It seems I’m the victim of natural selection…
Final Solution, 1976
Cada vanguardia que surge se enfrenta, de alguna forma, a la muerte de la rebeldía. Si bien las siguientes décadas prueban que el mundo tiene aún muchas cosas de las cuales escandalizarse, todas las almas jóvenes que juegan al borde del precipicio se preguntan hasta qué punto es posible tener el cuerpo colgando en el vacío y los pies en la tierra. Cuando, hace poco más de medio siglo, Hilly Kristal dejó que los muchachos se apoderaran del CBGB, un grupo selecto de marginales neoyorquinos se convirtieron en discípulos de Casandra: Para cuando el punk hubo recorrido todo el globo, ellos ya habían visionado un mundo después de él, aunque nadie les creyese. Pere Ubu, ajeno a pretensiones contraculturales y cosmopolitas, y más motivado por el rechazo a rendirse, se dió cuenta que el mundo después del punk también debía desplazar todo lo demás.
Ohio, gris e industrial, no se salvó del ebullir de la década de los 70. La masacre de la Universidad Estatal de Kent fue el empujón para un grupo de devolucionistas en Akron que vieron comprobada su teoría sobre la decadencia del pueblo estadounidense. Cleveland y alrededores sufrieron 37 atentados con bombas en el lapso de 2 años, fruto de riñas mafiosas que escapaban de la mente del trabajador de metal. Hasta ese momento, el rocanrol era cultura radial, petrificada detrás de una vitrina. Para David Thomas, ‘rocanrol’ era Nikita Jrushchov asegurando que él mismo enterraría Occidente, así que era de esperarse que la música que saliese de su cabeza fuese distinta a todo lo que había venido antes.
Para el primogénito de un profesor de literatura y una artista de museo, la corriente cultural principal no estaba necesariamente en un declive intelectual, pero algo la estaba confinando a delgadas láminas de adolescencia que la estaban desangrando lentamente. El equipo que ensambló a partir de bandas recién quebradas estaba de acuerdo: La última canción que le dejó Peter Laughner, antes de abandonar la banda y que la adicción se lo llevase a los 24, afirmaba que, si la vida era una peste y no podía parpadear, era porque le gustaban los Kinks. El pop de la década anterior palidecía ante un mundo de maoístas nucleares, anarcoecologistas, y esa sobrecarga de información a la que llamó “Datapanik”, de estar aislado pero en contacto con todo, que no podría identificar mejor estos tiempos. Pere Ubu se formó con la misión de continuar esa línea ascendente en la que se encontraban todos los grandes nombres, por más pequeños que fuesen.
Toma 30 segundos de chirrido para encender la máquina, pero cuando arranca, es imposible de detener. Incluso cuando se templa, los brazos, el cuello y las piernas le rechinan en pulso constante. El debut de Pere Ubu es una declaración nerviosa de romance que ha de construirse lo más rápidamente con las propias manos o no podrá ser reclamado, como si mañana se fuese acabar el mundo y este fuese el único momento para decírtelo. Todas las ideas se enmarañan en un manifiesto donde lo personal es político, pero lo político también es puesto a servicio de lo personal.
Así es como historias de bombarderos nucleares, utopía marxista, duelos con el diablo y electrocución se sintetizan en ensoñaciones de pleno día con los ojos abiertos. Todo a su alrededor suena a la catástrofe que está a punto de suceder y Thomas está demasiado enamorado para perder el tiempo en otra cosa. El revólver de su pretendiente es suficiente para encargarse del diablo; lo que verdaderamente le preocupa es el bombardero indetectable que vuela sobre su cabeza. Cuando el sentimiento es correspondido, pone a las guitarras a serpentear por el suelo como las grandes bandas de antaño, y cuando no, se vacía el escenario hasta dejar sólamente crujidos y zumbidos. La música es mórbida: enfermiza, temblorosa, cruda y a su vez ejecutada con la suavidad de una bruma artificial y asesina digna de una fábrica, pero que realmente sale de un cadáver en vida.
La inocencia con la que Pere Ubu ejecutó esquemas es fácilmente atribuible a la mente de David Thomas. Desde las experimentaciones crudas de la primera etapa de su carrera, hasta su regreso a los escenarios siempre con nueva compañía: Todas las caras diferentes de su discografía, que a veces distan tanto entre sí, forman parte de un dado que hizo rodar una y otra vez, sin importar qué tan alto fuese el número, mientras que no fuese el mismo de antes, sabiendo que mañana necesitaría algo diferente a lo de hoy. Sabiendo que viviría siempre en movimiento, tanto intelectual como físicamente, despreció el mal hábito de los rebeldes de correr hasta caerse, y nos enseñó que para mantenerse en pie, hay que aprender el arte de caminar. A ese paso llegó más lejos que cualquier otro.
I saw it coming…
I saw the red guard…
I saw the new world…
He’ll be the red guard…
She’ll be the new world…
He’ll wear his grey cap…
She’ll wave her red book…
Chinese Radiation, 1978