Es 2004 en la Argentina y hay adolescentes llorando porque se separó Bandana y Erreway. El Indio Solari lanza su primer álbum solista y se conoce el debut de Airbag. No paran de sonar en la radio discos de la Bersuit (“La Argentinidad al Palo”) y Miranda! (“Sin Restricciones”). Nos pasa Cromañón y Juan Ortelli publica «Balas en la lengua» en la Rolling Stone, una de las notas fundacionales sobre cultura Hip Hop nacional. Muchas cosas pasaron en dos décadas y pocas persisten. Una de esas excepciones es el grupo que armaron unos adolescentes neuquinos, que se juntaban a fumar en una plaza y buscaban ponerle el nombre a su banda mientras miraban la tormenta que se armaba de fondo.
Ese fue el origen de Atrás Hay Truenos, que este año lanzaron “Coire”, un halo de optimismo y melancolía con un catálogo de detalles sonoros como telón de fondo de letras tan melosas como reflexivas. Una banda con un sonido siempre extemporáneo, que se hace a sí misma recuperando matices de medio siglo de música y escuchando sus instintos, siempre movilizado por el interés del descubrimiento. El resultado son más de treinta minutos de canciones, que prueban todos los mantos instrumentales que pueden envolver un pecho cuando aprieta por la ausencia.
La expectativa por su quinto disco fue creciendo desde el 2019, cuando en simultáneo al lanzamiento de “Bronx” ya se sabía que estaban trabajando en los primeros cortes. Sus anteriores álbumes se aventuraban plenamente a la experimentación, con mucha más prepotencia por la convivencia sonora y la traducción de los paisajes que se concentran en torno al río Limay. Siempre indies y siempre románticos, fueron configurando una estética amorfa que se tornó en su identidad. Estimulados por pertenecer a la primera generación de proyectos que crecía con el Internet y sus influencias inacabables, se los ubica en lo sintético y en lo edulcorado, en lo desatinado y en lo hogareño.
Pero “Coire”… “Coire” es diferente. Tomando su significado en latín (“ir juntos”, “agruparse”) la banda dejó en manos de Diego Martínez (bajos y voces) la producción y su minuciosidad por los detalles quedó expuesta. El grupo armoniza: la batería de Héctor Zuñiga nunca suelta pero tampoco aturde; la voz de Roberto Aleandri se abre paso entre la performance del desamor impaciente y lo furtivo de la resiliencia; Ignacio Mases conduce con guitarra y bautiza la personalidad de cada una de las ocho canciones; las flautas y teclados intermitentes junto a la sobreposición de coros abren aún más una experiencia que, en distintos pasajes, se siente como una relectura contemporánea del rock nacional más flúor. Y todo para contar de mil maneras que «aunque el mundo esté hecho de hielo, voy caminando a donde quiera«.
Aún con toda la carga de dedicarle al amor un disco completo, Atrás Hay Truenos perseveró en un mensaje antiDisney: las relaciones son un trabajo diario, de paciencia y esfuerzo, de fe y entrega. Lo que nos queda es poder administrar el estallido que nos provoca la inmensidad del romance conviviendo con las esperas y con la certeza relegada del desenlace derrotista. En esa misteriosa sensualidad incontrolable está el enganche. Esa ambivalencia es el alma de “Coire”, que recuerda las noches de desvelo («anclado a mi cama creo estar, no hay una hora para el bienestar«) y también la actitud para sobreponerse (“la dirección es hacia adelante, a ningún lado”). Lo importante es ir dándole forma al futuro. Esa filosofía es la que impulsó la creación del álbum, según explicó Diego Martínez en conversación con Lúcuma.
En el 2019 sacaron “Bronx”, su anterior álbum. ¿Qué fueron encontrando desde ese tiempo hasta acá?
Nosotros siempre tratamos de no aburrirnos con la música. Los discos anteriores, “Bronce” y “Bronx”, fueron como un pico de experimentación. También llevaron tiempo y tuvieron un proceso bastante lúdico pero a la vez medio tortuoso, porque no terminaba más y no lo estábamos dirigiendo 100% nosotros; teníamos otros productores. A ese proceso yo no le veía como un norte. Era más bien un descubrimiento.
En determinado momento eso se logró terminar y a partir de ahí tuve la seguridad que el próximo disco iba a ser totalmente diferente. Para la altura de “Bronx”, ya estaban algunas de estas canciones o sus prototipos de canciones. Me había propuesto, en vez de hacer la postproducción larga, hacer una preproducción larga y tratar de descubrir las canciones sin tener que ir a un estudio de primer nivel al principio, así que arrancamos con ese proceso de manera casera. Por ahí Roberto (NdR: Aleandri) componía algo con la guitarra y lo llevaba a la sala y ahí se corporizaba. Pero en este caso, cuando veníamos a la sala, no estaba pasando nada.
Nos agarró la pandemia y en un momento escuché “Superficies de Placer” de Virus y se me prendió la lamparita. “Esto puede ir por acá”, pensé. Mi idea era tratar de hacer como una versión de lo que sería ese rock nacional de los 80 y 90, nuestras infancias, que nunca habíamos abordado. Para mí tenía una conexión bastante emocional y también es un lenguaje en el que la mayoría de la población argentina ha sido educada.
Me comentaste lo de Virus, que se nota mucho en ‘Ciego’. Hay varios proyectos de este año con referencias al rock nacional de la misma época. ¿Encontraron que encajaban en esa sonoridad?
Justamente lo contrario: no pensé que encajáramos naturalmente; me pareció algo más bien disruptivo y por eso podía ser interesante como para seguir aprendiendo. No es que tenemos ganas de hacer siempre lo mismo.
Con respecto a la escena, me acuerdo justo de la pospandemia y yo estaba en este proceso cuando salió el disco de Babasónicos (NdR: “Trinchera”), que tiene cosas del estilo. Me acuerdo de haber pensado: “¡Ah, mira, estos, me ganaron de mano!”. Ellos también tienen esta cosa de ir cambiando disco a disco que a mí siempre me gustó. Ahora escucho lo de Marilina Bertoldi (NdR: “Para quién trabajás”), que me parece re Charly, por ejemplo. También están Los Látigos que tiene el disco “Pose”, que es súper Virus. Creo que en definitiva no hay mucho por inventar, más en lo que es el formato canción. Quizás sí hay maneras de combinar elementos.
Para mí la música siempre fue un lenguaje y me parece muy atractivo que sea como un cuento cantado en pocos minutos. Es como que agarrás un libro y de repente vas entrando de a poquito; se pone más intenso y después relaja. Para mí la canción es eso, cualquier obra musical a la que estamos acostumbrados tiene esa estructura. Pero después no sé si hay mucho por inventar, me parece que los elementos de la música se van a seguir repitiendo.
Ustedes siempre estuvieron en el universo del romanticismo, pero este álbum es mucho más meloso y con una actitud más optimista para encarar cosas. En simultáneo, hay mucha más letra y más melodía. Esa apuesta de estructura, ¿era para contar un cuento más optimista?
Nosotros siempre tuvimos un tinte medio melancólico y desde las melodías la voz siempre bajaba al final y todo se ponía un poco más melancólico todavía. Por estas cosas de la vida, la pospandemia y todo, atravesamos algo personal como tenso; así que propuse que sea un disco luminoso y desde ahí empezamos a trabajar las letras, las melodías y el arte. Por eso los caballos brillantes de la tapa y las letras también, que si bien sigue la melancolía tienen un desenlace más positivo. Fue una dirección que nos planteamos.
Ustedes están hace mucho viviendo en Buenos Aires. ¿Qué pasa con la migración del provinciano artista a Buenos Aires?
Yo me vine acá porque veía que no había posibilidad de estudiar cómo grabar un disco. Después mis compañeros se fueron viniendo cada uno por laburo o por ganas de salir de allá. No es fácil desarrollarse porque hay momentos que extrañás un montón y después viene un momento que no sos de ningún lado. Es una experiencia de vida, pero no sé si es algo a priori disfrutable. Toda esta centralidad te da un montón de estímulos y posibilidades que algún costo tienen que tener.
Lo lindo es que nos hemos encontrado justamente con otros colegas que son muy amigos: Mi Amigo Invencible, que son mendocinos; Las Sombras, que son pampeanos. Se da ahora, ya en la permanencia y lo de estar también en la escena musical, un real disfrute de poder conocer tanta gente de tantos lugares y compartir un poco esta experiencia.
¿Existen elementos de una sonoridad neuquina o cordillerana? ¿Los ves presentes en Atrás Hay Truenos?
Lo único musical que siempre escuchábamos fueron a los hermanos Berbel que cantaban canciones del padre, que fue autor del himno de Neuquén. Ahí se hablan de un montón de cosas de entrelazar la cultura mapuche con la blanca que escuchás de grande y es un flash. Ahí adentro está el loncomeo que, si lo escuchás, identificás el ritmo. El resto es más bien folklore, pero en la banda sí puedo decir que hay mucha lírica que habla de Neuquén. Es nuestro lugar, venimos de ahí y hablamos de seguir el Río Negro, que es como venirse para acá desde allá; y del viento, que quizás esa sonoridad que tenía la banda al principio, medio noise, sea en relación a eso.