Ciudadano MARTTEIN: hasta que el gramaje aguante

MARTTEIN presentó «ESPECTACULAR» en el Teatro Vorterix y representó todas sus facetas en un mismo despliegue circense.

Fotografías: Marlene Yori.

Entro a Vorterix muy pasada la hora. Un poco porque estoy sola y no quiero bancar la previa ni un minuto, otro porque el ingreso está demorado. En la fila hay una chica que le cuenta a una amiga que se terminó de rendir con alguien que le gusta cuando lo vio con una remera específica de Joy Division que sólo venden en la Bond Street. En el Roxy de la esquina está Joaquín Levinton tomando birra con un par de acompañantes. No me queda claro si hace tiempo para entrar (estuve al lado suyo en una fecha previa) o simplemente quiso hacer base ahí. Se para al lado del recepcionista, parece que quiere impedir el acceso. En realidad, creo que busca que lo miren. Los famosos siempre me dieron lo mismo, así que me detengo en el hombre +40 con la cara tatuada y en su compromiso fuera de sincro.

La técnica me da la derecha porque apenas pongo un pie en el teatro se apagan las luces. No me hacen falta más de dos canciones para decidir la primera opinión: MARTTEIN está sólido en su fragmentación. Quiero descifrar si mi apatía alcanzó gran parte de la música en vivo, pero también someter a este artista a su capacidad de reacción para con una espectadora que lo está viendo por cuarta vez. Lo primero que pienso frente a una propuesta perfectamente episódica como es el proyecto MARTTEIN es en la dificultad que puede implicar hacer de sus historias una secuencia armónica (algo que veo fallido en otros exponentes contemporáneos), cómo se las ingenia para empotrar al fisura glamouroso de su cuarto disco (aunque primero con esta piel) con la humectación del psicópata de «ESPECTACULAR«, el EP que estrenó hace unos meses.

A MARTTEIN le gustan las alturas. Arranca, mueve los brazos para puntear el principio y va. Se muestra en el escenario cual estampita pop, la afectación de sus extremidades que el entrenamiento actoral le han dejado parecen dar las pistas del encuadre fotográfico, como si con sus propios dedos o la postura de sus piernas guiara también el límite exacto de la imagen a registrar. La confianza que concede es incuestionable. Si en su show en Maquinal del 2024, no llegaba a soltar del todo el control de sus bestias para apuntar de lleno a la contienda musical (sumado a un retorno fallido ajeno a su dominio), el de ahora está para conducir un gremio. Lo único que retrocede en esta narrativa es el tinte del pelo, MARTTEIN debe volver al rubio, un engaño estético que sería tildado de mal gusto por su más reciente referencia altereguística: Patrick Bateman. El porteño no usa Wayfarer ni se desvive por Huey Lewis & the News, usa las tarjetas de presentación, que entre colegas yuppies sirven como una expansión peneana, para ir dispensando, con clase, los diferentes tonos de su inventario personal. El traje nunca le quedó grande, pero ahora eso también puede aplicarse en sentido literal: MARTTEIN se tomó en serio la rutina del serial killer que imaginó Bret Easton Ellis y ya no hace falta una IA para tensionar bíceps, los brazos han sido moldeados en la realidad, como si al escapar de ser devorado por la ficción, haya decidido mantener el egocentrismo fitness. El show está pulido y se transmite en su asepsia, el pibe devora, pero no en el modo de las divas recientes, presenta su número mediante un dispositivo que, una vez la danza de la fluidez (sangre, sudor y saliva) haya cursado, podría levantarse igual que las capas plásticas que Bateman usa para no manchar su piso. Ajusta el soporte, pispea el tema que toca, se quita una prenda y prosigue. La profesionalización de su performance le regala cintura para el agite, cuando más anfetoso se tornen los sintes de Jeremy Flagelo y la guitarra del Pepe, mayor será el rato para hacer con sus brazos ese gesto que llama al descontrol. 

Dos parejas se asombran por el show, un chico le dice al otro “está re loquito, da miedo”. La oferta de MARTTEIN es de la locura bien entendida, de la que paradójicamente permite la lucidez para estetizarla. Su figura es demasiado escandalosa como para prestarle atención a sus invitados: Camilo Desorden, Juana Rozas, las coristas de “El Marrón”, la trompeta de Gillespi o la confusa multiplicación de Dillom. La simpatía sexy-robótica de Six Sex conseguirá un despeje de pupilas, aunque sea el rescate dentro de una fiesta a la que aún le queda nafta. Me gusta que MARTTEIN sostenga su rol en todo momento, aunque eso requiera contenerse a besar a su chica. No, más que me gusta lo necesito. Que no haya otra ventana en sus perfiles virtuales más que los dictados por el storytelling esquizoide que elige construir. Por eso me gustaría irme antes que agradezca y resigne por educación (o conciencia colectiva) las terminaciones de su ficcionalidad. Pero me quedo y vuelvo caminando para mi casa. Cuando estoy llegando a Juan B. Justo veo un grupo de personas que aumenta en tamaño. Googleo: Movistar Arena + 9 de octubre. Cruzo y una chica se sostiene el gorro celeste de peluche mientras corre el 19. El novio tiene un póster. 

Con un personaje tan ambicioso como el que acabo de ver es imposible no preguntarse por el margen de sorpresa que alcanza a controlar. Hasta ahora se mantiene invicto y espero que tenga presente que en cada esquina puede haber algo mejor (o al menos, diferente).

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