El primer tema de “Avantgarde”, el tercer disco de Ill Quentin, se titula ‘Actavis’. Como sé que ningún detalle es inocente en la empresa de este artista (si así lo fuera: qué mejor que tomar una referencia para empezar a derretir el iceberg de su proyecto) y la palabra no me suena, la busco. Actavis es una compañía farmacéutica estadounidense con sede en Irlanda, popularmente conocida por vender dos productos: el Sildenafilo Actavis, que contribuye a combatir la disfunción eréctil, y el Levetiracetam Actavis, para tratar determinadas etapas de epilepsia. Un comprimido para controlar los movimientos irregulares del cuerpo, el otro para intentar provocarlos. El beat de Leston evoca una escena de transición, en un plano de edificios altos y autos fuera de foco, un sonido que perfectamente podría estar acompañando a un personaje a tomar la decisión que cambiará el curso de las cosas. Una definición que casi siempre tiene a la noche como letargo y va desprendiendo postales de la espera: un colchón que sólo sirve para apoyar un cenicero, un teléfono sin aplicaciones o el merodeo urbano.
Después de la muerte y el amor, la soledad quizás sea el tropo magnus de la narrativa (y la consecuencia de las dos anteriores). En “Avantgarde” se avisa desde el primer momento, una ausencia tan poco tolerada que hace reventar las encías. En esta intro Quentin parece estar mirando por una ventana con un vaso helado y masticando el quiebre que lo define con una frase: “la cama me queda grande si tu cuerpo no está”. Algo parecido cantaban más cachondos los Plastilina Mosh en los 90. En “Avantgarde” la térmica no se alcanza por más que se intente (“¿Por qué estoy adentro tuyo pero igual te siento lejos?”) y este primer tema, al igual que el progreso del álbum, se ata a cierta elegancia que define el estilo del artista. El track avanza con una pregunta hasta dropear. Para los caprichosos de los géneros, que dependen de un encuadre para poder saber si pueden o no gustar de un músico en vez de entregarse sin más a lo que su sonido les despierta, les regalo que para mí, así como “Ameri” es el primer disco argentino de trap streamer, “Avantgarde” es trap de autor. Un pie que ya lo había afincado con su debut seis años atrás y al que retorna con todo lo aprendido. Iracundo y maduro, Rodrigo capitaliza la bronca hacia la mejor dirección.
El chiste de ‘Actavis’ no termina ahí. Hay dos hitos que me llaman la atención. En 2014 retiraron del mercado un fármaco por su alto contenido en codeína. La droga se llamaba sugestivamente “syrup” (jarabe). El mismo año, la compañía compró nada más y nada menos que botox (sí, la misma toxina que se infiltra en las carnes de la hegemonía global). Opiáceos, vigor sexual, retoques estéticos. En el 84 (fecha en que se fundó la empresa) ya se estaban burlando de nosotros. Y al año siguiente Terry Gilliam estrenaba “Brazil”. “La cosa está tensa como un lifting”, afirma el capataz del escándalo.

No sé en qué momento sucedió, pero desde hace un tiempo que me resulta casi obligatorio, cuando escribo sobre algún artista, hacer una mención a sus tatuajes. Hablé hace poco de los diseños elegidos por muchas de las mujeres del mainstream argentino y, más allá de la simbología que para cada una tenga, me resulta fascinante en su construcción narrativa, porque además es una manera de arrastrar cierta vigencia a pesar del dictado de la actualidad. Lo pienso cada vez que veo la cara de animé que le hizo Kaktov a Cazzu o cuando me enteré que el río de La Saladita que Little Boogie tiene en el dorso de su mano derecha es producto de El Iván de Quilmes. Entre amistades nobles y atropellos de la juventud, ser músico y no estar tatuado es prácticamente una anomalía. Su impulso va en línea paralela con haber nacido en una época imperativa a la producción, al efecto. ¿Cómo sería interpretada una borrada de tatuaje para un público que ve cualquier revisión del camino artístico como un sacrilegio a su demanda?
En el caso de Quentin, las marcas del tiempo no las mido en la apariencia ni en la madurez de sus proclamas sino en lo que opta por superponer al pasado. Lleva un castillo en el pecho, por encima de una cabeza de animal partido. Otra que practica es la de burlarse de la permanencia: se tatuó I AM MUSIC en una pierna, horas después de que haya salido el disco de Playboi Carti. Este es un caso de superposiciones, lo que contribuye a edificar las decisiones estéticas de su ejecutor.
Ill Quentin publicó su tercer disco, un conteo que sonaría vasto si no supiéramos que su lógica de producción está contenida en Bohemian Groove. Quentin no abandona su constancia cromática, porque el cuidado por lo que crea mantiene la coordenada fina de su propio aspecto, algo así como un merchand que viaja en busca de ideas siempre sobre los mismos tres tonos: rojo, azul y negro. Esta vez miró por el espejo retrovisor y algo de lo que vino pisando le despertaron ganas de releer. Volvió a componer desde al trap, a grabar con Leston y al combustible que motoriza su nueva oferta: la bronca. Quentin está enojado otra vez. Dice que ahora revisita al género que lo abrazó, ahí, por más curioso que suene una señal de afecto para un lenguaje algo ríspido. De algún modo, por más que Quentin pertenezca a una generación crecida con los interruptores falseados, él prefiere luz tenue.
Opening y cierre del disco son propuestas que Leston tenía archivadas de sesiones antiguas. Haberlas insertado en las extremidades habla no sólo de la seguridad sino también de la solidez creativa de este tándem. Demuestran vigencia mientras otros exponentes se empantanan con challenges fantasmagóricos.
Reviso el cancionero casi completo que Quentin viene dejando. ‘Hambre’ es el único tema de “Muerte en el agua” (2019) donde Leston está acreditado como productor, canción que, al igual que cada una de las que conforman el álbum, exuda cólera. Pero el delivery de Quentin no se imprime de irritación, al contrario. Su manera de cantar es calma. Fue a un tono pretendidamente intimista en “q*” (2023), disco donde Lamadrid puso como condición que precisamente se apartaran del estilo, y ahora lo ajusta sin desaforarse, en contraste con los alaridos agudos de “Desnutrición Mental” (2020), EP creado a dúo con K4. Dos de los quince temas (‘Art attack’ y ‘pobreniñarica’) podrían formar parte de su antecesor, ya que en la intensidad del LP se sienten como cortamambo. No lo son las 48 veces que se menciona la palabra plata (y por qué hablaría de acupuntura si está haciendo trap, señor), ni mucho menos las banderas que se izan agónicas, pero aún flameantes.
Es importante señalar el “pase de mando”. Si en sus comienzos la RIPGANG tuvo que salir con el cuchillo entre los dientes para poder hacer carrera, tolerando las rivalidades y comparaciones forzadas, ahora Quentin hizo explícito su rol de anfitrión. Otro en su lugar seguramente llamaría a los suyos para clavar hits con Broke Carrey, Dillom o Muerejoven (o probarse en otros trajes de eso que la nueva música argentina está pidiendo, como Marttein o Six Sex), pero Quentin quiere mantener los planos de su estructura, tender puentes a los nuevos artistas. Por eso la clava al ángulo en todos los featurings: Enzocerbulto, elaiyah, Joshu Joshu, Clúster y Sa!koro.
“Ojalá se muriera Milei y ojalá se muriera mi rey”, desea el español Superreservao en ‘4all the t1m3 3verywhere’, quien también nombra a Néstor en Bloque, aportando su grano de arena para atestiguar la omnipresencia de la cumbia en este 2025. Habrá espacio para la libertad del pueblo palestino y nunca descuidar a Boquita. La cartera de beats que desensilla Leston funciona tan bien que por momentos parece estar por encima de la propia lírica. Cuando el equipo sincroniza inspiración suceden momentos de gloria: así será en ‘Sin escrúpulos’, con ese aura tanguera que Quentin transita con lugubridad sofisticada; en ‘Hooligans’, uno de los adelantos del disco; y el adictivo ‘Type beat’.
El diseño de las portadas es otra arista que perfilan su figura. Lo de perfilar es paradójico, porque Quentin se las ingenia para nunca mostrar su cara. Quizás se sienta lo suficientemente expuesto en lo que escribe. Mira para abajo en su debut, pierde todas las facciones en el siguiente, exacerba el recurso y deja que hable lo abstracto (“El círculo”). Para esta nueva forma, no cede. Será el artista Julián Caprara Gatti (o carbon.based.kid) quien se encargará de replicar una mordida de grillz con cruces invertidas y un bigote desordenado. Pero la tapa de “Avantgarde” no es el recorte perfecto de la pintura. Es la foto intencionalmente descentrada del cuadro terminado que permite mirar el contexto: el resto del lienzo, los óleos, espátulas, los frascos de mermelada que se improvisan de vaso para los pinceles, un trapo, la ventana que lo sostiene. El “Avantgarde” parece un sello que sobresale con más energía que todo el resto. Expectante como todo símbolo que se materializa.
Me rehúso a construir analogías partiendo de un aspiracional angloparlante abonando a la teoría de que somos un reflejo de la cultura yankee. Quentin siempre me pareció alguien industrial, toque en Palermo para cincuenta adolescentes anémicos o en un subsuelo de Paternal. Y no estoy diciendo que busque fórmulas, más bien lo opuesto. Su obra parece limpia y perfilada como arquitectura, planificada en una época tan cruel que no deja tiempo a la observación, donde las mismas inauguraciones son el evento de clausura. La emergencia no cede nunca en sus canciones. Ni siquiera en su fase más rítmica como fue en “q*” hay tregua: usa la profundidad de la mirada como despedida porque no puede demorarse ni un segundo. Esa emergencia se vuelve encantadora e infernal por momentos. La reiterada falta de estribillos y el empalme con las bases sonoras conducen la identidad de un artista al que, con una primera pisada tan radical como la de “Muerte en el agua”, sólo le queda seguir escalando.






