Alice in Chains: ¿cómo suena un ecotono?

En su breve lapso de existencia, el grunge encontró en Alice in Chains a su versión más poderosa, sombría y seductora. Su voz cantante, una figura que pendulaba entre el mundo de los vivos y el más allá.

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En uno de los últimos episodios de “Six Feet Under”, Nate Fisher (un bohemio que viajó desde Seattle a pasar la navidad con su familia y terminó quedando atrapado para siempre en un negocio y una vida que no le gustan) se despierta en un hospital después de sufrir un derrame cerebral. 

La serie trata sobre una familia que es dueña de una funeraria y arranca en el momento en el que un colectivo se lleva puesto al Fisher padre (y C.E.O de la lúgubre empresa), dando pie a un formato que se mantiene durante sus seis temporadas: del primero al último, cada capítulo comienza con una muerte. Otra de las premisas con las que parte la historia es que los Fisher hablan con los muertos. No en plan el “Sexto Sentido”, si no más como si el diálogo interno de cada uno de los hermanos se enunciara a través de los cadáveres que tienen que maquillar de lunes a viernes.

El relato entonces se cuenta en dos planos paralelos: el exterior con sus decisiones difíciles entre partos, abortos, herencias, divorcios y todo lo relativo al estereotipo de la adultez; y el interior, el onírico, en el cual los protagonistas hablan con quienes ya no están, con ellos mismos, con sus frustraciones y con sus miedos. 

Es una serie sobre la muerte, por lo tanto también sobre la vida, pero principalmente sobre lo que pasa en el punto medio. Ese no-lugar entre lo que respira y lo que no, entre el sueño y la consciencia, entre las preguntas internas más complicadas y las dificultades de la vida real.

Esto termina de subrayarse en este episodio de la última temporada, que lleva el nombre de ‘Ecotono’. “Un Ecotono -dice Nate, desde la cama del hospital- es un punto medio entre dos ecosistemas, un lugar en tensión en donde se cruzan las mejores cualidades de los dos extremos”.

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Si un género de música responde a las cualidades de un ecotono, ese es el grunge. Una transición violenta entre algo que se muere y algo que empieza a nacer. A fines de los 80, Seattle es una licuadora sin tapa en la que se desarman y se integran los siguientes elementos:

  • Los espasmos finales del glam rock.
  • Un clima chato y lluvioso.
  • Una pizca de heavy metal.
  • El sentimiento de alienación y no-futuro.
  • Algunos (varios) pedales de distorsión.
  • Bermudas y camisas a cuadros.
  • La adolescencia (como estado de percepción).
  • Una cantidad interesante de drogas.
  • Una enorme y profunda sensibilidad.

En respuesta a las escenografías y vestuarios cada vez más elaborados del rock mainstream de la época, el grunge se presenta de una manera minimalista y rota. La estética de la banda de garage llevada a un escenario. “En respuesta” es una forma de decir porque en realidad a los músicos de Seattle no les importa lo que pasa en Los Ángeles o en Nueva York. No hay un proyecto contracultural o una aspiración de algo más que expresar lo enojados que están, para que otros chicos de su edad, igual de enojados que ellos, se revienten en un pogo. 

En el momento en el que la música está volviéndose cada vez más plástica y publicitaria, Seattle inventa algo nuevo sin querer. Algo que tiene que ver con lo que ya pasó y con lo que está por venir, pero no es ninguna de esas dos cosas. Un acorde podrido que va a quedar sonando para siempre en el galpón oscuro del tiempo. 

Por supuesto hay un antes y un después de “Nevermind”. Es Nirvana la culpable de que LA INDUSTRIA MUSICAL -así, en mayúsculas- gire su cabeza monstruosa de mil ojos y dientes hacia Seattle para devorarse todo. La visibilización repentina obliga a los jóvenes de pelo largo y ropa de skater a salir al sol con la mano sobre los ojos. De repente los recitales del club del barrio son parte de “el nuevo Liverpool”. 

Nevermind es la punta de un iceberg bajo la cual están Pearl Jam, Soundgarden, Mudhoney y (mi preferida) Alice In Chains.

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De alguna manera, Alice in Chains suena mucho más sexy que las otras bandas de grunge. Esto tiene algo que ver con que su estructura sonora tiene más afinidad con el metal que las otras, por lo general más cercanas al punk (las líneas de guitarra de Jerry Cantrell son un tren de carga, una trompada en cámara lenta), pero sobre todo se relaciona con la figura de su cantante: Layne Stanley. No es sorprendente que la vida de Stanley haya tenido un enorme parecido con la de Kurt Cobain. Las historias en la música suelen repetirse solo como tragedias cuando tienen que ver con el estereotipo de joven-sensible-que-no-tolera-la-fama. Pero lo interesante de Lainey no son sus similitudes con Cobain, si no sus diferencias. Como si dos versiones de la misma persona intentaran decir lo mismo de maneras distintas. Nirvana es una explosión en todo sentido. Kurt desde el comienzo dijo “voy a chocarme con esa pared”, y aceleró hasta hacerlo. Sus letras, más adolescentes en su simpleza, se destacan por lo concreto, por mostrar el dolor sin ninguna metáfora. Lo crudo: “Estoy triste. Me odio. Te odio. Me voy a matar”.

Ahí, donde la manera de crear de Cobain es una fractura expuesta, la de Stanley es una hemorragia interna. Hay un escondite, una pretensión de poder en el pelo rubio engelado hacia atrás, la campera de cuero y los anteojos oscuros ocultándolo siempre. Hay un nene disfrazándose de hombre malo, para cantar lo que le duele a través de metáforas que parecen guiones de películas clase B: “Soy el hombre en la caja. Enterrado en mi mierda. Salvame.”

La mayoría de críticos musicales con carreras longevas y curriculums larguísimos jamás van a poder condensar la profundidad y claridad de algunos comentarios de Youtube. En el de Alice In Chains en vivo en el teatro Moore uno que dice algo como «Miren como Lainey se toma unos segundos para bajar a las profundidades de él mismo a buscar la voz con la que canta ‘Love Hate Love’».

Lo que Nirvana extrae del punk, AIC lo extrae del metal. La lentitud, la atmósfera pesada: Jerry Cantrell y el resto de la banda arman una escalera al infierno por la que Stanley corre a buscar eso que nos hace preguntarnos: ¿de dónde sale ese talento? ¿De dónde proviene esa fuerza?

La exposición repentina de Seattle deja a los músicos más renombrados del grunge en offside. De repente el género es un producto más y sus caras están en la etiqueta de adelante. 

El “boom” del grunge agarra a los Alice In Chains en su segundo disco, “Dirt”. Aunque conserva la cadencia metalera de su predecesor, “Facelift”, en este álbum la banda le da más lugar a las baladas y baja la intensidad en clásicos como ‘Rooster’ o ‘Down In A Hole’. Hay una maduración que tiene que ver con el desarrollo tanto sonoro como personal de los integrantes: los juegos de voces son más protagonistas, las armonías un poco más buscadas y las letras un poco más tristes. Si antecesoras como ‘We Die Young’ o ‘Man in the Box’ coqueteaban con la muerte, las prestaciones de “Dirt” profundizan ahí, en el temor, el autodesprecio y las adicciones. Las melodías son un aullido desgarrador envuelto en la pesadez de la afinación característica en re. 

Me siento tan solo
Voy a terminar siendo una gran pila de huesos

Como muchísimos de sus pares, Laney Stanley empieza a mezclar su depresión y sus miedos con la heroína.

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A lo largo de todo su arco de personaje en “Six Feet Under”, Nate Fisher está buscando algo más. Una respuesta, un sentido, algo que le indique cual es la manera correcta de vivir. Es el más sensible de los hermanos, el más divertido y también el que más se deprime por cosas que no termina de entender. Al final de  ‘Ecotono’, su hermano David le dice que va a quedarse un rato más junto a él en el hospital.

Nate se duerme mirando la televisión cuadrada de la pared en la que se ve una bandada de pájaros volando sobre el mar. David también. Entonces pasa algo hermoso: por primera vez, los hermanos Fisher comparten un sueño. No podemos saber de quién es, así que es de los dos. En él, su padre muerto los lleva en una furgoneta hacia la playa. Van fumando un porro gigantesco, se ríen como dos nenes. Cuando llegan Nate se desviste y corre hacia el agua que brilla abajo del sol.

—Vení, el agua está hermosa —le grita a su hermano. Pero David se queda en la orilla. Y entonces, justo ahí, en ese ecotono entre lo real y lo onírico, el Nate Fisher del sueño se deja llevar por las olas riéndose a los gritos, y el Nate Fisher de la cabeza vendada, en la cama del hospital, deja de respirar.

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El “Unplugged” de Alice In Chains es cinematográfico. Las luces azules iluminan a los músicos y al público, en el que se destacan todos los miembros de Metallica sentados en primera fila. Las velas titilan en todos los rincones terminando de conformar la atmósfera. Mientras suenan los acordes que abren la noche, una sombra camina desde el fondo hacia el frente del escenario. A pesar de los lentes oscuros característicos, es imposible para Lainey Sanley impostar la actitud que tenía hace unos años. Pálido y consumido, con el pelo rubio teñido de rosa, se abre paso entre sus amigos, se sienta en una banqueta y empieza a cantar, con la voz intacta:

Nosotros perseguimos mentiras mal impresas
We chase misprinted lies
Nos enfrentamos al camino del tiempo
We face the path of time

Y aun así lucho esta batalla solo
And yet I fight, and yet I fight this battle all alone
Nadie a quien llorar, no hay lugar para llamar hogar
No one to cry to, no place to call home
Mi auto-regalo es violado
My gift of self is raped
Mi privacidad rastrillada

My privacy is raked
Y sin embargo me encuentro repitiendo en mi cabeza

And yet I find, and yet I find repeating in my head
Si no puedo ser yo mismo, me sentiría mejor muerto

If I can’t be my own, I’d feel better dead
Nutshell

Así, con ‘Nuthsell’, canción insignia del EP acústico “Jar Of Flies”, Alice In Chains abre su última gran presentación. Los expertos en la materia (es decir, quienes comentan en YouTube) están de acuerdo en que, en el “Unplugged”, Layne Stanley parece estar cantando sobre su propia partida. Como un funeral en el que el muerto sigue vivo por unos días. Aún así, la debilidad que le encorva la espalda y lo hace equivocarse en algunas letras no influye en su voz. Destruido por fuera, el vocalista sigue extrayendo del sótano que tiene adentro ese poder con el que cantó siempre. Layne Stanley está afuera y adentro, y en ninguna parte a la vez.

Que un acústico suene con el poder del grunge y el metal sin que nadie prenda la distorsión ni reviente el redoblante, es algo que no se logra de manera fácil. Sobre toda esa fuerza que transmite la banda, las letras parecen cobrar otro significado. Stanley se canta a sí mismo quizás porque algo en él ya está muerto. Quizás el cuerpo es consciente del final antes que la mente. Como sea, todo parece hablar de lo mismo: 

“¿Me equivoqué? ¿Corrí demasiado lejos para volver a casa? ¿Me fui?”, canta Layne. Y Jerry Cantrell, su dupla eterna, le sonríe, lo acompaña, lo sostiene como un hermano que te agarra la mano en tus últimos suspiros.  

La portada del cuarto disco de la banda es un perro con tres patas. Los Alice In Chains siempre fueron cuatro. Si queremos ponernos místicos los augurios están por todos lados. Al final de ‘Frogs’, el último tema de estudio en el que vamos a escuchar a Stanley, recita: “La semana que viene cumplo 28”, una afirmación que podría estar diciéndole a Kurt Cobain “yo sobreviví”. La vida a veces es un paso de comedia, una negra, y a pesar de los años de diferencia entre las fechas, ambos murieron el mismo día.

Layne Stanley un día bajó las escaleras que lo llevaban a lo más podrido de su interior y no salió más. No estuvo del todo ahí en los últimos recitales en los que la banda teloneó a Kiss, ni en su departamento en el cual se recluyó a consumir y jugar videojuegos hasta que lo encontraron muerto. 

Supongo que nadie sabe bien dónde estaba. Ojalá que en algún sueño corriendo hacia el mar, abajo del sol.

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