Ya a la distancia el tropicanibalismo es fascinante. Es un monstruo que ataca por proa y por popa. Con gracia golosa engulle y deglute tradiciones enteras de la música colombiana. Lo primero de todo es la cumbia y eso lo vuelve parte de la familia a la primera, porque la cumbia es un paradigma generoso como pocos y extendido como ningún otro en todo lo que va de México a Argentina, en la hispanoamérica continental. En Buenos Aires, incluso con todo lo que provocaron Los Wawanco y su descendencia, es una ocasión muy especial poder ver el fenómeno cumbiero en su versión más extrema, con la llegada de Mario Galeano y compañía.
Su show puede hacerse en festivales europeos de jazz y en feriados de carnaval en Argentina y para ambos públicos va a ser una celebración. Su música crece en la experimentación y crece en la realidad aumentada del baile. Solo saben ir al límite. Pedro Ojeda comanda con una percusión en constante ramificación protagonizada por timbales, Marco Fajardo en el saxo y clarinete con Sebastián Rozo en el bombardino ponen lo que pareciera un conjunto de vientos completo y Galeano dispara toda clase de ciencia electrónica confusa y efectiva desde su sintetizador y sus chucherías.
Su catálogo no reposa, se va enredando por aristas impensadas de la tradición tropical o se teletransporta a Japón para cruzar genética con el Min’yō. Se hayan publicado en 2010 o en 2020, se nota que los temas comparten herencia y se han criado juntos a lo largo de los años. Como en los mejores recitales, en vivo se completan las composiciones y los intérpretes. Una dimensión extra aparece, que solo conoce el que está presente, y de la que los del Frente Cumbiero son grandísimos militantes.