Contradicciones pop: Lali, una trinchera en forma de hit

El símbolo de la oposición al gobierno aceleracionista de Javier Milei viene del lugar menos esperado: ni punk de antros ni raperos latinoamericanistas, una estrella pop musicalmente complaciente, cuya honestidad la hizo enemiga del poder. Así llega el pisotón rockero de Lali, «No Vayas a Atender Cuando el Demonio Llama».

¿Cómo se hace para crear arte cuando una de las personas más poderosas de tu país te elige como enemiga pública? Lali Espósito parece tener una respuesta: encerrarse con amigos en un estudio de grabación y volverlo trinchera. 

El título del álbum “No vayas a atender cuando el demonio llama” parece evocar una tentación peligrosa: la del odio, la del miedo, la del silencio. Y también una respuesta frente a eso: no atender. En el último año, Lali enfrentó ataques directos por parte del presidente Javier Milei, quien la acusó de «vivir del Estado» sólo por escribir un twit en el que expresaba preocupación por la llegada del hasta entonces candidato al poder. Convertida sin quererlo en blanco de hostigamiento y fake news, pero también en emblema de resistencia para sectores que antes la miraban con recelo, Lali encarna un fenómeno raro en la cultura argentina: la estrella pop mainstream que está en guerra con el poder.

La música como respuesta: Lali entre el establishment y la rebeldía 

No vayas a atender cuando el demonio llama” es un disco que coquetea con el rock sin volverse agresivo. Lali, que desde muy joven aprendió el arte de persuadir sin violencia, se mueve entre la irreverencia, el humor y una estética que recuerda a hacer zapping en la televisión: cambiar de canal, saltar de una emoción a otra, de un género a otro.

Comienza con ‘Popstar’, una canción que ironiza sobre su pasado de ídola infanto-juvenil: “A los buenos siempre alegra / Y los malos que la enfrentan / Patalean, ya no saben qué hacer”. Nunca nadie había imaginado, ni remotamente, un escenario donde la guerra civil simbólica argentina tuviera entre sus caudillos a la chica crismorena devenida popstar, a la que subestimaron durante años por su origen y recorrido. Pero parece ser la que más se la bancó. Sus contraataques son canciones que hablan de crecer, divertirse, ser fiel a sí misma y seguir defendiendo banderas como la LGBTQI+. También de reírse del lugar en el que la han puesto tanto sus detractores como sus fanáticos.

El álbum gana fuerza a medida que avanza. ‘Plástico’, además de contar con la participación de Duki -uno de los artistas que alguna vez la subestimó-, es una canción fresca, con sintetizadores retrofuturistas y críticas a la falsedad e hipocresía que reviste el mundo de la fama y la era digital. ‘Morir de amor’ es otra pieza destacada. Una balada con base de piano y arreglos de cuerdas que evocan pura emotividad y elementos que la acercan al soul y jazz. ‘Mejor que vos’ con Miranda! y ‘33’ con Dillom son los otros dos featurings que integran la obra. En todos los casos, las combinaciones estilísticas de los artistas confluyen a la perfección. 

Entre las preguntas sobre el bien y el mal que sobrevuelan las letras de las canciones, hay algunas afirmaciones: “Sé que vos sabes / que no hay héroes ni villanos / que en la guerra nadie gana / que Dios son los hermanos / y a veces no es justo nada”. Estos fragmentos pertenecen a ‘No hay héroes’, co-escrita con Julieta Venegas. Quizás aquí encontremos la respuesta a porqué Lali también parece rechazar el lugar de “heroína” en el que algunos sectores quisieron ubicarla: ni siquiera cree en eso.

El disco tiene varios aciertos: declaraciones de principios, canciones que conviven bien entre sí, colaboraciones acertadas y una narrativa que se entiende mejor cuando se conoce el contexto, pero que también puede disfrutarse sin él. Sin embargo, en términos de innovación sonora, por momentos parece quedarse a mitad de camino. Esto se vuelve más evidente en un momento donde el pop argentino atraviesa una era de experimentación y diversidad, incluso con una escena emergente vibrante que hace unos años parecía impensable. En este contexto, diferente al que encontró Lali cuando fue pionera -un mundo aún dominado por el “rock nacional”, donde el pop era menospreciado y ella se abrió paso prácticamente sola, junto a Miranda- la comparación se vuelve inevitable. Aun así, el disco es sólido. Con un trabajo de producción que ya destacaba en su álbum homónimo anterior. Mérito que corresponde a Mauro de Tommaso y Galán, sus productores y amigos, que parecen estar entendiendo qué es lo que Lali quiere y puede transmitir.

Ahora bien, si la comparación no se dirige tanto a esa escena pop emergente sino al mainstream del que forma parte junto a artistas como Emilia Mernes o Tini Stoessel, aparecen otras diferencias.

Esto es lo que más me excita, me encanta cuando gritan que soy una pendeja”. La canción se llama ‘Pendeja’, y con este estribillo Lali elige hablar en argentino a contramano de colegas que, en su afán de conquistar mercados internacionales, incorporan al vocabulario localismos que les quedan forzados, como “bellaqueo” o “gangsta”, pero también propone una idea de sexualidad que no parte de la pasividad ni de la pura validación externa. Lo que excita no es gustarle al otro, sino el gesto mismo de provocar, de incomodar. Es deseo que se activa desde un lugar rebelde, desafiante, hasta punk.

En un artículo de la revista Seul se plantea con lucidez que, buena parte de la música argentina actual, aunque esté plagada de referencias sexuales, “a veces parece que ya no se trata de querer satisfacer un hambre con el otro, sino de erotizarse con el conocimiento de que uno es atractivo”. Es una sexualidad narcisista, sostenida en la pose, en el “me gusta gustarte” más que en el deseo en sí. Lali, en cambio, se posiciona como un sujeto deseante: quiere algo, se implica. Y esa diferencia no es menor. En su disco, el erotismo aparece más real porque involucra al cuerpo, al barro, a la acción.

No vayas a atender cuando la leyenda del rock llama 

Pensar en figuras masivas y contestatarias, que se refugiaron en el arte como respuesta política, habilita a recordar una anécdota: en 2014, Lali se cruzó con Charly García en un evento de la farándula nacional. Se acercó con respeto y admiración: “Me llamo Lali y te quería conocer, yo hago música”. Charly, con ese humor ácido que lo caracteriza, le respondió: “Ya está hecha”.

De esa frase surgen dos lecturas posibles: una más inocente y filosófica sugiere que Charly expresó una verdad premonitoria, de esas a las que todo músico llega alguna vez: ya está todo inventado, sólo hace falta encontrarlo. En la música, en la cultura, en el lenguaje, siempre hay rastros de otros. Por eso este mismo álbum está lleno de referencias: a Los Redondos, Babasónicos, Lady Gaga, Los Rolling Stones y hasta al propio Charly García. Como diría Reynolds: la adicción del pop a su propio pasado.

Pero la otra lectura, la que incitaría a pensar que si la música ya está hecha, no queda más por hacer, es la que puede resultar un problema. ¿Sería ese el peor consejo posible? Lali, por suerte, no lo escuchó. Si la manera de “respetar” (¿la música?) era dejar de crear para no pisar talones, ella hizo oídos sordos. No atendió el llamado del demonio que paraliza, que dice “ya está todo dicho”. Eligió seguir haciendo. Es en esa apuesta constante, esa valentía, esa voluntad de transformar el ruido en canción, donde su figura se agranda.

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