De la misma manera que Motown se fue de Michigan, la prosperidad se fue de Detroit: el “cinturón de óxido” literalmente se oxidó de desindustrialización y crisis, y lo único que quedó fue ese swing crudo venido del sur que influenciaba todo. La crisis sigue hasta hoy, y el “sonido Detroit” (del que mucho se ha escrito y mucho mejor que acá), de influencias bailables, bluseras, poperas y “citadinas” pero más duras y atrevidas se evidencia en muchos de sus artistas, de Iggy Pop a los referentes del Techno.
“Kick out the Jams” es un álbum en vivo de una banda que ha llevado varias etiquetas: Proto-punk, psicodelia dura, garage rock y una influencia para cualquier rock más pesado que los Monkees. Pero sobre todas las cosas, MC5 fue una banda de recitales. Una banda de presentación en vivo, de eventos, no tanto de espectáculo (si teatralización) como de presencia y construcción de atmósfera. En entrevistas citan la influencia de “James Brown at the Apollo” y esos shows que no terminaban nunca ni permitían un respiro, eran un trance, una ceremonia de agitación y espíritu, eran un evento (gen gospel, tanto en Brown como en MC5).
“Kick Out the Jams” trata de cerrar lo más posible en ese concepto del recital al parlante. Ese sonido de Detroit que, tanto del lado Motown de optimismo y nueva época, como del Techno más ríspido e hipnótico, como de la crudeza y sexualidad de Iggy Pop, no le hizo mella al mestizaje, a la celebración y a congregarse aunque todo se viniese abajo y quedaran todos afuera.
Esto último no es un eufemismo. Las contribuciones habladas parodian a los pastores metodistas hablando de “hermanos y hermanas”, llamando a ser parte de la solución o del problema, hablando de revoluciones, y ‘Rambling Rose’ comienza con una arenga presentando “el testimonio”, para de un saque levantar del cuello de la camisa a todxs y agitarlos en el aire, mover el cuerpo a lo que en efecto es adrenalina en frasco y frenetismo. Continúa en ‘Kick Out the Jams’ (HIJXS DE PUTA) con un ritmo indisimulable, ‘Come Together’ y ‘Rocket Reducer N°62’ llevan a la psicodelia hippie pero con el pulso propio de un motor V8, ‘Borderline’ con coros característicos de la banda aporta ligereza y eleva el espíritu sin cortar la agitación, que ya con el público engatusado encara el blues con ‘Motor City Is Burning’ (¿Presagio de lo que vendrá? Can’t Have Shit in Detroit) para en ‘I Want You RIght Now’ derretirse en ácido y pesadez, hablar de la parte más profunda del trance que podría compararse con Grateful Dead y termina en ‘Spaceship’ con el lanzamiento literal del sonido en una nave espacial, una teatralización en instrumentos más del primer Pink Floyd que de un blues. Ese pequeño desconcierto de segundos que da cuando termina el tracklist y uno no sabe dónde está es bastante descriptivo de lo que es el disco.
Es una experiencia, está pensada como una pieza continua, y más que nada como una publicidad del vivo. Una pieza intensa, pero que engatusa y atrapa. Parece algo propio de la ciudad.