Rick Wakeman fue el tecladista de Yes en «Fragile«, «Close to the Edge» y «Tales From Topographic Oceans«, tres obras maestras del rock progresivo. Para 1973 estaba agotado de girar con la banda y como forma de despejarse escribía música. Poco después se iba a alejar del grupo, pero antes encontró la inspiración para componer una pieza completa como solista, la primera de las obras conceptuales que definieron su impronta: “The Six Wives of Henry VIII”.
Rick leía “The Private Life of Henry VIII” de Nancy Brysson Morrison, donde se narran una de las biografías más demenciales y absurdas de nuestra historia que, si no hubiese sido determinante para la cultura occidental, no sería más que una anécdota divertida de los historiadores. Una serie de eventos desgraciados que desde el otro lado del océano y con el medioevo terminado es fácil ver como simplemente una saga de caprichos, pero para Rick o cualquier británico, esta es parte de su historia.
Enrique VIII en su reinado tuvo miles de víctimas anónimas, principalmente por una tendencia belicista constante que no tuvo ningún tipo de gloria o ganancia: El único territorio que anexó fue Boulogne-sur-Mer, que seis años más tarde fue vendida para volver a ser parte de Francia. Las víctimas más emblemáticas de su prepotencia fueron, por supuesto, sus seis esposas: Catalina de Aragón, Ana Bolena, Juana Seymour, Ana de Cleves, Catalina Howard y Catalina Parr. En ellas Wakeman encontró música.
La lucha de clases es el motor de las revoluciones, pero no todo lo que le pasó a la humanidad tuvo ese único motivo. Los delirios de grandeza son motivo de crisis más seguido de lo que la empatía nos quiere hacer creer. Enrique VIII separó a su reino del Papa y se autoproclamó Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra solo para poder divorciarse, su actividad favorita después del matrimonio. Primero se casó con la viuda de su hermano, segunda vino la hermana de una amante, tercera una doncella de su corte, más tarde una alemana de la nobleza, luego la prima de su segunda esposa y por último una rica que ya había enviudado dos veces. Lo peor se lo llevaron Catherine Howard y Anne Boleyn: a las dos las mandó a matar.
La obsesión que se llevó por delante a estas seis mujeres y afectó a toda Europa fue una enfermedad que Henry jamás asumió: por defectos genéticos no podía tener un hijo varón a quien heredar su trono. Hubo más de una docena de embarazos fallidos, bebés que no sobrevivieron más que unos pocos meses e hijos bastardos. Las decisiones de su descendencia oficial dejan claro el cariño por su padre: Maria I disolvió el título de Jefe Supremo de la Iglesia de Inglaterra e hizo lo posible por reconciliar al país con el Papa, Isabel I jamás se casó y su hijo Eduardo vendió a Francia el territorio conquistado por Enrique. Los tres gobernaron, Isabel por más de cuatro décadas, y ninguno tuvo hijos. La casa Tudor, lo que más quería conservar Enrique, se terminó así de rápido.
Es un disco instrumental y no tiene una narrativa lineal respecto a la historia en la que está basado, es una interpretación muy personal a través de las manos. La intensidad capturada está en una clave más progresiva que rockera e incluso con un aire de música clásica. En sus siguientes discos Wakeman se iba a atar mucho más a lo conceptual y a las estructuras sinfónicas que se estandarizaron en gran parte del prog. En “The Six Wives of Henry VIII” está la frescura del descubrimiento y lo impredecible de no seguir sucesiones de eventos cronológicos sino la percepción subjetiva de cada personalidad y todo lo que la atravesó.
La idea de seguir las vibraciones y la inspiración suena muy desestructurada, pero Wakeman le dio sentido a su búsqueda con todas las herramientas que tenía a mano, tanto sus estudios musicales avanzados como sesionistas de primera línea (sus mismos compañeros de Yes entre ellos) y un presupuesto holgado. Cada una de las seis piezas tuvo músicos distintos para llevarla a cabo, sea coros, percusión o la base rockera de guitarra, bajo y batería. Rick en total interpretó catorce variantes distintas del piano (¿pianotipos?), incluyendo modelos personalizados, los sintetizadores más avanzados de la época y un órgano de iglesia. La ligereza de los dedos de Wakeman sobre las teclas es claramente protagónica, pero los colores y la superposición de los miniMoogs y mellotrones son los que impresionan y dan sentido de época al álbum.
Cada canción proyecta ejes y va bailando sobre los mismos con una soltura que sorprende gratamente en cada compás. La elegancia es transversal, es música de la realeza, pero hay disparadores y estímulos en cada semblanza que alcanzan puntos melancólicos y fúnebres. ‘Anne Boleyn’ en el primer minuto pasa de ser delicada a belicista a siniestra. En ese triángulo crece y llega a su propio clímax. ‘Catherine of Aragon’ se pasea por las luces y sombras de la coronación, ‘Anne of Cleves’ vive pura adrenalina hasta despedazarse y ‘Catherine Howard’ vive en la majestuosidad más majestuosa hasta que todo se disuelve en la solemnidad y el olvido. A ‘Jane Seymour’ le toca una velada tétrica en la iglesia y finalmente ‘Catherine Parr’ pasa por todo y se convierte en la única que sobrevive a Henry VIII.
“The Six Wives of Henry VIII” prueba el verdadero potencial del rock progresivo y sus variantes. El prejuicio y el mismo esfuerzo de sus fanáticos por alejarse del resto de la música ha condenado el género a ser, en el mejor de los casos, dad rock o, en el peor, alimento del esnobismo. Detractores y defensores ponen a la complejidad como característica definitoria de esta música, un error garrafal. Por un lado existen tradiciones musicales muchísimo más desarrolladas en este aspecto, así que a quienes creen tener un gusto elevado por escuchar prog les encomiendo conocer la música devocional india. Por el otro, a los despistados que les generó rechazo el discurso elitista proguero los invito a no dejarse espantar. En las obras más emblemáticas del progresivo el valor está en la utilización de conceptos académicos y la nueva tecnología instrumental de la época al servicio de la creación de mundos. Hay mucho más de literatura fantástica y ciencia-ficción que de vanguardia. Ahí el rock progresivo se diferencia del resto como un campo fértil, no para el ego de los instrumentistas sino para la imaginación.