en los Lions In Love y pensaba “quiero ser como este chabón”, el tipo era dueño de una banda en la que él no estaba en la primera línea, lo veías cocinando. Fijate como terminé yo, así. En el momento en el que él da el paso al frente, porque siempre fue una figura de perfil más bajo, aparezco yo para hacerle la segunda, según sus mismas palabras. Es un engranaje maravilloso que lo podemos remontar a mis once años de edad.
Con el proyecto de Daniel conocí Europa, prácticamente toda, Canadá, Colombia y Turquía. Lugares claves para mi como Grecia y Estambul. A beber ahí de un par de fuentes impresionantes. Todo lo que me ha abierto ese trabajo es incalculable. Es trabajar en una liga con la que muchos sueñan, pero pocos se la bancan: Tocar hoy, terminar tarde, salir del hotel a las cinco de la mañana para tomar el avión y así treinta días. No turisteás, sos un tripulante. No importa que tengas la octava maravilla del mundo a la vuelta, si tenés que descansar, descansás. Yo entré en un viaje muy groso con eso, que acompañó todo mi proceso interno.
Si vos ves mi Instagram por ejemplo, hay fotos de todo el mundo pero que son detalles irrastreables, yo vivo en esos lugares. En la música hago lo mismo, existo en las rendijas, en los microcosmos. La sumatoria de todo eso es la realidad. Es como las películas: Si vos solamente tenés una buena historia, pero no está bien metida en la mugre de la realidad, no termina de pegar. También están las que se pasan de rosca y son solo lo cotidiano. Hay algo en el medio, pero más tirado al microcosmos, que es donde a mi me gusta pulular. Cuando viene un artista con un disco en la mente, lo que me trae es la historia, yo lo que hago es llenarlo de cotidianeidad, de cosa viva. Es como un esqueleto que hay que vestir, ver si es gordo o flaco, de qué color son sus ojos, a qué se dedica y toda esa sustancia.
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