En este libro Juan Carlos Kreimer, Carlos Polimeni, Gustavo Álvarez Núñez y Guillermo Pintos, los cuatro autores, buscaron establecer una historia oficial del rock argentino y, al menos hasta el 2006, lo lograron. Tiene una edición grandota, casi de revista (20x28cm), que no llega a ser incómoda para la lectura y prioriza el excelente archivo fotográfico que se hace presente en cada página. “Ayer Nomás” también tiene la virtud de ser una base de información para entender quiénes y cómo hicieron el género en la escala nacional. Entonces, de alguna manera, criticar este libro es criticar la versión de la historia que tenemos en la actualidad.
¿Cuál es la conexión entre ‘El Rebelde’ de Los Beatniks y cualquier tema de Babasónicos o Callejeros de mediados de los 2000? Los críticos hasta día de hoy fallamos en presentar una teoría sobre qué tiene de especial el rock argentino, qué lo une más allá de los géneros del rock y las fronteras del país. «Ayer Nomás» no es la excepción, pero esto no es lo único en lo que flaquea.
Más allá de alguna cuestión muy particular como el origen del rap en el país, la labor investigativa es incuestionable, lo que se pone en duda es qué se hizo con esa información. Pero para ir hasta ahí hay que entender que el grueso de la labor periodística e historiográfica es la del recorte. En este caso hay un recorte principal de lo sucedido entre 1966 (el inicio) y 2006 (cuarenta aniversario), subdividido en cuatro décadas que se asignan una a cada autor. Los escritores del libro vivieron y registraron en simultáneo lo que pasaba con el rock argento en las etapas que cubren para este tomo, más allá de tener la información, el desafío era cómo mostrarla y cuál priorizar. Además, hay una función extra que tenemos los críticos/pensadores de la música que es la de, para bien o para mal, cuestionar la historia, .
Sobre la decisión de ir de diez en diez años, podemos argumentar que es rigidez es limitante para profundizar en sucesos de las intersecciones anuales (por ejemplo la cumbree del progresivo local entre el 76 y el 78 es pasada un poco de largo). El historiador Eric Hobsbawm ya ha demostrado que a veces la duración de los siglos y las décadas pueden flexibilizarse para favorecer la comprensión de procesos y eras. «Cómo vino la mano«, el clásico libro de Miguel Grinberg dedicado a este mismo movimiento, tiene justamente esa virtud de periodizar inteligentemente. No es una gran problemática del volúmen, pero es una lástima que no se haya continuado la concepción de Gringberg.
Los grandes contratiempos de “Ayer Nomás” suelen ser específicos de sus autores y la gran mayoría están entre 1986 y 2006, las décadas asignadas a Gustavo Álvarez Núñez y Guillermo Pintos. El principal es dedicarse a hablar exclusivamente de los clásicos y los éxitos masivos, pasando de ser un libro que hace una radiografía completa de lo que sucedía y cómo se iban influenciando todos colectivamente a uno en el que solo se repasa lo que sabemos todos: los highlights de la memoria colectiva.
Es fácil ir a quejarse a los autores de algún material de este tipo de que faltan Fulanito y Menganito, sin contemplar lo previamente mencionado sobre lo obligatorio que es recortar. Puntualmente en este caso lo grotesco es que no se hable de las escenas de metal o punk, que nacen del rock e innegablemente forman parte de su historia. Por ejemplo, a la banda Flema solo se la menciona una vez al pasar en un párrafo sobre Attaque 77 y sobre el final del libro por la muerte de Ricky Espinoza.
Es prescindible la atención prestada desde los textos de Polimeni en adelante a las intrascendentes reuniones de viejos grupos y algunas muertes que no tuvieron mucho impacto real, dándole varios párrafos a hechos que se podrían haber resuelto en un par de oraciones. Esos espacio podría haberse aprovechado para visibilizar proyectos underground interesantes (que de sobra está decir que los había) o al menos no olvidarse de todas las mujeres de la época como lo hicieron. Se entiende que para cuando salió el libro no había tantos cuestionamientos al respecto, pero hay una ausencia femenina casi completa en todas las etapas y ningún reconocimiento a la diversidad sexual en tipos como Federico Moura, Miguel Abuelo y los fundadores de Mandioca. Lo más ofensivo es entre el ‘86 y el ‘96, capítulo donde lo más parecido a darle protagonismo a una mujer es hablar de Juana La Loca.
Otra decisión muy contraproducente fue la de, desde 1986, contar todo ordenado anualmente. Esto es, por ejemplo: “2003: Spinetta se pelea con periodistas, La Renga lanza “Detonador de Sueños”, Los Piojos tocan en El Monumental, etc”. La ventaja de esto radica en la facilidad del autor para organizar su información y la del lector para buscar datos duros; pero esto le quita valor como libro cambiandolo a enciclopedia. Los análisis se limitan a cosas que pasaron durante un mismo año, perdiendo la posibilidad de profundizar en carreras musicales o movimientos. Incluso en los últimos diez años que el libro registra, se abusa hasta el cansancio de la segmentación por subtítulos, llegando al punto de ser un compilado de efemérides. Sucesos que Guillermo Pintos hace parecer aislados al no encontrar un equilibrio entre dar su impresión sobre discos o conciertos individuales y hacer una contextualización histórica.
Juan Carlos Kreimer, referente total del periodismo musical en Argentina y encargado de relatar los orígenes, es quien mejor enlaza los hechos y logra hacer entender al lector el funcionamiento general de la escena. También es el que parece más preocupado por lo que sucedía por fuera de Buenos Aires y las primeras incursiones de mujeres en el género. Pero por más flores que le pueda tirar a su trabajo, un análisis histórico hecho sin relecturas ni nuevas conclusiones es un trabajo que no aporta más que datos de color. Ya es momento de preguntarnos si la “música complaciente” merecía tanto odio, si contracultura es lo mismo que rebeldía o si las muertes de Miguel Abuelo y Federico Moura por HiV no comprenden algo más que una tragedia.