Cuando la psicodelia inundó Colombia

Los Speakers “En el Maravilloso Mundo de Ingesón” fue la obra con la que el rock colombiano encontró su propia identidad. Escuchar el disco 56 años después de su salida es sumergirse en las incoherencias, las violencias y las utopías de Colombia y el mundo a finales de los 60

Ingesón era solo un pequeño estudio de grabación en la Bogotá de los años 60, pero un grupo de tres músicos visionarios lo convertirían en un portal hacia un mundo donde conviven juntas las más grandes utopías y distopías de la época. Un país lleno de maravillas en el que niños, aliens, flores y hasta Jesús son capaces de guiarnos por las experiencias más extrasensoriales y a la vez más críticas que la música colombiana haya visto hasta entonces. Viajar a Ingesón es conocer las voces y toda la experimentación creativa de una generación.

En un final de década turbulento a nivel social, el arte pasaba por uno de sus momentos más comprometidos política y culturalmente de todo el siglo XX. 1968 sería el punto más álgido para muchas de las luchas estudiantiles, obreras, decoloniales, antiimperialistas y, a grandes rasgos, contraculturales. La sociedad occidental se veía inmersa en un ambiente de tensión y aparente horizonte de cambio. Todo ello se reflejaría en la música y, especialmente, el rock.

Con la aparición de la psicodelia, el rock encontró un campo inigualable de experimentación y de amplitud musical que lo puso a la vanguardia de los procesos artísticos contestatarios del momento. Por este medio de creación y escucha, las nuevas generaciones encontraron un espacio de expresión fundamental, bien fuera para experimentar la tan anhelada libertad o para hacer sentir su voz ante los crecientes inconformismos sociales. Una movida contracultural como esta parece entenderse la mayoría de las veces como un fenómeno propio de las que entonces se hacían llamar “sociedades de primer mundo”, sin embargo, sus efectos y puntos de origen estarían también más allá de lo hecho por países como Estados Unidos, Francia o Inglaterra. Es por eso que cobra mayor importancia fijar la mirada en los espectros de creación artística que para entonces partían del hoy llamado “sur global”.

La aparición de un álbum como “The Speakers en el Maravilloso Mundo de Ingesón en la escena musical y cultural colombiana marca un antes y un después. Jamás se había llegado al tal punto de independencia, libertad creativa y crítica social en la escena rockera y musical de un país que para entonces estaba mucho más condicionado por resabios moralistas y conservadurismo social. 

Los Speakers son sin duda una de las bandas precursoras del rock en Colombia y su legado ha luchado contra el tiempo para ganarse el puesto que merece hoy. Su disco “Speakers de 1965 es posiblemente, junto con el disco “Son La Locura Desatada…” de Los Pelukas, también de ese mismo año, una de las primeras grabaciones de rock colombiano de las que se tenga registro. Así mismo, a pesar de que durante los años siguientes compartieron escena con bandas de gran peso como The Young Beats, Los Yetis, The Time Machine, Los Flippers o The Ampex, Los Speakers mantuvieron su vigencia hasta el final de esta corta pero contundente oleada de surf, garage y psicodelia. Una ola que parece llegar tanto a su pico máximo como a su final justamente con “El Maravilloso Mundo de Ingesón”. Salieron al aire discos maravillosos de psicodelia y garage como “Psicodelicias” de Los Flippers (1967) u “Olvidate de Los Yetis (1968), pero ninguno con el nivel de producción y experimentación que caracterizó a Los Speakers en el ‘68.

La evolución que muestran en este disco es, como su nombre lo dice, “maravillosa”. Después de pasar por producciones previas más garageras influenciadas por el sonido merseybeat inglés de mediados de los 60, Los Speakers sorprendieron con un álbum mucho más arriesgado y lleno de experimentación en todas sus facetas. Desde lo lírico hasta lo instrumental, desde lo gráfico hasta lo conceptual, “The Speakers en el Maravilloso Mundo de Ingesón es el punto culmen de un grupo que con los años ganó confianza en sí mismo en una época convulsa y de cambios frenéticos. Un contexto que se refleja muy bien en las letras y el concepto de Ingesón, saliendo finalmente de la tendencia que hacía que muchas agrupaciones basaran su fama en covers de las bandas anglo. Es así como para el ‘68, al igual que pasaba con las juventudes de casi todo el mundo, la libertad y la independencia inundan las cabezas y las voluntades de Los Speakers a tal punto de desbordarse en un álbum que sería un acto de irreverencia y consagración en el momento preciso. 

Esta transición artística marcaba no solo a Colombia, sino a toda Latinoamérica. Lo hecho por los Speakers se da en paralelo a lo que ese mismo año lanzaron bandas de todo el continente. Os Mutantes en Brasil marcaron con su debut homónimo uno de los hitos creadores de la escena de tropicalia en la que junto con grandes como Gilberto Gil, Gal Costa o Caetano Veloso llevaron la experimentación psicodélica a terrenos poéticos e instrumentales muy brasileños. Igualmente, discos como “Seremos Amigos de Los Gatos (de Argentina) reflejaron, con canciones como ‘Mañana’ o ‘Ya No Quiero Soñar’, de su disco previo del 67, ese extraño limbo generacional entre el pesimismo y la esperanza. Por su parte, en Uruguay, discos como “La Conferencia Secreta del Toto’s Bar” de Los Shakers mostrarían con la inclusión de elementos de candombe los nuevos caminos para introducir poco a poco músicas tradicionales de cada país. Algo que también sucedería en México, aunque unos años más tarde, con bandas de psicodelia como El Ritual o Los Dug Dug’s. Todas estas, bandas que compartían en alguna medida un incierto sentimiento ante el presente y el futuro.

Ingesón es un disco que responde a estos primeros impulsos creativos propios latinoamericanos y que influenció también toda una escena de rock local por crecer en los 70. Comenzando por las bandas que después crearían los mismos integrantes de Los Speakers. En primer lugar, el cantante y bajista Humberto Monroy: el del toque folclórico, un músico de importancia radical para el rock del país, formaría luego bandas como Siglo Cero, un montaje de culto en 1970 pionero en el rock progresivo y psicodélico latinoamericano, o Géne-sis, proyecto también de 1970 donde daría rienda suelta a la fusión más folk con elementos caribeños y andinos colombianos. 

También estuvo el baterista colombo-italiano Roberto Fiorilli, con una sensibilidad mucho más rocanrrolera y que venía de bandas como las ya mencionadas Young Beats y Time Machine. Él participó también de Siglo Cero y tras su disolución llevó la propuesta de rock colombiano con notas de folclor caribeño y pacífico a la mítica banda La Columna de Fuego

El tridente lo cerraba el español Rodrigo García en la guitarra, quien aportó para Ingesón toda la influencia de la música barroca que le da ese color característico al disco. Sin embargo, su influencia posterior no sería tan fuerte, pues regresa a España a trabajar con bandas también de pop rock barroco como Los Pekenikes o CRAG

El repertorio de “El Maravilloso Mundo de Ingesón” es toda una travesía por las mentes creadoras y críticas de los tres miembros. Al LP lo conforman doce canciones de las cuales cada miembro escribió cuatro, un hecho que sin duda explica la diversidad del disco. A pesar de ser composiciones individuales, es notable el complemento que logran los tres músicos para transmitir un aire de colectividad, libertad y vida. Así mismo, el espíritu creativo e innovador del disco queda evidenciado en el uso de instrumentos: armónica, vaso, bongos árabes, güiro, clavecín y maracas muestran gran sensibilidad por la experimentación con sonidos internacionales. Todo esto complementado con el uso de instrumentos locales como tiple, bombo y marimba que dan al disco un sonido único para entonces y especialmente colombiano.

La primera canción, ‘Por la Mañana’, es una composición de Rodrigo García, miembro español de la banda. Allí se evoca admiración hacia una enamorada que en el fondo será siempre un amor imposible, al mismo tiempo que abre de a pocos la ruptura sonora al que el álbum invita. El ruido de un tren atropellando a un personaje aparentemente distraído da cuenta de un viaje de choques y despertares que hasta ahora comienza, eso sí, siempre mezclado con un aire de inocencia que se establece desde acá con melodías sencillas casi que de fábula infantil.

Luego Fiorilli, el Speaker italiano, da vida a ‘Oda a la gente mediocre’, mucho más desbordada musicalmente y con una temática apartada del romanticismo poético inicial. De hecho, no supera los siete versos, pero introduce de manera chocante, y con una voz por momentos fuera de lugar, un quiebre y un escenario desconcertante, pero atrapante a la vez. “Abre tu mente al tiempo/corta con el pasado/vete hacia el futuro/emplea tu fantasía/libérate en este día/echa tus complejos fuera/abre tu mente a los sueños” son los punzantes dardos que recuerdan que la vida es todo lo contrario a una fábula y que se sienten como un reflejo del cambio social que requería paralelamente la sociedad de entonces. Una guitarra aguda y distorsionada que patina entre percusiones, campanas y ruidos sin mayor complejo ni otro propósito que ser libre. 

La idea del choque es transversal a todo el disco. Los primeros tres o cuatro segundos de cada uno de los cortes del disco juegan con la mente y las expectativas del oyente, creando imágenes que no durarán en ser quebradas súbitamente. Fragmentos que a su vez son muestra de cómo la experimentación multicanal permitió a los artistas probar grabaciones y sobreponer ambientes sonoros que ayudan a crear la atmósfera psicodélica y disruptiva que persiguen. Así pues, ‘Hay un extraño esperando en la puerta’, composición de Humberto “Humo” Monroy, juega con una versión de Jesús moderna y vulnerable que se enfrenta a muchas de las ideas católicas para el momento incuestionables. Llega incluso a equipararlo con un indigente, en una clara referencia a las contradicciones generacionales y morales que se pusieron de manifiesto en los 60. Para acompañarlo, nada más pertinente que una armónica algo blusera y una guitarra que en su propio viaje transmite un onda de “rolling stone” desahuciado. Jesús en los 60 sin duda hubiera sido un hippie rockero.  

La cosa se pone mucho más política y contestataria en ‘Si la guerra es buen negocio, invierte a tus hijos’. Allí el mismo Humo hace una crítica mordaz a la lógica guerrerista que para esos años ya dominaba la sociedad colombiana y la condenaba a la imposibilidad de paz. Una lucha central para la época y muy influenciada por la resistencia a la guerra de Vietnam. Por medio de unos sonidos iniciales de lo que parece ser una excavación de tumbas, así como de un bajo y una tuba final que marcan un ritmo de alegría sarcástica, se muestra que la guerra tiene sus orígenes en lo profundo de las incoherencias de cada ser humano y que está en el corazón de la sociedad misma. Estas incoherencias se ponen aún más sobre la mesa con ‘Reflejos de olla’, una canción de García que sin ningún tapujo cuestiona la “inmamable” hipocresía moral de la sociedad sesentera que llenaba de desesperanza a las nuevas generaciones. Aquí el bajo y el redoblante repiten bases rítmicas que generan un ambiente de monotonía y cansancio donde la armónica transmite desolación y pesimismo. 

Historia de un loto que floreció en otoño’, de Fiorilli, termina por sacar de este mundo la experiencia sonora del disco. Un delicioso blues acompaña lo que parece por momentos un niño aprendiendo a leer, por otras un robot y por otras un extraterrestre. Este personaje narra la historia de un ser llegado a la Tierra para instalarse alegremente en ella, pero cuya ofrenda de agradecimiento (el loto) termina por extinguirse en su inocencia luego de florecer seguramente en un mundo desolador: el otoño de la esperanza. Una canción que, inevitablemente chocante y extraña, es sin duda una victoria de producción y experimentación sonora nunca antes vista en Colombia.

Con ‘Niños’, creación de Humo, el álbum llega a un punto de musicalización e instrumentalización de mucha madurez. La batería y el bajo son más rápidos y van acompañados de las tonalidades que da el clavecín y las entradas momentáneas del güiro, todo junto con una guitarra cada vez mejor ubicada para sus solos psicodélicos. Esta madurez se complementa con una reflexión sobre la niñez en medio de la desolación y los problemas estructurales de la sociedad; otra visión pesimista del futuro. Posteriormente, de manera inesperada, el pesimismo social se traslada a terrenos amorosos con la siguiente canción: ‘No como antes’, de García, cuya letra y música generan un ambiente más oscuro y apesadumbrado, casi llegando al del vacío existencial. 

Hoy el día es frio y gris y niebla hay
Veo niños que recorren la ciudad
En su sonrisa
Solo hay tristeza
Juegan con la lluvia al atardecer
Bajo el manto de la noche vuelven a dormir
En su sonrisa
Solo hay tristeza
Ellos han buscado quien les de calor
Su problema no ha tenido solución
En su futuro
Solo hay tristeza

Niños

Sin embargo, esto se verá quebrado una vez más, pues llega de nuevo el ambiente alegre, fiestero e infantil en ‘La banda le hace a Ud. caer en cuenta que…’. Fiorilli vuelve a renovar el aura del disco con un contraste de vientos graves y brillantes acompañados de un ritmo marchante de carnaval que llama a despertar. De hecho, habla de las actitudes de las personas que se esconden o que se ven desorientadas. Un diálogo entre música y letra que en últimas es un llamado a parar, alegrarse, despertarse y moverse en pro de la vida misma a pesar de las adversidades.

El cierre del viaje comienza con un pasaje instrumental que permite un momento de descanso y reflexión. La instrumentación sigue en una línea alegre y de fábula que recurre a flautas, guitarras acústicas que se distorsionan de manera progresiva. Todo un ambiente multiinstrumental que habla mucho de la madurez artística y la capacidad creadora de la banda para entonces. Sin letra, ‘Nosotros, nuestra Arcadia, nuestra hermanita pequeña. Gracias por los buenos ratos’ es una de las mejores y más pertinentes canciones del álbum. En ‘Un sueño mágico‘, otra composición de Humo, se bebe de todo el surrealismo de la psicodelia para crear un mundo ideal de peces que hablan, nubes doradas donde se descansa y personas azules. Este es el comienzo del final de una obra que, a pesar de lo crítico con la realidad, se permite salir de ella para tejer utopías de cambio o, al menos, de escape. Sin embargo, vuelven a chocar con la realidad y terminan por aterrizar a los vivos sobre un mundo encaminado a la destrucción (tanto física como moral) con ‘Psalmo Siglo XX, era de la destrucción’, del sorpresivo Fiorilli, que cierra el álbum bajo una onda de desolación, de “un mundo carcomido que busca comprensión” en medio de un contexto de experimentación nuclear que puede acabar con nuestra existencia en segundos. 

La propuesta gráfica y textual del disco no se queda atrás. La carátula original es de un amigo de la banda, Ricardo Cortázar, quien logró transmitir en una ilustración todo lo lisérgico del sonido. Un dibujo que se cuenta que fue censurado, pues en un principio los integrantes de la banda aparecían desnudos. Esto incluso motivó a que existiera una carátula alternativa con una foto de la banda, también desnudos, pero detrás de unas plantas en el bosque. Una de las muchas fotografías de Danilo Vitalini, amigo italiano de Fiorilli, que acompañaron el material visual del disco, algunas de las cuales serían incluídas en el interior de la edición prensada. Como si fuera poco, este vinilo incluía textos entre lo poético y lo analítico sobre la realidad de los 60 en Colombia escritos por el joven autor Darío Ruíz (hoy un gran nombre dentro de los críticos culturales de Colombia). Por otro lado, el vinilo incluía un pequeño dulce pegado al interior del gatefold con una inscripción que decía “Para experiencias extrasensoriales, tráguese sin masticar”. Estamos hablando de un producto artístico muy completo y nunca antes visto en la música en Colombia que integra lo musical con fotografías, ilustraciones, textos y hasta un falso LSD. Dicho por el mismo Manuel Drezner (dueño de los estudios Ingesón), el disco es un acto de reconocimiento al valor de la creación, que pasa del artesano al artista. 

La experiencia con los gráficos es igual a la musical: confusión y una apreciación difícil en una primera instancia, pero que para entonces, y aún para hoy, implica abrir la mente y dejarse permear por un arte diferente, real y transgresivo. Las sorpresas que genera, a veces chocantes, a veces gratificantes, hacen del disco un viaje que oscila entre la realidad y la fantasía, entre lo ideal y lo decepcionante del momento, entre la madurez y la inocencia. 

Con este álbum se crea lo que sin dudas es el “maravilloso mundo” de una banda que logra no solo un disco más, sino un descubrimiento de sí mismos en plena conciencia de la realidad en la que viven, del tiempo en el que se ubican y de la propuesta de vida que buscan. Una que expresa humanidad y transparencia, pasando por las letras crudas, hasta las melodías infantiles y las fotografías de desnudos. Aquí, el rock colombiano se engrandece mientras se rebela cual adolescente y baila tonadas inocentes como niño. Las influencias de esta banda y este disco no solo se quedan en marcar el camino para las bandas que en los 70s experimentaron con un sonido de rock propiamente colombiano. También serían de allí en adelante un punto de referencia obligado para nuevas olas creadoras de rock con folclor, como la que se daría en los años 90 con lo hecho por gente como Hora Local, Aterciopelados, Carlos Vives, El Bloque o La Derecha. En Ingesón, como lugar físico, pero también como país imaginado, se consolidan las escurridizas bases de un, no tanto sólido, sino maleable, adaptable y siempre diciente rock colombiano.

Bibliografía:

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