El paisaje hace a la identidad cultural. Requiere constantes interpretaciones que logren destaparlo de los mantos del olvido y hacerlo visible. El imaginario de un país es la multiplicación de la memoria de sus pueblos. Una memoria compleja y contradictoria que necesita ser exhibida desde su interior más profundo para abarcar la totalidad de sus actores. Necesita, por más duro que sea, exponer sus huesos.
En su reivindicación por las raíces culturales nativas y la unión del territorio argentino en su extensión, Ricardo Iorio recorrió el sur y noroeste del país durante los noventa. Viajes recordados con afecto en los que se hizo amigo de la indiada del sur y habitantes de pueblos preexistentes en la puna jujeña. En 1997, junto a Flavio Cianciarulo (bajista de Los Fabulosos Cadillacs), sumado a invitados como Rubén Patagonia, Vicentico y León Gieco, grabaron “Peso Argento”. A manera de fábula el disco narra las historias vividas por los habitantes de los pueblos originarios evidenciando una realidad usualmente omitida. Iorio toma una postura narrativa fundamental: el paisaje como la identidad de la nación.
Anochecí, allá en Tilcara,
con los amigos que entre la indiada tengo
Y fuí feliz. Grata experiencia,
al compartir su solitaria resistencia.
Me despedí, de madrugada,
de quienes a cambio de nada me asistieron
Allá en Tilcara
En la obra se hace presente la hibridación, la mezcla cultural como parte esencial del ser argentino. La utilización de instrumentos autóctonos sumada a la variedad de invitados que participaron en el disco, logra otorgar una mixtura musical única. A la vez, las letras muestran a las personas no como un sujeto que habita el paisaje sino como el rostro del paisaje en sí mismo. Evidencian costumbres, conflictos e intereses culturales contrapuestos; salpican una naturaleza deshumanizada, vaciada y engañosa, con el estruendo de la tierra en disputa y la unión de ésta con el ser que lo habita.
Mi abuelo me decía,
Aquí el invierno siempre es lucha
Pero el frío tan intenso
Enciende el fuego espiritual
Punta de flecha y sangre
Se mezclan con la tierra
Del terrateniente,
De los pueblos del sur
Nacido y criado en el sur
El disco tensiona constantemente entre la estima y la violencia. Ambos forman parte de la condición humana. El mundo para Iorio es amor al mismo tiempo que es hostil y en esta tensión se desenvuelven sus canciones. No existe lugar desde la altura desde donde poder contemplar sin responsabilidad. Las luchas de los pueblos por el derecho de permanecer en tierras que ancestralmente son suyas; la discriminación con la mujer en el campo, relegándola en las haciendas a trabajos domésticos siendo vulnerable a ser objeto de abusos sexuales; propietarios que ostentan de dar trabajo, pero pagan con ropa, comida o protección en lugar de plata. Todos estos conflictos conforman una realidad, la nuestra.
El recuerdo de un familiar que ya no está remite al aprecio y el respeto, pero rápidamente el sentimiento se vuelca hacia la lucha y la resistencia de los pueblos. Iorio narra estas imágenes oscilando entre estas emociones mientras el paisaje cambia, acompaña, tensiona o exalta aún más el relato.
La puna se presenta en el noroeste argentino cerca de los Altos Andes, como un lugar manso, colmado de estrellas, que al mismo tiempo, arroja desde su altura una ambigüedad que Iorio traduce en su canto.
Bajo un remanso de estrellas
Trajo la puna en su embrujo
Hasta mí, el canto que canto
Para pocos de los muchos
Para pocos de los muchos
La puna argentina limita al este con las yungas y bosques selváticos de Chaco donde la altura es menor y aún hoy sobrevive un intrincado ecosistema. Por esto, comúnmente queda adscrita sólo a la naturaleza y con ella, al descanso, a la admiración de las especies. Así se crea una imagen del territorio puneño superficial y engañosa. En las pinturas, fotos o documentales se muestran paisajes montañosos de elegantes espacios vacíos, monótonos, con limpios juegos de luz que sustraen la imagen espantosa de la naturaleza. Se oculta su violencia cruda e imprevisible que, en ocasiones, puede desprender montañas, desbordar ríos, arrasar senderos, animales y casas.
En su lectura Iorio identifica lo armónico como una farsa y reconstruye la imagen compleja del hombre con la naturaleza bajo una relación de miedo y respeto ante su imponencia. El ritual, el gesto, el gualicho, es la manera que encuentra el habitante andino de relacionarse con su tierra, con su espacio.
Virgen de los muertitos,
Vela por nuestro hijito.
Que el mar lo toque despacito.
Que lo quiera la montaña
Como lo quise yo
Virgen de los muertitos
El paisaje se percibe vivo, no se entiende la naturaleza como un recurso sino como un entramado de relaciones entre humanos y divinidades.
No es la primera vez que Iorio trasciende la narración del paisaje descriptivo y capta el vínculo íntimo y sensible que éste esconde. En 1991 co-escribe junto a Ana Mourín ‘Atravesando todo límite’ canción que forma parte del disco “Ácido Argentino» y relata la experiencia de Iorio al querer encontrar a su cuñado, quien un día se fue al noroeste argentino y no regresó. Iorio junto a la familia fueron a buscarlo entre las montañas, pero después de tres meses sin tener éxito regresaron vencidos.
La relación con el paisaje se torna íntima: las inmensidades, el viento, las montañas son los únicos testigos. La naturaleza observa, comunica y transmite mensajes porque nadie más puede hacerlo. ¿Qué rostro no es convocado en los paisajes que mezclan el frío viento con el sol que se recorta en los picos de las montañas, qué paisaje no evoca el rostro que lo habría completado, que habría remediado la distancia?
Que el viento lleve esta canción a tus oídos
Salvando distancias,
Y que en tu estrella observes que aún sigo de pie
Es mi esperanza
Atravesando todo límite
Es en ‘Ramón el Indio hereje’ donde Iorio encuentra una afinidad narrativa entre relato y paisaje. La canción comienza describiendo las primeras luces del día y el brillo de la helada sobre el maizal. La segunda estrofa rompe la serenidad inicial con la presentación de los personajes y su conflicto: el indio Ramón y el tribunal que lo juzgará tras haber encontrado una estatua de la virgen María cabeza abajo cubierta de hierbas secas. En este punto se tensiona la historia a la espera de la sentencia. Iorio transforma el agradable amanecer en un frío silencio. El monje, amigo de Ramón, intenta explicarle al juez lo sucedido, pide piedad por él y advierte su fe cristiana. No obstante el indio es señalado como hereje y sentenciado al castigo del fuego.
La imagen se vuelve seca, intensa y muda, iluminada únicamente por las llamas. Iorio describe la tristeza del monje ante la injusticia cometida que sabía porqué lo hizo Ramón.
Ramón lo hizo para bendecir la tierra,
pedir por la siembra cosecha buena
Las hierbas secas eran para protegerla
Ramón el Indio Hereje
Por un lado, la canción refleja la historia de imposición cultural donde un pueblo somete a otro. Para Ricardo esto no representa lo sucedido en el pasado sino la actualidad: la violencia y la subordinación de las comunidades se repite a lo largo de la historia, como los ciclos de las cosechas. Por otro lado, la relación entre el monje y el indio muestra la convivencia de la mezcla cultural que se da en lo íntimo.
Iorio muestra las tensiones entre la violencia de un juez que en su percepción simplifica la realidad con una sentencia a la hoguera y la estima capturada en el vínculo de Ramón y el monje que busca acercarse a lo real, dimensionar su complejidad.
‘Cacique Yatel’ es otra de las canciones que muestra un acercamiento al valor del paisaje con sus habitantes. La letra recuerda las anécdotas de Don Yatel, cacique del pueblo Aonikenk, en la patagonia argentina. Sus reiterados encuentros en los boliches están plagados de cantos, fábulas y leyendas adheridas a un cierto apego a esos lugares.
Cuando llega a los boliches
por un trago de ginebra
Suele cantar un Kaani,
con fábulas y leyendas
Y los ojos se le escapan
hacia el costao del camino
Cacique Yatel
Inevitablemente remite a la relación de Iorio con las pulperías en diversos pueblos donde pasaba horas entre amigos cantando y charlando. La pulpería era para él un espacio de intimidad, sin cámaras ni periodistas. Podía hablar con vecinos del pueblo y peones de campo hasta el amanecer.
La mirada que se escapa hacia el camino también era parte de él como lo es de sus canciones. En su biografía Iorio cuenta anécdotas en las que, sin previo aviso, pasaba a buscar a Flavio en su camioneta para irse juntos tierra adentro durante todo el día visitando pueblos inhóspitos como una muestra de confianza y gratitud mientras grababan el disco.
La pulpería La Tranca ubicada en Cura Malal es un boliche, también un taller, una casa, un refugio, un hogar. Su dueña es la artista y escritora Mercedes Resch, quien se encargó de transformar el abandonado lugar en un espacio de encuentro cultural. Mediante un posteo en sus redes, relata la noche anterior a la inesperada muerte del artista aquel 24 de octubre, quien había pasado por ahí para encontrarse entre amigos como acostumbraba hacer desde 2009.
Ese último viernes, cuenta Mercedes, Iorio cantó sus canciones durante horas agregándole versos y lloró entre bebidas. Dejó su remera, un ejemplar de un antiguo testamento y una imagen de la Virgen de Luján que bajó de su camioneta. Apasionado hasta el último día, entre pueblos y guitarras, Ricardo nos deja su legado: vivir a fondo, con pasión, arrimándose a las personas y su realidad.
En las letras de “Peso Argento” se ve una suerte de reparación histórica. Desde esta doble perspectiva, paisaje y habitante, se recompone la ausencia que han tenido la historia argentina la patagonia y la puna, históricamente presentados como hábitats inhóspitos, el vacío sin poblar del mapa, el desierto de la campaña de Roca, y el sujeto anónimo que habita allá, un rostro sin voz, sin un lugar ganado en la literatura como lo hizo el gaucho.
Estas omisiones intencionadas a lo largo de la historia afectaron la manera en que fueron contados y narrados los territorios. Iorio asume el rol del payador desde su pesado origen en el metal nacional contándonos lo que observaba en las calles de Liniers, hasta su resurrección integrando la extensión argentina en su totalidad. Pone el rostro del habitante nativo que fue desplazado de la historia como primer plano del paisaje y, a la vez, une estos rostros (indio y gaucho) para consolidar la identidad argentina.