Rapear un territorio, samplear una historia

Entre samples de compositores salteños, imágenes del paisaje y la crudeza de lo cotidiano, Alkoy y Fakiir (Astral 369) trazan un sonido que no describe el norte argentino, sino que lo habita.

Un sample es un eco. Un vestigio de lo que fue, de lo que sigue siendo, de lo que se transforma. Un sample es memoria, es herencia, es cicatriz. En “Valle Chakal Ki”, Alkoy y Fakiir no solo usan el sampleo como recurso musical, sino como un manifiesto. Cada fragmento de folklore que habita el disco es un hueso del paisaje, un fósil de la historia sonora de Salta, vuelto carne en el ritmo del rap. Pero no es un rescate ni una relectura: es la continuidad de un pulso que nunca dejó de latir. Fakiir entiende esto con precisión quirúrgica, ensamblando los cortes como si fueran articulaciones de un mismo cuerpo. No hay costuras, no hay nostalgia, no hay un pasado embalsamado para la contemplación. Lo que emerge es una simbiosis: dos lenguas que se encuentran en un mismo fraseo, dos mundos que confluyen en un solo ritmo. La tierra y la calle, el ayer y el ahora, en un solo acto de respiración.

El ritmo no solo sostiene las rimas, las sitúa. Más que el marco para el discurso, es el terreno sobre el que pisa cada palabra. Lejos de beats prefabricados y bases intercambiables, la percusión suena con la aspereza de un camino de ripio, las muestras crujen como madera vieja y los silencios pesan como la inmensidad de un valle al atardecer.1 La producción convierte al ritmo en un mapa. Cada golpe de bombo es una pisada; cada corte de sample, un eco que rebota en las paredes de un cañón. No se trata de evocar el paisaje con obviedades, sino de traducirlo en textura: el rasgueo áspero de una guitarra, un tambor que retumba hueco como el viento en una quebrada, un bajo que se hunde como raíces en la tierra húmeda después de la lluvia. La geografía no se describe, se percute.

Las letras en esta obra se mueven entre lo crudo y lo evocativo, entre la declaración frontal y la imagen que deja una estela. No hay un solo registro: las palabras pueden impactar con filo seco o deslizarse con el tiempo pausado de algo que se intuye más de lo que se explica. En Deslealtad, por ejemplo, la métrica corta y directa refuerza la idea de traición como algo inevitable: «Vi romperse a la amistad enfrente mío / Ante la deslealtad siempre río«. No hay dramatismo, solo constatación. En contraste, hay momentos donde la escritura se expande y deja lugar a lo sensorial, como en Río Toro Jazz, donde la repetición de ciertas palabras construye un clima de deriva y pensamiento errante: “El mundo gira y los viejos charlan / Me estoy muriendo y la ambulancia tarda”. Esta dualidad entre lo tangible y lo contemplativo aparece a lo largo del álbum, generando una dinámica en la que el peso de una línea corta se amplifica por la profundidad de la siguiente. Ni manifiesto explícito, ni un ejercicio de lucidez hermética, la obra es un territorio donde la palabra tiene la misma textura que las instrumentales: a veces ásperas, a veces envolventes, pero siempre con peso propio.

El filósofo Mircea Eliade planteaba que lo sagrado no desaparece en las sociedades modernas, sino que se encripta en nuevos lenguajes, se esconde en los signos del presente. Algo similar ocurre acá: la imagen de un río es tanto un paisaje como un umbral. Los elementos de “Valle Chakal Ki” son parte de un sistema simbólico que atraviesa toda la pieza. El agua, el fuego, el viaje y la transformación funcionan como marcas de tránsito entre distintos estados de existencia. En ‘Ceibos y Pumas’, la falta de lluvia y el hambre aparecen como un ciclo que se repite sin resolución: «Donde hay sed no llueve, y la comida sin sal / Tiene sabor a que uno se nos muere«. En esa simple descripción de carencia se revela la manifestación de un orden mayor, donde la supervivencia está ligada a las fuerzas impredecibles del entorno. El fuego, por su parte, aparece como un agente de cambio: lejos de simbolizar destrucción o purificación, es una señal de que algo está por mutar. No es casual que en ‘Cuna de Proezas’ se refiera a una hoguera como el fin de la adolescencia: el fuego consume, sí, pero también ilumina.

El viaje es más que un desplazamiento físico: es un descenso, un tránsito entre niveles de realidad. “Tres viajes a Cafayate pegados en la luneta / Nació mi obra, llora prosa, duerme en cuna de poeta.” En estos versos, el trayecto esconde más que un recorrido por la geografía salteña, sino el origen de la creación, como si el paisaje dictara las palabras. La idea del periplo iniciático, del tránsito por un suelo que transforma al viajero, resuena en la obra de Dante Alighieri: el camino no es una elección, es una necesidad.

En “Valle Chakal Ki, ese descenso se parece menos a una peregrinación y más a una condena asumida. Como en la “Divina Comedia, hay un punto de inflexión: un instante en que el hombre deja atrás la cima para adentrarse en el valle. El valle como infierno, sí, pero también como útero, como crisol, como espacio de revelación. Es lógico que el título del álbum lo nombre: no hay aprendizaje posible sin descender, ni verdad sin atravesar la sombra. En ‘Limbo’, esa simbología toma forma: “Somos al rap lo que al arte Botticelli pintando el infierno”. Es una declaración estética. Como el Dante que regresa del averno para contar lo que vio, Alkoy también baja. Y lo que trae de ese viaje es un mensaje. Uno que, quizás, sólo podía entenderse en soledad, pero que ahora intenta volverse palabra compartida.

Después de atravesar símbolos y odiseas, la obra aterriza en lo inmediato. Hay momentos en los que la realidad se impone sin necesidad de ser reinterpretada, inyectarle misticismo o envolverla en referencias culturales. El hambre, la rutina, el costo de las cosas, el día a día que se consume sin grandes épicas. «Siete días con medio cigarro / Tres tazas de té pa’ cuatro / Toda la vida remando medio sueldo«. No hay abstracción en estos versos, ni metáfora que amortigüe la crudeza. Son imágenes que prescinden de contexto porque son el contexto en sí mismo, escenas que pueden pertenecer a cualquier persona en cualquier ciudad donde la urgencia sea norma. Lo cotidiano está ahí, desnudo, sin intentar darle un sentido más profundo que el de su propia existencia.

Si la geografía puede recorrerse con sonidos, “Valle Chakal Ki” contiene y despliega al norte argentino. No solo lo representa: lo respira. Los cortes de sample trascienden la arqueología, son extensión. Es una música tejida desde adentro, con los mismos hilos que han contado historias en esta tierra desde siempre. Porque el territorio se escucha, pero también se dice. Hay un paisaje que atraviesa las letras. Y lejos de ser una postal o un artificio poético, la montaña, el río, el polvo y la ciudad aparecen sin énfasis ni grandilocuencia, con la naturalidad de lo que forma parte de la vida diaria. Los caminos que se recorren en las canciones son trayectorias reales, huellas de un desplazamiento que marca a quienes lo transitan.

Por eso este álbum no es solo un ejercicio de estilo ni una exploración conceptual. No parte de la necesidad de reivindicar un sonido ni de posicionar una identidad. No hay en él una intención de explicar lo que significa hacer rap desde el norte. No hace falta. Basta con escucharlo para entender que está ahí: en cada golpe de bombo, en cada imagen que se repite como un eco, en cada palabra que se apoya en la tierra antes de seguir su curso.


1 Al consultarle sobre este trabajo rítmico, Alkoy señaló: “Al inicio intentamos dirigirlo hacia el drumless, pero se nos hizo difícil por dos cosas. Primero, el rap habitualmente está hecho en un compás de 4/4, mientras que el folklore lo hace en 3/4 o 6/8. Fakir logró direccionar estos sonidos hacia algo que pudiera rapear. Fue un proceso consciente y requirió de una autocrítica aguda para no pecar de simplista ni alejarse demasiado del rap. Segundo, dentro del propio folklore del norte se expanden ramas musicales por todo el mundo. Limitarnos a solo usar folklore salteño no acortó la variedad de géneros que barajábamos. Integrar todo esto fue un verdadero “Eureka!”: grabaciones de hace 50 años vibrando en un ritmo nuevo”.

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