Las escenas urbanas narradas por Rubén Blades en todo su camino como cantautor no tuvieron un antes dentro de la salsa y, después de su llegada, tampoco encontraron parangón. Lo que “el poeta de la salsa” trajo al género no solo hizo a la juventud mover los pies en una baldosa, como ya acostumbraba esta música en Latinoamérica y en Nueva York, sino que también puso a pensar al oyente acerca de entorno y su lugar en el mundo. Su visión fue la de crear un orbe literario, con personajes que tuvieron la suficiente fuerza para convertirse en parte de la imaginería latina.
Sin embargo, a pesar de todo el honor que se le otorga a Blades, su lugar en las marquesinas no fue fácil de obtener. En un viaje con escalas, iniciando desde Panamá, Rubén primero aterrizó en el departamento de correos de Fania (la fábrica discográfica que en el Nueva York de los 70 produjo más caldo que Heinz y Maggi juntos), en búsqueda de un lugar en una orquesta. Lo que nadie sabía dentro de las torres del emporio de la salsa es que el cartero era más que eso. Después de haber sido escuchado por Pancho Cristal, productor de Cheo Feliciano, su estreno quedó pactado. Con un modesto en presupuesto, pero musicalmente estelar debut de la mano de Pete “Boogaloo” Rodríguez -no confundir con “El Conde”-, Blades le demostró al mundo de la salsa que su pluma dictaría el ritmo de su propuesta.
Alguien que no estaba falto de oído dentro de las torres de Fania era William Anthony Colón, un nuyorican fascinado con el bajo mundo de su natal Bronx, cosa que forjó su manera de hacer vibrar el trombón y, a la vez, sus producciones. Desde la portada hasta las letras, nada podía ser tan contrario a lo que hacía Colón, como lo que hacía Blades: un bohemio y poeta, contrastado con alguien que se hacía llamar “el Malo”. Aun así, los dos compartían el sentido de la audición, lo suficiente como para armar el binomio dorado de la época más exitosa de nuestra cosa latina. “Metiendo Mano”, “Siembra” y “Maestra Vida” no solamente son historia de la salsa, ya son patrimonio cultural del continente americano. Gabo incluso llamó a ‘Pedro Navaja’ una “historia hermosa y terrible”, y se lamentó no haberla escrito. Tanto revuelo comercial y crítico tuvo este dúo que hasta nos damos el lujo de olvidar el fonograma que nos cita el día de hoy.
“Canciones del Solar de los Aburridos” sufre de los mismos síntomas que sufren esas producciones que salen después de la obra maestra. Su luz se ve eclipsada por el éxito sísmico de lo que fue el fruto del vientre creativo tanto de Blades como de Colón. Si los dos colgaban los guantes en 1981, lo hubiéramos entendido. Pero estos dos son cuerpos celestes en su propio derecho, y lo estampado en su cuarto esfuerzo en conjunto es lo más cercano al punto cúlmine -creativo y comercial- del sonido neoyorquino.
Decir que el título de la obra es una copia de carbón de lo plasmado musicalmente en el álbum está lejos de la realidad. La dupla continuó con el punzante comentario social de sus glorias anteriores: en ‘Tiburón’, asemejaban al depredador marino con aquel que acechaba al Caribe en los 80, lo que sirvió como una escalofriante premonición de lo que sería el gobierno de terror de Reagan. Las consecuencias para Blades y Colón fueron igual de escalofriantes: el sencillo fue boicoteado por las radios en los Estados Unidos y el dúo debió presentarse con chalecos antibalas en sus conciertos. El tema es un atraco al oyente, comenzando por ese vertiginoso juego sonoro con la radio y los desconcertantes sonidos del mar que abren la cancha a un Blades pacífico con su intervención, trazando el paralelo entre el animal y el gigante del norte, para posteriormente descargar contra él.
Tiburón, ¿que buscas en la orilla?
El Tiburón
¿Qué buscas en la arena?
Lo tuyo es mar afuera
Serpiente marinera
Ay, tú nunca te llenas
Cuida’o con la ballena
Respeta mi bandera
Si el “Solar de los Aburridos” fuese el periódico de la vecindad, ‘Tiburón’ sería la pieza de opinión, mientras que los cortes profundos ofrecen las glosas y viñetas más caricaturescas de la carrera de Rubén y Willie. La criminalística es ‘Te Están Buscando’, donde un malapaga ha puesto color de hormiga al barrio, apostando un dinero del cual no hay paradero. La hilarante ‘Madame Kalalú’ es el horóscopo: un diálogo entre una vidente, interpretada por Rubén, con un Willie que desea conocer su suerte y termina siendo robado por ella; una joya del catálogo del dúo que irradia carisma y carcajadas por igual. Por otra parte, en la sección de chismes, nos enteramos que la hija de papá y mamá se ha ido con el trompetista de la vecindad. El cotilleo se esparce por toda Latinoamérica en ‘Ligia Elena’, que junto a ‘Tiburón’ se volvieron los temas insignia del elepé.
Otro testimonio de la riqueza sonora del álbum y la madurez de Ruben como intérprete es ‘Y Deja’, una samba lenta donde brillan el piano Rhodes y Blades en su faceta como crooner. Si el tema fuera instrumental, también sería un golazo: las intromisiones de la guitarra acústica y los tarareos, suspendidos en el aire, suenan como el mejor tributo a las Flora Purim del mundo.
Deja que tu vida se confunda con la mía
Y Deja
Deja, deja, deja, deja, deja que se estreche dulcemente día a día
Y cuando la muerte nos pregunte le digamos
Que felices y enamorados vivir logramos
Lo que hace distinta a esta entrega, comparada a las otras del binomio, es lo despreocupada que se siente. Rubén y Willie andaban sueltos, pero esto no significa que no estaban enfocados; por el contrario, la soltura les permitió atreverse. Hasta la portada demuestra un nuevo espíritu: no es frondosa como “Siembra”, ni contrastante como “Maestra Vida”; sin embargo, vemos al naranja y el azul vibrando -colores que podrían adornar las paredes del barrio- y los dos protagonistas divertirse. También es la orquesta, que acompaña de manera insuperable en lo musical, pero además, los colores que brinda cuando se une a los coros y revuelos del arrabal hacen que el disco no sea uno más producido en la Gran Manzana: son las resonancias de la esquina, de la comparsa, y, por supuesto, del solar.
El “Solar de los Aburridos” es otra perla en los collares de la mancuerna Blades-Colón. Una que, con su eclecticismo y viva paleta cromática, es la acuarela de esos espacios comunes de los barrios del Caribe en donde todo y nada pasan al mismo tiempo.