Hay gente que habla del Flaco como el mejor músico de la historia argentina, otros dicen que es el más grande que haya pisado la tierra y algunos directamente creen que es Dios. Pero estos fanatismos suelen ser problemáticos e incluso hasta le molestaban al mismo Luis. Que era ni más ni menos que un ser humano al igual que todos nosotros, con virtudes y defectos. Sin dudas fue un grande y lo más valorable es que lo que se escucha en sus discos es único. Su voz y sus armonías no lo hacían un virtuoso inalcanzable, pero si un artista inimitable. En efecto: hasta de un poema sin firma ni contexto dicho alguien que lo lee y que conoce la estética spinetteana puede darse cuenta si se trata o no de un escrito de Luis, quizás en gran parte por la excéntrica y precisa elección de palabras que realizaba, tales como “diáfano», “diadema”, “lúcuma” y “credulidad”, por ejemplo. Así, inclusive el propio Luis Alberto, al menos un poco, se colocó (coloca y colocará) en la clásica torre de marfil de los poetas, lugar del que activa y discursivamente él se bajaba por no querer ser visto como una especie de deidad o simplemente como un soberbio.
Él tenía una concepción de que el arte debía ser algo hermoso y, si bien esa es una idea super limitante, le ha funcionado en toda su carrera. Y en “Para los Árboles” es el punto más alto al que llegó con esta búsqueda. Sin embargo, este ha sido un álbum injustamente olvidado. En parte por la mala costumbre de la prensa del rock de idolatrar músicos al punto de tener miedo de salirse de la eterna repetición de alabanzas vacías. La cobertura de este disco, como la de tantos otros álbumes tardíos de Spinetta, fue vista como una oportunidad del periodismo para hablar de viejas andanzas de Almendra y Pescado Rabioso, sin prestarle atención a la novedad. Parte de la culpa también se la podemos adjudicar a Luis, que estaba en una época de pocas presentaciones en vivo, venía de lanzamientos poco significativos como “Elija y Gane”, “Argentina Sorgo Films”, “Los Ojos” y “Silver Sorgo” y que en una conferencia pública de aquel 2003 se dedicó a despotricar violentamente una nota excelente de Pablo Schanton que justamente era la única reseña hecha con criterio que había salido. Pero ya habiendo pasado un buen tiempo de esto es momento de poner a “Para los Árboles” en el lugar que le corresponde.
Al contrario de los tópicos corporales humanos que siempre obsesionaron al Flaco (las manos, los ojos y, bueno, ese tajo) o cuestiones más bien sentimentales como la soledad y el enamoramiento, acá las letras se dedican a retratar la belleza de fenómenos sutiles que se dan en biomas sencillos. Relaciones naturales entre árboles, fauna voladora, el agua, el cielo y el sol que pueden conmover a cualquiera a través de la voz de Luis. Esto se ve explícitamente en el nombre de varias canciones (como en ‘cisne’, ‘halo lunar’, ‘ciénaga dorada’, ‘el lenguaje del cielo’, entre otras) como también en las letras de cada una, ya que las referencias a elementos de la naturaleza tales como el viento, la luz, el sol, la luna, las hojas, etc., abundan a lo largo de todo el disco. Sin embargo, esta especial atención a los cuatro elementos naturales y a lo que se deriva de ellos no significa que el disco carezca de referencias o retratos a la corporeidad humana, pero sí significa que la mayoría de este tipo de alusiones están ligadas o subordinadas a fenómenos que existen por fuera del ser humano. Esto último se ve bien representado, por ejemplo, en unos bellísimos versos de ‘Agua de la miseria’ («Tu sombra da/ contra el muro/al que quiebras/en múltiples ecos”), en el que se menciona inclusive a una segunda persona y a su sombra, pero en el que se evidencia que la poesía no se detiene allí, sino más bien en aquello que esta corporeidad genera: ese múltiple sonido que se expande resonando al unísono.
Los árboles a los que se dedica el álbum no son los que todos conocemos, sino otros. Spinetta hablaba de un fuego arraigado en nuestro interior con forma de árbol. Esta simbología queda a libre interpretación para cada uno, pero hay una certeza que es la inspiración en la obra del escritor y antropólogo Carlos Castaneda. Cito palabras de Luis:
Castaneda dice que en la tradición de los Toltecas, los árboles son aquellos brujos, que eligieron el camino más corto y fácil para lograr la trascendencia y como si fuera un castigo, quedaron transformados en árboles. A mí me gusta pensar que los árboles son guerreros que equivocaron el camino.
Luis Alberto Spinetta
El LP empieza a través del Spinetta más electrónico de todos, con baterías programadas mucho más extrovertidas que las que tocaba en el pasado. Al igual que estas percusiones, hay varias guitarras grabadas virtualmente con varios controladores midi, por ejemplo esta. También llaman la atención momentos como la aparición de su hijo Valentino con un talkbox en ‘Halo Lunar’ y esos scratches preciosos que hace el mismo Luis en ‘En Lenguaje del Cielo’. Las elecciones estéticas de estos instrumentos son bien modernas y le dan una gama de herramientas nuevas a su arsenal.
El sonido de este álbum es atrevido, maman de la propia identidad sonora de Spinetta pero también de varios géneros de la música negra, como siempre el jazz, pero también el funk y el blues. A esto lo condimentó con un buen equipamiento tecnológico y una picardía que no sacaba a relucir desde Pescado Rabioso. Había algunas onomatopeyas y samples que fuera de contexto difícilmente tienen algo que ver con la música, por ejemplo los “glup” y “guau” cerrando compases en ‘Halo Lunar’ y ‘Néctar’ respectivamente. Estos detalles rejuvenecen a un Luis Alberto que cada vez que hacía un disco solista parecía estar condicionado a tener una actitud de genio laureado que se toma el arte demasiado en serio.
Para entender el sonido de “Para los Árboles” no solo basta con conocer a Spinetta: tenemos que hablar de todo el equipo de sesionistas que habitó los estudios de La Diosa Salvaje entre el 2000 y el 2003. La formación fue casi la misma que en “Silver Sorgo”, pero tenía dos diferencias claves: La baja total de Marcelo Torres como bajista y, por ende, el final definitivo de Los Socios del Desierto, y que Rafael Arcaute no solo aparecería como tecladista, también sería co-productor y arreglista de una parte significativa del álbum. Esto es fundamental porque es Spinetta como solista confiando en otro productor artístico, algo que la única vez que lo había hecho terminó en ese accidente llamado “Only Love Can Sustain”. Pero esta apuesta sin dudas fue un acierto, ya que Rafael estaba en sintonía con la creatividad del Flaco y supo pulir sus canciones dándole un aire fresco necesario a su obra. De ahí en adelante Arcaute siguió trabajando como productor y hoy en día tiene varios grammys encima, además de un prontuario colaborativo junto a músicos como Illya Kuryaki and the Valderramas, Calle 13, Fito Páez, Omar Rodríguez López, Babasónicos, Molotov, Gustavo Cerati y más.
Volviendo a los sesionistas nos encontramos a un pilar invisible del sonido spinettiano: El Mono Fontana, quien sin ser reconocido ha operado sintetizadores, teclados, pianos, entre otras magias, en al menos diez álbumes de la carrera del Flaco, que dicho sea de paso le decía “el ticher”. Y donde las teclas de Arcaute y del Mono no aparecieron estuvieron las de Claudio Cardone, otro longevo sesionista tanto de Luis como también de sus hijos, participando en todos sus discos desde “Exactas” y todos los de Illya Kuryaki and the Valderramas exceptuando el último. También participó la cantante y en ese momento coach vocal del Flaco: Grace Cosceri, quien hizo varias intervenciones vocales tan breves como preciosas a lo largo del álbum. La percusión es de Daniel Wirtz, ex-socio del desierto y el batero más rockero con el que tocó Spinetta; a lo que se sumaba circunstancialmente la percusión de Nico Cota. Tanto este último como Claudio Cardone y Javier Malosetti, bajista del disco, eran desde ese entonces embajadores de la música afroamericana en Argentina y supieron darle colores jazz-funk al álbum. Además esta formación estaba muy activa en varios proyectos por aquella época: el Mono Fontana había debutado como solista con su bellísimo “Ciruelo”, lo mismo para Nico Cota que había detonado la bombailable “The Solo” y Malosetti que publicó varios discos a lo largo de toda la década.
Además, podemos intentar rastrear un poco las influencias del Flaco para componer con tantas técnicas digitales. Estaba su fanatismo por Björk, también su cercanía con Gustavo Cerati, que en esa época estaba hecho un amante del sampleo, unos Illya Kuryaki interesadísimos en la música negra de la época y, ya especulando, podría tener que ver con el auge del trip-hop que hubo en los 90s. Como siempre sumando todo a sus clásicas influencias de jazz-rock y su propio estilo. Todas estas novedades en ese momento de su carrera demuestran que por más consagrado que esté, un artista siempre necesita nutrirse de estímulos de distintas corrientes.
Como bonus track del disco tenemos “Camalotus”, un EP salido un año más tarde con una reversión modernizada y mejorada de ‘Agua de la Miseria’ junto a ‘Crisantemo’, una canción que le había hecho para la película “Flores de Septiembre” y dos canciones que habían quedado fuera de “Para los Árboles”. Este par, ‘Nelly, No Me Mientas’ y ‘Buenos Aires Alma de Piedra’, fue compuesto junto al resto de los tracks pero no entraron en la selección final por estar dedicadas a nombres propios (una persona y una ciudad), algo que iba en contra de la naturaleza anónima de los pequeños fenómenos universales que retrata. Esto no quita que valga la pena visitar estos cuatro tracks, los últimos que hizo Spinetta con este estilo y con esa formación.
“Para los Árboles” conforma un trío de discos muy recomendable para fanáticos del rock que quieran familiarizarse con el sonido de la música contemporánea. Este junto a “Bocanada” de Cerati y “Blackstar” de David Bowie son álbumes maravillosos hechos en una etapa tardía de la carrera de músicos ultra-reconocidos que tienen un acercamiento a las formas de producción moderna con influencias de la electrónica y técnicas como el sampleo, pero con un sonido accesible para alguien de oídos desactualizados.
Con esta obra publicada a los 53 años Luis también demuestra su longevidad artística y, de rebote, recuerda a modo de moraleja seguir prestando atención real a las creaciones de un artista más allá de su cumbre.