Masticar Chicles y Respirar Tierra: Rock y pop en Tucumán

Conversamos con Patricio García, Gerardo Cuneo, Matias Lazzo, miembros fundadores, y Martín Villa, miembro fundamental de Los Chicles, la primera banda de pop tucumana. Fueron testigos de cambios coyunturales políticos, sociales y tecnológicos y los reflejaron todos en su música.

San Miguel de Tucumán es un mar cultural turbulento. Es fácil ahogarse por el agresivo talento que lo moviliza. Tienen mérito aquellos que saben nadar y logran colocar los pies en la tierra. Como predica el lema de la Universidad Nacional de Tucumán, que hace de este feudo una cosmópolis en el NOA: “Pedes in terra ad sidera visus”, Los pies en la tierra, la mirada en el cielo”.

Cada localidad tiene  músicos de culto,  rockstars y popstars de nicho. Uno de ellos fue la banda Los Chicles, quienes, junto con otras, como Estación Experimental, fueron pioneras en la fusión de géneros foráneos noventeros con esencia tucumana. Fueron los primeros en componer pop, haciendo ver a otras personas un nuevo norte. Consolidaron la escena del rock local en un momento en el que la mayoría de las bandas terminaban al poco tiempo, sin llegar a madurar.

La ciudad

La capital de Tucumán, San Miguel, es una musa que interviene y delimita las historias caprichosamente. Principalmente por su calor extremo, húmedo y reptiliano. Una ciudad sucia y dura por el exceso de cemento con poco mantenimiento. Tiene una alta densidad poblacional en un espacio pequeño e incómodo. Es el ejemplo perfecto de que algo/alguien puede ser lindo-feo. No es hegemónica,  su belleza no es para todas las personas, pero su atractivo es una totalidad etérea. Hay gritos y disturbios en las horas pico y silencio desértico en las siestas. Las noches tienen tiempos intermedios, hay algunas en las que no sucede nada y otras donde no alcanzan los pies para ir a todos los eventos. Es ambivalente: mientras más horripilante, más hermosa. Si bien es una ciudad, no se puede pasar por alto la sensación de estar «en el feudo«, como canta Patricio García en su single solista. Sirve mencionar: no existe la fama, sobre todo en la música underground. Todos son a su vez conocidos y anónimos. Puedo ser tu fan y que mis amigos no tengan la menor idea de quiénes fueron Los Chicles o cualquiera de las bandas que harían que un rockero de la escena local se ruborice al hablar.

Cosas del amor

Los Chicles nacieron mientras una neonata MTV pasaba rock y el ex-mandatario de facto Antonio Domingo Bussi era Gobernador electo. Consecuentemente, Mercedes Sosa exclamaba “¡Viva Tucumán, menos uno!”. Menem era Presidente y el uno a uno atravesaba los bolsillos y la mente de los argentinos. Quizás de eso hablaban en su canción ‘Depresión Anal’: “Y si el país se te cae en mil pedazos / mejor que lo levantes / Sabes, está todo muy mal aquí”. La nueva globalización en los medios de comunicación causaba estragos. Así, Nirvana desde Seattle inspiró a un grupo de adolescentes de Tucumán a formar una banda de pop-rock alternativo. 

En 1992, un Patricio adolescente, melómano y cinéfilo de videoclub, miraba la televisión. Veía Notidormi, programa de Raúl Portal y Los Brujos tocaron en vivo. Quedó maravillado. Fue la punta del iceberg para lo que posteriormente identificó como la movida sónica. Por investigación analógica, entendió que era una adaptación porteña que estaba inspirada en el grunge y la llamada música alternativa, como Nirvana y Sonic Youth. Cuenta Patricio que, inspirado por Daniel Melero y “un montón de bandas rarísimas y hermosas del under post punk de principios de los noventas”, creyó necesario formar una banda y ser parte del movimiento.

Al mismo tiempo, Gerardo Cuneo, compañero de colegio de Patricio y miembro fundador de Los Chicles, tocaba en una banda llamada The House con otros dos muchachos. El proyecto duró dos años y así conoció a Matías Lazzo, hermano menor de un integrante de esa banda. Matías fue “el guitarrista que aportó la estética y el sonido de Los Chicles”, comenta Patricio, “por eso lo soportabamos”. 

Todos menos Matías estudiaban en el Colegio Giosué Carducci, un secundario privado de la capital tucumana. “Ahí encontré un grupo de chicos muy interesados en la música. Juan Carlos Thouvier, que era muy fan de Soda y los Red Hot, Gerardo Cúneo del rock nacional, Martín Villa del house y la música electrónica. Todos fueron parte de Los Chicles en algún punto. Con Gerardo Cúneo nos pasabamos horas y horas tocando la guitarra y cantando, componiendo unos temas espantosos”, recuerda Patricio.

Lady Penélope

En 1993, antes de Los Chicles, armaron una banda demo llamada Lady Penélope. Conformada por Patricio García en voz, Gerardo Cuneo en voz y bajo, Matías Lazzo en guitarra solista y Juan Carlos Thouvier en batería. Estaban tan inspirados por la aparición de Nirvana que eran una copia que «apestaba al espíritu adolescente«.

Martín Villa, por su lado, era un aficionado del sonido desde pequeño. Él presenció la etapa Lady como fan, a lo lejos. “Imaginate, a Patricio le decían el Cobain tucumano, entonces tenía toda esa mística. Yo los veía en la semana de la escuela cuando tocaban y ayudaba como sonidista”, rememora Martín.

«Para la sociedad el pelo largo eran de puto… El buen rock, Toto, Moura y Cerati, por ejemplo, eran putos. Charly García era drogadicto y puto”, sentencia Patricio en un texto para La Papa. “La sociedad tucumana era súper conservadora y todavía le costaba aceptar a los hippies y a los modernos, así que la cultura alternativa resultaba incomprensible”, confiesa en la entrevista. “Esa música no sonaba en ningún lado, cuando descubrí un programa de radio que la pasaba no lo podía creer, me hice fan y eventualmente fuí a conocer a los responsables, eran Jorge Piñero y los que hoy son Estación Experimental” (banda prima hermana de Los Chicles, con la diferencia de que sigue vigente, toca constantemente y tiene una base sólida de fans). 

La radio fue fundamental para la banda y su difusión. “Era todo, una vez estaba en un videoclub y estaban pasando temas de Los Chicles por la radio”, comenta Gerardo Cuneo: “Tocábamos en Salta y la gente nos decía que nos conocían por la radio”. Incluso comentó, muy al pasar, que Los Chicles tuvieron su propio programa de radio, pero no recuerda el nombre.

Eran confundidos con heavys y punks. “No nos entendían, pasa que nosotros queríamos ser Dios, Los Beatles, no menos”, entre risas comenta Martin: “Sí, nos decían “uy estos ¿qué se piensan?” Éramos outsiders, nos concentramos mucho en tener una escena aparte”. Compartían fechas con otras bandas “pesadas” y tocaban casi sin público. Tocar así les sirvió para practicar, haciendo ruido malo para encontrar uno propio. Eso ya era otra cosa, eso ya eran Los Chicles.

¡Somos Los Chiclets!

Para darte una idea de cómo éramos Los Chicles, eramos como Beavis y Butthead. Así con esa risa «Ha Ha», y exactamente así de estúpidos. Pero unos músicos geniales«, define García.

Cuando Lady Penélope murió dio como resultado inmediato el nacimiento de Los Chiclets o Chicles. Su experiencia y MTV sirvieron de contacto para que otros jóvenes conozcan la oleada alternativa. La estaban sacando del nicho. Se generó una escena local. El cambio conceptual del proyecto implicó una cercanía al pop, el de los Beatles, y una ensalada de la música que consumían. Una lavada de cara para ser más escuchables. Buscaban acercarse a la gente, no ser parias eternos en las sombras de bares vacíos. Sobresalieron en comparación a las otras bandas pichonas que daban sus primeros pasos fuera del nido.

En un texto llamado «Postales desde Ciudad Humedad ¿Qué es este sonido que escuchan los jóvenes tucumanos?«, Amadeo Gandolfo repiensa el rock local y describe el pop tucumano como un género con una identidad difícil de descifrar y sin influencias distinguibles a simple vista, pero unificados en la fe por la canción. “Los Chicles estábamos obsesionados con la canción como cosa”, coincide Patricio, y sigue: “pasábamos muchas horas al día tratando de hacer canciones y tocándolas, consumiendo una cantidad ingente de porro. Lo único que me preocupaban eran esas canciones y todos nuestros esfuerzos iban a eso”. Gandolfo elige la palabra pop por sobre «indie» o «lo-fi” porque “frente a la agresividad macho y chata del rock tucumano, “pop” sonaba apropiadamente contrario, además de tener un tono más universal y, paradójicamente, una persuasiva opacidad. ¿El pop de la radio, el pop de Yo La Tengo, el pop de Motown? No sé, quizás todos”.

«Me pregunto si es posible que la música exprese a un territorio o a una sociedad en la que surge» confiesa Patricio, «y creo que totalmente hay una tucumanidad, que en la música popular surge como si nada«.

El primer álbum

Entre el ‘95 y el ‘96 se dedicaron a tocar en donde pudieran: eran un buen show para fiestas, tenían una energía y sonido que los diferenciaba de las bandas de covers sin impronta propia, no estaban imitando, llegaron a ese punto en el crisol de referencias que buscaban emanar. En ese periodo consiguieron su primer mánager, Oscar Flores, quien les asignó un productor, Guillermo Ocon, para grabar su primer álbum. En el ‘97 publicaron «Argh! burp! prrrr!» de manera independiente y en cassette. El nombre funciona como una  cápsula del tiempo: el algoritmo de las plataformas digitales no estaría preparado para esas onomatopeyas de eructo juvenil. 

Este álbum tiene mucha inspiración sesentera  sin renegar de su herencia musical. ¡Qué manera de arrancar! Con ‘Monkey monkey’, similar a ‘Land: horses/ land of a thousand dances/ la mer’ de Patti Smith: niños que guiñan a los Doors y vienen a incitar bailes bestiales. Gritan “¡Baila monkey monkey!” y un coro susurra “Bien suave”. Derrochan confianza con Patricio exclamando, a lo fiesta de película adolescente y en un inglés medio podrido con frescura norteña, que le respondan “oooh”. Corresponde al pedido una muchedumbre entregada al ‘Monkey-monkey‘. Se puede ver su posicionamiento insolente, pisando fuerte desde el primer momento.  Y después muestran otra cara: Palito Ortega-vibes con ‘Primavera’. Pienso en lapachos rosados prendiéndose fuego gracias a la voz rota del vocalista. Incluso en canciones más románticas como ‘Cosas del amor’ y ‘Se muy bien‘, no se borra la imagen nirvanesca que solían tener. Tampoco la sensación de fiesta de antro en ‘Colorada’ y el cover de aullidos de ‘Twist and shout’, gracias a la batería y la incorporación de coros de silbidos. Como si hubieran grabado con hinchas ganadores de un partido en el estudio. 

Sobre el proceso de grabación explica Patricio: “Con Los Chicles pasaba que éramos unos adolescentes  y nunca teníamos plata. Siempre era un problema. Apenas hacíamos plata en nuestras tocadas y la administrábamos espantosamente. Pero teníamos el privilegio de poder dedicarle todo nuestro tiempo libre a la música”. Gerardo contrasta comentando: “Éramos jóvenes cómodos de clase media”.

Había otra banda, no me acuerdo su nombre, con la que compartí una velada. Ellos habían conseguido un contrato para ser como la banda residente de un pub del centro, ganaban buena plata cada noche. Me daba mucha envidia«, conmemora Patricio. “Pero después de cada tocada, hacían una fiesta, amanecían en el piso y se habían gastado todo lo cobrado. Ese era el espíritu en el que vivíamos las bandas de los noventas. Éramos todos Beavis y Butthead”.

Con Flores como mánager, la banda tuvo fechas muy importantes. Abrieron en Tucumán a Babasónicos, Attaque 77, Villanos, Carca, Cabezones, Eterna Inocencia, Juana La Loca y El Otro Yo. “Me encantó conocer a mis ídolos sónicos y a todos les tiré la cantinela de lo importantes que fueron para mí. A pocos pareció importarle”, bromea García. “Tuvimos la oportunidad de tocar con esas bandas porque los que organizaban esos recitales eran amigos nuestros, David Cohen y Ariel Bellos. Iban a pérdida muchas veces porque lo hacían por puro amor al rock. La primera vez que teloneamos a Attaque causó un gran revuelo porque no éramos exactamente punks y era el sueño de los punkies abrir para Attaque, entonces fuimos muy criticados. Nuestra respuesta fue salir a tocar con los tapones de punta”, sostiene.

Los Attaque y El Otro Yo quedaron prendados de nuestra música. De verdad. Y nos ayudaron mucho, nos llevaron a tocar a Buenos Aires. El guitarrista de Attaque, Mariano Martínez, quería producirnos un disco”. Así lograron tocar en Cemento, que García describe como “un lugar que cuando estaba lleno, las paredes transpiraban fuerte. Los camarines estaban casi siempre inundados de pis. Era muy frío, muy caliente, era feo. Pero era un lugar muy acogedor”.

Dementes

Flores se retiró y los transfirió a David Cohen, un mánager con buen currículum por representar bandas populares como la 448. Entonces comenzaron a proyectar el segundo álbum. Decidieron llamarlo “Dementa”. Cuenta con un sonido diferente, más rápido y punk, en respuesta a las exigencias de su público. 

Con Los Chicles tuvimos dos grandes crisis. La primera fue en 1999. Estábamos grabando Dementa con el guitarrista Gonzalo Córdoba y no nos entusiasmaba para nada como estaba quedando el disco”, declara Patricio. La razón del disgusto es que decidieron improvisar y experimentar a la hora de grabar. El paso del tiempo no lo llevó a cambiar de opinión: “Nos llevó un año y medio grabarlo y lo único que queríamos era dejarlo atrás y pasar a lo siguiente (…) Todavía creo que ‘Dementa’ es el peor disco en el que participé, lo peor que hice”. 

Rescato la canción ‘Podría esperarte x siempre’, un caso de experimentación que sí funcionó, quizás por la melodía simple y pegadiza con variación de ritmos. Dentro de la actitud Beavis y Butthead cabían los chistes sarcásticos para la música. Por ejemplo, con ‘Instant Metal, Pt. 1’ e ‘Instant Metal, Pt. 2’, donde la intención era “tener el récord Guinness de la canción de metal más corta del mundo”. O ‘Disco Gay’ donde buscaban burlarse y criticar al sector pacato y homofóbico de la escena tucumana. “Era lo único que nos sabían decir”, comenta Martín Villa.

Al finalizar el álbum, Thouvier (baterista) dejó Los Chicles para tocar el bajo en una banda llamada Gran Valor. En ese momento ingresó Martín Villa en caja de ritmo y samples con su Roland MC 303. Por último, corrieron a Córdoba para que vuelva Lazzo.

Sobre “la Roland” 

Martín había tocado ya en bandas como Cookie Monster y Nexus con Gerardo y Matías por separado. Él colaboraba y recibía invitaciones constantes a proyectos musicales debido a sus conocimientos de sonorización, producción y DJ, todo aprendido de manera autodidacta. “Yo entré a bandas como ingeniero de sonido, pero pongamos todo eso entre comillas, éramos re chicos, teníamos 18 o 19. Medio que jugábamos a la música”. Lo invitaron a hacer un scratching y loop para una canción (que luego fue ‘Acostumbrados’ en el álbum «Los Chicles«), a Patricio le gustó lo que hizo y lo invitó a participar. “Yo estaba re feliz, venía de ser su fan, claro que me quería sumar”, comentó Martin. Al momento de las entrevistas, todos recuerdan con cariño una groovebox, la Roland mc 303 específicamente. Previamente venían usando una mezclador con sampler y cassettes con limitaciones para realizar el loop, sólo 12 segundos. La fascinación con “la Roland» radica en que dejaron de necesitar un loop previo, podían hacerlo en vivo. Tenía un margen más amplio: “tiene 8 secciones, una sería la secuencia de batería y después 7 teclados o lo que vos quieras”, educa Martín. La usaron para ensayar y grabaron todo en cassettes.

La Roland llegó a sus manos gracias a conocidos de Gerardo. “Ellos sí eran ultra-pro”, aclara Villa.  Gerardo hizo un trato que él desconoce, apareció con la máquina en manos para usarla por un tiempo y que Martín aprendiera a manejarla para después enseñarle al propietario DJ. Con ese modus operandi rotaron varias máquinas con las que tocaron. Eventualmente Martín logró comprar la Roland Mc 303.

Las crisis y la vida

Esa crisis dio paso a la época de oro de la banda. Encontramos un sonido único y extraordinario, e hicimos el tercer disco. Los Chicles fue nuestra obra maestra”, asegura Patricio. Publicado en el 2000, el álbum arranca con ‘Billi’, un tributo a Billy Idol que predica “Llamame si queres alguien para llamar/ Pegame si quieres alguien para pegar / Bésame si quieres alguien para besar” en loop, cada vez más veloz. También muestra un sonido electrónico protagonista y guitarras ruidosas y compañeras en ‘Tardes de té’, ‘Corriendo’ y ‘Azúcar y sal’. Por otro lado, incluye una condena y plegaria ‘Que se pudra Tucumán’. Es comprensible que esta canción sea uno de sus más memorables hits. No es necesario ser tucumano para entender la sensación juvenil de bronca ante la inadecuación e incomprensión con el entorno: “Que se pudra Tucumán / Que el olor se vuelva insoportable / Y que quede ese lugar / Al que voy para pensar”. Con ello también demuestran su crecimiento en las letras y su capacidad de retratar imágenes cotidianas con  cierta ambigüedad, permitiendo al público llenar los espacios vacíos.

La banda continuó dos años más, hasta separarse en su “segunda crisis”. Debido a diferencias de visión para el futuro, aparecieron las dudas. Gerardo Cuneo admite haber sido el primero en querer abandonar el proyecto: “A lo mejor yo no lo decía, pero en el interior el deseo era la fama o ser una banda que trascendiera fronteras. Y cuando llegaron los contratos, nadie se hizo responsable, estábamos en un estado de confort. Todos de clase media alta, veníamos de familias de abogados y jueces y nos dijeron que no nos convenía. Era muy poco dinero, había que irse a Buenos Aires. Nadie se hizo responsable así que se disolvió. Yo fui el primero en tirar la toalla, le dije a Patricio: si ya no se firmó ¿para qué seguir? ¿Qué, vamos a seguir tocando en bares? La intención era otra. Tocamos en Cemento, lugares hermosos, con bandas importantes y todo. Pero bueno, yo le dije: para mí ya se terminó. Como me dijo Patricio una vez: “dejá que la toalla se caiga sola”. Y así fue, se terminó”. Patricio explica que después de una mala noche donde tocaron sin público decidió dejar la banda. Poco después, en un Pre-Cosquín Rock, a la banda le robaron sus guitarras. “Imaginate, éramos chicos, en ese momento te sacaban la guitarra y sentías que el mundo se te venía abajo, fue todo muy dramático”, grafica Martín. Patricio culmina: “Nos peleamos mal y se terminaron Los Chicles para siempre”.

Para ganar un lugar en el cielo

La separación fue tan repentina que dejaron a medias el álbum “Buenosaires”. En 2010 Patricio y Martín se dispusieron a finalizar el proyecto y publicarlo. Para García “es un disco importante. Fue un momento en que logramos un gran dominio en la composición de canciones”. También resalta el crecimiento artístico que se notaba desde el álbum homónimo e incrementando en los álbumes posteriores.

El disco cuenta con veintidós tracks. En cuanto a la dinámica de trabajo, fue atravesada por los cambios tecnológicos. Patricio comenta que “las computadoras hogareñas se vuelven muy poderosas, los softwares de edición y grabación de música, muy accesibles. Aparece el .mp3 y formatos de compresión de audio que permiten que grabemos en la casa con todas las complejidades de un estudio de grabación. Con prácticamente cero costo”. Hablan del cambio en ‘Operador’ donde reniegan porque “Hubo un tiempo en que la radio sonaba mejor / Nunca pasaban esas giladas, pasaban rock” o en ‘Gente muerta’: “¿Que pasó? / ¿Qué viste qué estás así? / ¿Has visto un muerto o algo así? / ¿O esas cosas de MTV?”

Para Villa fue un golpe muy duro la separación, él buscaba la “hiper-profesionalización” de la banda, tocar “de la cara” (en estado de sobriedad) y estudiar más sobre música. Gerardo fue al conservatorio de Tucumán y Patricio comenzó a estudiar canto. Para Martín fue algo importante lo que pasó con Los Chicles, la separación fue hasta traumática, entonces finalizó el álbum con grabaciones en cassettes que le habían quedado de un momento muy particular: la familia de Patricio, que vivía en el centro de Tucumán, se mudó y dejó la casa abandonada, y la banda la usó como estudio de grabación. 

Los cassettes fueron la materia prima del disco, todo fue trabajado digitalmente por Martín. “Tenía ese material que me quemaba las manos”, relata.

Durante esa época pasaron muchos integrantes nuevos, entre ellos una sola chica, Guadalupe Deza, que fue guitarrista.

Antes de eso (los cambios tecnológicos) nos juntábamos a componer y después ensayábamos esa canción. A veces hacíamos demos tocándola en vivo y registrándola en un cassette. Un estudio era muy costoso, con la canción muy ensayada la grabamos en 2 o 3 horas”, explica Patricio mientras repiensa los pros y los contras de todo. ”Podíamos experimentar por horas con las posibilidades de la grabación. Buenosaires no podría haber existido antes porque es pura edición en computadora. Dejamos de necesitar estudios de grabación y grabamos todo nosotros mismos. Entre las cosas malas dejamos mucho de vernos y de trabajar juntos, prácticamente demeabamos solos cada uno en su casa”. Según García, la mayor difusión de Los Chicles fue “póstuma”, debido a la exportación pirata. “Cuando apareció el .mp3 nuestros diez fans con  nuestro material en ese formato se lo pasaron a gente que se lo pasó a otra gente y de repente teníamos fans en todo el país y en otros países”. Muchos seguidores se dedicaron a recopilar datos, hacer entrevistas, guardar y archivar fanzines, incluso filmar documentales. Quizás por la nostalgia pre-internet recuerdan con pasión aquella época extraña de San Miguel de Tucumán.

Esperándote… sé que no vas a llegar

Después de la separación, Patricio siguió conformando bandas de culto, como las Águilas Panamericanas de Oro, y publicó álbumes solistas que incluyen canciones clásicas en el cancionero pop local como ‘Anarquía’, ‘Edificios’, y recientemente ‘En el feudo’, el cual aparece con su versión en vivo en el último álbum, “Patricio García Con La Patoneta en Vivo en la Magic”, acompañado de una vuelta a los escenarios después de mucho tiempo. Siguió haciendo música clásica contemporánea e integró el Espacio Composición Tucumán. También dirigió proyectos cinematográficos como la serie “Los muñecos del destino” y el corto “Socket”.

Gerardo Cuneo comentó que después de Los Chicles: “No me dieron más ganas de seguir tocando, se me dio por dedicarme a otra cosa. Yo creo que ya había cumplido con la música. Me parece que fue suficiente tiempo el destinado”. Sin embargo le sigue dedicando tiempo de otra manera: se dedica a restaurar y revender instrumentos. 

Luego de la separación, Matías Lazzo, comenta: “me fui de Chicles después, en el ’97. Comencé a tocar hardcore con Pasión de Multitudes, contemporánea a Malos Ratos. También hice rock alternativo con Cookie Monsters”. 

Luego de Los Chicles creó una sala de ensayo donde Gerardo Cuneo trabajó como operador. Lazzo siguió su carrera musical con la banda de rock Los Inconvenientes, la cual debutó en 2012. “Conocí a Sonia en un show del 2013 y la invité a cantar en la banda. Grabamos el primer disco en el 2014, disponible en Bandcamp junto con otro EP: Carmen y el single: Snif! que grabamos con la formación actual. Sonia: voz, kaos pad; Luana bajo synthe y yo en guitarra y voces. Ese primer disco también salió en CD, que ya está agotado, y se imprimió un sólo cassette que regalé a Rosario Bléfari«, resume.

Martín Villa siguió, como al principio, colaborando con la parte de sonido en cuanto proyecto se le ocurriera, pero sin llevar demasiado registro de ello. Vive en Buenos Aires hace 3 años, donde estudia una carrera universitaria. Colaboró con Patricio para el soundtrack de «Los Muñecos del Destino» y otros proyectos audiovisuales tucumanos. También produjo el «EEEP» de Estación Experimental, pero ni siquiera sabía que está publicado en internet. No lleva registro propio de sus proyectos musicales ni usa redes sociales.

Los Chicles actualmente tienen un grupo de WhatsApp, que integran Martin, Gerardo y Patricio.

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