La canción más sagrada en el mundo

¿Cuánto cabe en una canción? En 1984 Leonard Cohen comprobó su respuesta con ‘Hallelujah’.

En las letras de Leonard Cohen siempre existe un triángulo formado entre Dios -un Dios sublime y seductor, misterioso e irónico-, el yo poético y el interés romántico; a veces una de las tres puntas se atenúa o está solo sugerida, pero no hay que esforzarse mucho para encontrarla. Tanto Dios como la amada le permiten siempre al Cohen-poeta protegerse de caer del todo en uno de los dos polos y reafirmarse a sí mismo como el punto-de-salvación entre los terrores de la Gracia y los terrores de la Carne. 

Hallelujah es el intento de resolver el triángulo de una vez por todas. A imagen de Dios, que es uno y es tres, Cohen encuentra la manera de enloquecer la geometría de un poema lo suficiente como para que un triángulo pueda ser una recta que apunta, violenta y decidida, al cielo y a sí mismo.

Va algo así

Como toda intriga que vale la pena, la canción empieza con un secreto. Mejor aún: con dos secretos. Uno es el explícito, el acorde secreto que David tocaba y le gustaba al Señor, el acorde que gobierna toda la canción y que, entonces, la hace confesar su plagio con cada iteración. Pero hay otro secreto, uno mucho más importante y que transforma ‘Hallelujah de una canción de misa a una canción de amor: está genialmente escondido en sus dos primeras palabras, “I’ve heard”, que significan tantas cosas distintas que hasta parece ridículo afirmar que lo único que no significan es su traducción literal (“Escuché”). Porque I’ve heard no es verdad, nadie se lo dijo a Leonard Cohen ni a su yo poético y tampoco nadie pudo haberlo hecho; I’ve heard significa que algo le fue revelado. ¿El contenido de la canción? No, su forma. Forma a la cual Cohen deberá arribar mediante palabras rebotadas en los acordes divinos. Esas palabras cuentan la historia de un rey mítico de los judíos, una historia de amor personal y la historia de la creación artística. No lo hacen cronológicamente sino en simultáneo: las mismas palabras son tres historias diferentes. “But you don’t really care for music, do you?”, suspensión de la diferencia entre el músico y la gente (you es acá ustedes, o sea, nosotros: el público) o retirada vergonzosa en la seducción del sujeto amoroso (you es entonces vos, un “ella” indistinto para nosotros). Cohen cuenta una historia divina al tiempo que mantiene una conversación amorosa al tiempo que narra la disputa entre un artista y su público por ser comprendido. El rey confundido que compone ‘Hallelujah’ es el Rey David bíblico, pero también cualquier persona que intenta seducir a quien desea, pero también Leonard Cohen. Porque crear es vivir en un estado de permanente confusión: confunde el origen de lo creado, confunde su recepción por los demás, confunde el lugar del creador en el mundo. Lo único es siempre triple en la geometría del éxtasis. Y esto lo sabe Dios, esto lo sabe el seductor, esto lo sabe el poeta. 

I’ve heard there was a secret chord
That David played, and it pleased the Lord
But you don’t really care for music, do you?
It goes like this
The fourth, the fifth
The minor fall, the major lift
The baffled king composing Hallelujah

Va algo así: la primera estrofa abre las tres historias, las siguientes tres se dedican una a cada una, con referencias cruzadas a las otras acá y allá. Se dirá que el entrecruzamiento no emerge de la canción misma sino de las proyecciones del crítico en ella: primero, ¿cuál sería el problema?; segundo, ¿entonces cómo se explica el excepcional verso “the minor fall, the major lift”, que está claro que puede entenderse literalmente en un sentido musical (la caída menor en cuarta, el ascenso mayor en quinta, como si estuviera describiendo la partitura en ese punto) y en un sentido metafórico refiere a las depresiones constantes del proceso artístico y amoroso confrontadas contra el breve y raro instante orgásmico de coincidencia entre idea y obra, deseo y objeto? 

Quebró tu trono y cortó tu pelo  

Tu destino era fuerte pero necesitabas pruebas. Es extraño el movimiento de persona que hace Cohen en la segunda estrofa. De repente, la narración está en segunda persona, con ese “you” indefinido que le habla a todos y a nadie en particular (el you a quien en la primera estrofa le preguntaba si le importaba la música ahora es el protagonista). Acá las referencias bíblicas vuelven a asomar (ver: las infidelidades del Rey David y la historia de Sansón y Dalila), y sin embargo se tratan de excusas para hablar de otra cosa. Esto no es una homilía católica. El trance en el que entra el sujeto amoroso frente a su objeto (you saw her bathing on the roof /  her beauty and the moonlight overthrew ya’) es la interpretación evidente, y luego, en una capa posterior, tenemos al instante en que el creador contempla la idea que no sabe de dónde vino y que lo sobrepasa. La desnudez de la mujer que se baña en el techo bajo la luz de la luna es metáfora a la forma en que bajan las ideas artísticas. Allí se produce un cambio fundamental: el objeto observado, en apariencia pasivo, toma por asalto al sujeto y lo despoja de toda seguridad y poder (she tied you to the kitchen chair / she broke your throne and she cut your hair). Atado, sin autoridad y sin fuerza: condiciones de existencia del artista. Solo así puede obtener lo que busca, solo en el sacrificio total del control -cualquiera sea- puede la Verdad, la Belleza, la prueba de su destino serle revelada: “and from your lips she drew the Hallelujah

Your faith was strong but you needed proof
You saw her bathing on the roof
Her beauty and the moonlight overthrew ya’
She tied you to a kitchen chair
She broke your throne, and she cut your hair
And from your lips she drew the hallelujah

Un haz de luz en cada palabra 

Quizás la mejor, más profunda, más rica en conceptos de las cuatro estrofas sea la tercera: la equivalencia metafórica entre el discurso religioso y el artístico se eleva a un punto en que son prácticamente indistinguibles. “You say I took the name in vain, but I don’t even know the name”. Cohen se defiende, en un gesto “meta” que anticipa el golpe final de la cuarta estrofa, por hacer uso del nombre divino en una canción (Hallelujah es una palabra bíblica que es derivada de “hallĕlū-Yăh”, alaben a Yah o Yahvé), en un tipo de discurso distinto al de la adoración. De hecho, no solo no es un rezo, sino que mezcla el nombre divino con placeres de la carne y con divertimentos terrenales. Por eso necesita una defensa: primero, fingir ignorancia (yo ni siquiera conozco el nombre divino como para usarlo en vano: quizás también una referencia teológica a que Yahvé no puede ser el nombre divino sino un simple eufemismo, “el que es”, ya que conocer el nombre de Dios para los hebreos equivalía a conocer a Dios, lo que es imposible); segundo, un extraño desafío al público: y si conociera el nombre, ¿qué? Inmediatamente desarrolla una teoría del lenguaje sagrado en tres versos, que también es una teoría del lenguaje amoroso, que también es una teoría del lenguaje del arte.

You say I took the name in vain
I don’t even know the name
But if I did, well really, what’s it to you?
There’s a blaze of light in every word
It doesn’t matter which you heard
The holy or the broken hallelujah

El nombre de Dios está repartido en todas las palabras, porque Dios es lenguaje. Hay un resplandor de esta Verdad en cada palabra (otra frase hermosa de Cohen parece abonar a esta interpretación: “There’s a crack in everything, that’s how the light gets in”). Por eso no importa qué palabra escuches, la rota o la sagrada; el rezo colectivo en una misa los domingos no carga más Verdad que los balbuceos inútiles de un borracho unas pocas horas antes, la madrugada del sábado, a una conquista imposible. Todo está roto, y es esa la ranura por la cual se infiltra la Verdad. ¿Qué es la Verdad? El acorde secreto que tocó David y le gustó al Señor; el murmullo dibujado en los labios del poeta atado a un trono destruido; lo bello, lo horrible; la liberación del lenguaje de su atadura con las cosas. La función del arte en Cohen: mantener abierta la ranura en cada cosa, señalar la luz, hacerla evidente.

No vine acá para engañarlos

El golpe de gracia de la canción es una falsa retirada después de una tercera estrofa que había sido combativa y espiritualmente elevada. El poeta confiesa que no pudo sentir, es decir, lo que dijo no salió de adentro, no le fue relevado; entonces debió “tocar”, metonimia de todos los sentidos, lo que equivale a decir que tuvo que reducirse a lo sensible, a lo estético. Dio lo mejor de sí, pero no alcanzó. Parece un pedido de disculpas, una declaración de que tenía algo para decir pero se quedó corto en la forma. No lo es. Se trata de un escudo de humildad para lo que va a venir: el ascenso absoluto en el que va a culminar la canción como una teoría de sí misma. “I’ve told the truth, i didn’t come to fool you”. ¿Quién es you ahora? ¿Es Dios, es ella, o somos nosotros? ¿Tiene alguna importancia a esta altura? Esto no fue fingida elevación, sigue Cohen, lo que canté es lo que vi. Y la estocada: And even though it all went wrong, I’ll stand before the Lord of Song / With nothing on my tongue but Hallelujah. Aunque todo salió mal, aunque me acusaron de haber usado el nombre de Dios en vano y haberlos engañado, igual me voy a enfrentar al Dios de la Canción para rendirle cuentas con Hallelujah como mi obra maestra. Cohen está defendiendo toda su carrera artística, incluso su propia existencia, con ‘Hallelujah’. Pero lo hace enHallelujah’. En la propia canción hay una teoría de la canción como justificación de su vida, y eso es porque sabe muy bien lo que hizo incluso antes de lanzarla al público: su obra maestra, una canción sobre todas sus canciones.

I did my best, it wasn’t much
I couldn’t feel, so I tried to touch
I’ve told the truth, I didn’t come to fool you
And even though it all went wrong
I’ll stand before the Lord of Song
With nothing on my tongue but hallelujah

Pido disculpas si todo esto suena demasiado críptico, si parece que exagero. Yo solo quería entender la canción más sagrada del mundo. Creo que ahora -un perro ladra en algún departamento que no es el mío; la última brisa fría del invierno mueve las cortinas; la luz de una lámpara de escritorio apenas me deja ver las teclas; más cerca o más lejos caminan o duermen todas las personas en las que creí en mi vida- lo veo: entender no sirve para nada.

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