Pangea: Jaloner en escena

El rapero español Jaloner redefinió el Hip Hop junto a Dabe y bit KARMA con «Pangea: La Grieta», un testimonio que incomoda, desafía y expone la vulnerabilidad.

Pangea: la Grieta”, el nuevo álbum de Jaloner (y el tercero de su repertorio), es un manifiesto de capacidad performática, un lugar donde la palabra y el sonido se entrecruzan para componer un relato fragmentado. Pareciera que el MC alicantino no canta ni rapea: interpreta. Cada tema es una escena y cada verso, un acto lanzado desde un escenario sin telones, donde el espectador no sabe si aplaudir o quedarse en silencio. Esta no es una obra para quienes buscan respuestas; es un laberinto que exige perderse en sus recovecos para empezar a comprender.

Hace década y media que Jal es reconocido como un referente del rap hispano, pero también como un personaje que se define por moverse entre las sombras, lejos de los flashes. Esto tiene raíces profundas en su faceta dentro del street art, un ámbito donde el anonimato es casi un código de honor. Él mismo lo dice en ‘¿Qué es esa luz?’, que abre el LP: “Vengo del graffiti, no concibo un selfie”. Bajo ese contexto, su aparición durante el 2024 en Liga Bazooka marcó un hito, no solamente al correrlo de su carácter ermitaño y duplicar su exposición, sino en hacerlo en términos propios: su participación estuvo definida por distanciarse notablemente de cualquier performance tradicional, acercándose a una puesta metateatral que dibujó el camino hacía “Pangea”.

La teatralidad que atraviesa al disco no es solo una herramienta estética, sino una estrategia de supervivencia. Como decía el poeta francés Antonin Artaud, el teatro tiene la capacidad de sacudir los sentidos, de liberar lo reprimido y de incitar una especie de rebelión interna. Jaloner toma este principio y lo lleva al Hip Hop: su arte no busca consuelo, busca incomodar. Las palabras no solo resuenan, sino que golpean, diseñadas para romper el reposo mental del oyente y obligarlo a cuestionar tanto su entorno como su propia identidad.

La identidad, de hecho, es uno de los pilares temáticos de todo “Pangea: La Grieta”. En un género donde el ego suele ser un grito de poder, Jal lo transforma en un espacio de contradicciones. Su ego no es un pedestal desde el que proclama superioridad; es un espejo roto que refleja tanto vulnerabilidad como arrogancia. En Qué quiero ser’, la pregunta que se plantea no es una provocación vacía, sino una búsqueda sincera en el centro de sus dudas. El “yo” no es un escudo, sino un terreno donde las hendiduras abren puertas hacia un entendimiento más profundo.

Este giro de enfoque ya se había insinuado en su participación en la Liga, donde habló de “romper las estructuras”. Históricamente, el español se caracterizó por un rapeo plagado de métricas y juegos de palabras, una firma que en este disco no desaparece, pero que adopta otro rol. En “Pangea: la Grieta”, los complejos esquemas rítmicos y el wordplay dejan de ser un mero despliegue de habilidades, sino que se convierten en un vehículo para potenciar el relato.

Es como si me moviera fuera de cualquier imaginario
Y el calendario no me esperara para incinerar itinerarios
¿Quieres honorarios?, pero… ¡oh, no! horarios
Es un juego macabro, cada vez que un nuevo Mac abro
¿Qué es esa luz?

En Eterno Retorno, el concepto nietzscheano no es solo un ejercicio filosófico; lo lleva al terreno del cansancio, de la repetición insulsa que desgasta pero también construye. “El final se repite: cotidiana diana”, dice, encapsulando en una línea la tensión entre la resignación y el desafío. Si el ciclo no puede romperse, al menos puede ser interpretado. Como un actor que improvisa cuando el libreto se quema, Jaloner encuentra en ese gesto una forma de resistir. Cada pausa, cada silencio, parece meditado, como un ademán que antecede al monólogo. Su ritmo recuerda a los movimientos calculados de una escena. Sus letras no buscan la perfección; buscan la verdad, aunque esa verdad sea incómoda o inacabada. En este sentido, se asemeja a personajes atrapados en un ciclo dramático absoluto, donde cada momento es un estreno y cada palabra, un riesgo.

Así, el teatro que se elabora es el de la vida misma, ese escenario en el que no se puede no actuar. Reconocer al verdugo “en el cartel electoral” no es solo una denuncia política: es un acto de introspección. Jal se mueve entre el rol de víctima y el de protagonista de una pieza que cambia de género con cada línea. El verdugo puede ser otro, pero también es él mismo.

No arranques los pétalos si soy un capullo
¡Respeta lo tuyo!
Me tiro un triple, pero es lo que intuyo
Llego tarde, pero llego
Bostezando escalofríos
A ver si florezco o tropezando en el vacío de mi intuición
La parte oculta del agujero

Si “Pangea” es un teatro, Jaloner no es solo actor, sino también director y escenógrafo. Su control sobre el lenguaje, el ritmo y las imágenes que construye refleja un dominio absoluto de su arte. Pero lo que realmente define este teatro es su capacidad para incomodar. Jaloner no es un guía seguro ni un narrador omnisciente; es un intérprete que se permite errar, titubear, improvisar. En este sentido, no es solo un disco: es una experiencia, un espacio donde las rajaduras no son defectos, sino el lugar donde las cosas realmente suceden.

En el fondo, “Pangea: La Grieta” es una exploración sobre la identidad y el conflicto. Jaloner no busca respuestas; busca preguntas. Y en esa búsqueda se muestra múltiple, imperfecto, humano. Las que atraviesan su obra no son solo fracturas; son caminos hacia una forma honesta de entender el arte y la vida. Porque, como bien demuestra este disco, en las fisuras es donde emerge lo más valioso: el movimiento, la duda y la posibilidad de algo nuevo.

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